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los mexicanos.

      En la transición entre el sexenio de Calderón y el de Peña Nieto hay lecciones importantes para la administración de la 4T de Andrés Manuel López Obrador. La seguridad no es un tema priista ni panista, ni del joven partido Morena. Es un problema estructural que tiene muy posiblemente más que ver con la ausencia de instituciones y con la complejidad económica, política, social y cultural de la localidad. El papel de Estados Unidos también resulta crucial. La parte final del texto explora, a partir de un análisis comparativo de las palabras de los entrevistados para este libro, las grandes lecciones que nos enseña contemplar a Calderón y a Peña Nieto simultáneamente. Desde ahí es posible también entender los requerimientos necesarios para resolver el problema de la seguridad en México de una manera efectiva y permanente. Éstas son lecciones que bien podría aprender la actual administración de Andrés Manuel López Obrador para no repetir los grandes errores de una “guerra improvisada”.

      Después de sucesos tan desafortunados como el arresto y la liberación del hijo de Joaquín (el Chapo) Guzmán Loera en la ciudad de Culiacán, Sinaloa; la masacre de los niños y mujeres mormones en la frontera norte de México (entre los estados Sonora y Chihuahua), y la amenaza de Donald Trump de catalogar como terroristas a los denominados cárteles de la droga mexicanos, es preciso reflexionar profundamente sobre el pasado para resolver el presente. “No se puede improvisar de nuevo”, como nos aconsejaba el exsecretario de Seguridad Pública —ahora acusado de vínculos con la delincuencia organizada— Genaro García Luna, en una cena en la ciudad de Houston, Texas. Cabe destacar que para este proyecto platicamos tres días enteros con quien fuera el hombre fuerte de Calderón y uno de los principales arquitectos de la guerra.

      Sin restar importancia a las graves acusaciones en contra de nuestro entrevistado —y aún en espera de los resultados de un juicio complejo y que dará bastante de que hablar por largo tiempo— nos parece importante plasmar en este libro la experiencia del personaje y la opinión de otros que analizan su papel y su responsabilidad en los hechos que dieron origen a un sangriento conflicto armado y a una estrategia de seguridad extrema y no convencional que falló en sus objetivos más básicos. El propósito de este texto no es juzgar las acciones individuales —o los crímenes— de los protagonistas de una guerra improvisada en México, sino analizar el fenómeno en todas sus dimensiones dando voz a los arquitectos, a los operadores, a algunos críticos y a los “expertos”. Las historias personales que aquí se cuentan nos permitirán analizar el lado humano de la estrategia, pero también vislumbrar las perspectivas políticas de la seguridad en México.

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      El contexto: un escenario complejo

      Aprender de nuestra historia

      El 3 de enero del año 2007, en Apatzingán, Michoacán, el entonces recién llegado presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa, vistió uniforme militar para rendir tributo al Ejército mexicano, algo que los presidentes mexicanos no habían hecho desde la década de 1950. Con este acto, Calderón dejó voluntaria o involuntariamente claro que la impronta central de su administración sería el uso de las fuerzas armadas en una confrontación abierta con el crimen organizado. Ese momento quedó en la historia del país como un presagio de lo que se avecinaba y terminó marcando tanto a la administración de Calderón como a México.

      Al final de la administración calderonista, el saldo de esta confrontación no fue nada halagador. La guerra contra el crimen organizado del sexenio terminó con más de 130,000 homicidios y más de 23,000 personas desaparecidas bajo un esquema de violencia no visto desde la Revolución mexicana. La tasa de asesinatos en el país pasó de 9.7 homicidios por cada 100,000 habitantes a 17.9 (Pérez Correa, 2015). Desafortunadamente, esta tendencia, con un breve respiro en los años 2013 y 2014, continuó bajo la administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018), de tal forma que el Wall Street Journal ha etiquetado este periodo como una “crisis de civilización en México” (De Córdoba y Montes, 2018). Y desafortunadamente esa tasa sigue en ascenso en el presente sexenio.

