Скачать книгу

      

      A LOS 35 Y NO ME

      ENCUENTRO

      VANESA VÁZQUEZ CARBALLO

      A LOS 35 Y NO ME

      ENCUENTRO

      EXLIBRIC

      ANTEQUERA 2021

      A LOS 35 Y NO ME ENCUENTRO

      © Vanesa Vázquez Carballo

      Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

      Iª edición

      © ExLibric, 2021.

      Editado por: ExLibric

      c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

      Centro Negocios CADI

      29200 Antequera (Málaga)

      Teléfono: 952 70 60 04

      Fax: 952 84 55 03

      Correo electrónico: [email protected]

      Internet: www.exlibric.com

      Reservados todos los derechos de publicación en cualquier idioma.

      Según el Código Penal vigente ninguna parte de este o

      cualquier otro libro puede ser reproducida, grabada en alguno

      de los sistemas de almacenamiento existentes o transmitida

      por cualquier procedimiento, ya sea electrónico, mecánico,

      reprográfico, magnético o cualquier otro, sin autorización

      previa y por escrito de EXLIBRIC;

      su contenido está protegido por la Ley vigente que establece

      penas de prisión y/o multas a quienes intencionadamente

      reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria,

      artística o científica.

      ISBN: 978-84-18230-36-3

      Ìndice

       CAPÍTULO UNO

       CAPÍTULO DOS

       CAPÍTULO TRES

       CAPÍTULO CUATRO

       CAPÍTULO CINCO

       CAPÍTULO SEIS

       CAPÍTULO SIETE

       CAPÍTULO OCHO

       CAPÍTULO NUEVE

       CAPÍTULO DIEZ

       CAPÍTULO ONCE

       CAPÍTULO DOCE

       CAPÍTULO TRECE

       CAPÍTULO CATORCE

       CAPÍTULO QUINCE

       CAPÍTULO DIECISÉIS

       Epílogo

      VANESA VÁZQUEZ CARBALLO

      A LOS 35 Y NO ME

      ENCUENTRO

      CAPÍTULO UNO

      Sofía

      En Manhattan, Nueva York, era todo muy acelerado incluida a yo misma. Me vestía rápidamente porque llegaba tarde a mi trabajo de comerciante: tenía un defecto muy gordo, que era que me quedaba dormida, aunque la alarma sonase cientos de veces. Mi jefa, Teresa, estaría echando espuma por la boca por la hora que era y yo sin aparecer. Con las prisas, me maquillé por encima, menos de lo que me gustaría, me calcé unos tacones de infarto y metí en mi maletín los productos de belleza, que se vendían entre las mujeres con bastante éxito; incluso compré algunos para mí.

      —Cariño, ¿sabes dónde dejé las llaves del coche? —dijo Josef.

      —Encima de la mesa del comedor las vi por última vez.

      Josef era el hombre más atento del mundo, por eso me casé con él y por muchos otros motivos más… íntimos. Nos conocimos en un viaje de negocios cuando mi jefa me mandó de vuelta a España para vender cosméticos y así hacer más publicidad de los productos. Entraba en una cafetería para tomar un manchado y descansar de tantas ventas cuando lo vi sentado tomándose un café, muy serio hablando por el móvil. Sin proponérmelo y sabiendo que aquel hombre manejaba dinero, pues no había más que verle el traje que llevaba, me acerqué a él con la esperanza de poder venderle mi último producto y así terminar con la jornada. Al principio, no tuve tanta suerte: le insistí demasiado y le regalé un poco, bastante, los oídos. Más bien, lo que yo quería era que no se fuese para poder verle y estar con él más tiempo; el producto podría haberlo vendido en otro lugar. Después de tanta insistencia por mi parte, al final me compró un exclusivo gel para después del afeitado; creo que fue muy paciente y amable: otro en su lugar me hubiera mandado a paseo. Me invitó al café que estaba tomándome y conversamos durante un largo rato. Por su acento, deduje que era extranjero, pero eso no era todo, cuando conseguí mi propósito, que era venderle el gel, me centré en lo guapo que era —lo sigue siendo—: un cabello rubio con betas más claras, una cara y un cuerpo como si lo hubiera esculpido el mismísimo Miguel Ángel y unos ojos azules oscuros como la noche. Con todos estos requisitos, me enamoré a primera vista; es otro defecto que poseo: me enamoro con facilidad.

      Pasaron las semanas y nos seguíamos frecuentado y con cada día que pasaba me gustaba más: sus gustos, su forma de ver la vida; vamos, prácticamente todo, hasta que un día como cualquier otro, después de una cena deliciosa, gentilmente me acompañó a mi casa, porque se nos había pasado la hora y no quiso dejarme que me fuera sola, una cosa llevó a la otra y me besó. La sensación fue tan increíble que casi floté y para rematar la noche se declaró pidiéndome que fuera su esposa. Ese fue el día más feliz de mi vida y por supuesto no le iba a decir que no.

      La noticia de mi boda corrió como pólvora entre mis amistades e incluido mis padres, pero no era oro todo lo que relucía, y ese era mi padre: desde que se lo presenté no le cayó muy bien y siempre me daba la lata diciéndome que me estaba precipitando al casarme con un hombre al que apenas conocía y que ese matrimonio iba directo al fracaso. Por un lado, tenía razón, pero desde que lo vi en aquella cafetería creí que era para mí. Nos casamos sin el consentimiento de mi padre en España una tarde de verano en una espectacular iglesia y el convite no se quedó atrás; luego, se trasladó conmigo a Nueva York hasta ese día y estábamos felizmente casados. ¡Chúpate esa, papaíto!

      —Nos vemos por la tarde, cielo. —Me

Скачать книгу