      Ahora bien, aunque es difícil vincular estrechamente las tendencias de la violencia y la delincuencia en México a un solo sexenio, particularmente porque los niveles de ambas han fluctuado independientemente de las estrategias de las administraciones de Vicente Fox Quesada, Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto y siguen al alza en el presente periodo presidencial, el sexenio de Calderón sí fue paradigmático por su estrategia abierta de confrontación directa con el crimen organizado y por la militarización de la lucha contra el mismo. Así pues, y muy reveladoramente, el debate sobre la violencia y el crimen en México y el uso de las fuerzas armadas para su contención continúa en la administración de Andrés Manuel López Obrador.

      En el Plan Nacional de Paz y Seguridad, presentado por el presidente López Obrador el 14 de noviembre de 2018 en la Ciudad de México, éste hace un llamado en el punto 8, “Plan de seguridad pública, seguridad nacional y paz”, a continuar con el uso de las fuerzas armadas en materia de seguridad pública. El mismo plan establece que “[…] resultaría desastroso relevar a las Fuerzas Armadas de su encomienda actual en materia de seguridad pública” y reitera que: “Ante la carencia de una institución policial profesional y capaz de afrontar el desafío de la inseguridad y la violencia, es necesario seguir disponiendo de las instituciones castrenses en la preservación y recuperación de la seguridad pública y el combate a la delincuencia” (López Obrador, 2018).

      Convencidos de que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”, y más aún de que pudiera responderse que no es la historia la que se repite, sino que son las lecciones de ésta las que no se aprovechan (Arribas, 2010), los autores de este libro se dieron a la tarea de entrevistar a treinta y cuatro de los personajes centrales de la administración del presidente Calderón encargados de la estrategia de seguridad, y a partidarios y detractores del presidente, así como a algunas figuras involucradas cercanamente en el drama histórico que se vivió en ese sexenio. Entender cómo el presidente Calderón llegó a su diagnóstico de los “retos que enfrentamos” (Calderón, 2015) como él los llama, a la selección de instrumentos para oponerse a esos desafíos y a los resultados obtenidos, es tarea indispensable para que el México de la tercera década del siglo xxi aprenda de su propia historia y no caiga en los mismos errores de las primeras dos.

      Dicho esto, este libro no pretende poner frente al lector opiniones o juicios académicos, sino recoger los testimonios de quienes fueron personajes centrales y periféricos, todos importantes, de la estrategia de seguridad calderonista. Al concluir casi tres docenas de entrevistas, lo que es evidente es que hay muchos claroscuros históricos y que hay lugar para muchas hipótesis e interpretaciones de lo que realmente sucedió, y de su gratuidad o su perentoriedad. Los testimonios recogidos quedan en manos del lector para que sea éste quien juzgue la estrategia y las visiones de cada uno de los entrevistados. Esperamos que este libro sirva también como un elemento de aprendizaje para los agentes decisores en materia de seguridad pública en el futuro.

      La idea de la verdad histórica

      Después de haber llevado a cabo estas entrevistas a lo largo de casi cuatro años y de haber atendido muchas perspectivas sobre lo que sucedió en el sexenio calderonista, con el afán de extraer las lecciones esenciales para el futuro de México, a los autores nos quedó una enseñanza central: la historia misma no contiene una verdad, sino muchas. El cronograma de una historia puede contener hechos, datos, personajes con nombres y apellidos y eventos específicos, pero éstos no son equivalentes a la verdad. Ésta es mucho más subjetiva y maleable y se encuentra en la percepción de quienes dan y reciben el recuento de lo sucedido.

      Este debate no es trivial, ya que nos encontramos en un mundo en donde la misma ciencia está en crisis, en pleno estado de desmantelamiento de la realidad a favor de muchas realidades paralelas, y en donde prevalece un ambiente de interpretación, aun entre quienes contemplan los mismos hechos, los mismos datos, los mismos personajes y eventos de manera sincrónica. Más aún, como muchos de los entrevistados fueron testigos de un periodo que empieza a quedar cada vez más en el pasado, sus propios juicios de lo que apreciaron en aquellos momentos comienzan a ser tamizados por el tiempo y la memoria. En consecuencia, el proyecto de recoger la versión íntima de

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