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la década de los ochenta cuando el 76 por 100 de la población tenía su actividad en el sector primario.2

      Las comunicaciones eran escasas y muy costosas a finales de la década de los ochenta. Era una de las tres provincias españolas que carecía de ferrocarril pues los dos o tres que existían eran de trayecto corto y de uso particular destinados al arrastre de minerales. Hasta 1895 no se inauguró el ferrocarril Almería-Guadix y hasta el 1899 la capital de la provincia no se conectó con Madrid por vía ferroviaria. Fue a mediados de la última década del siglo cuando el ferrocarril Baza-Lorca surcaba el valle del Almanzora y empezaba a sacar el mineral de hierro de las menas de Serón. Respecto a las carreteras sólo existían 427 km en explotación y 111 en construcción en 1887.3 Los tres puertos abiertos en las costas, el de Almería, Garrucha y Adra, paliaban en parte los efectos «deplorables» de la insuficiente red viaria. Constituían la puerta abierta al exterior de la economía provincial y las infraestructuras claves para el desarrollo de la actividad productiva, además de un elemento dinamizador en la transformación urbana de Almería capital.

      La provincia estaba lejos de indicadores de modernización en servicios de información. A finales de los ochenta el servicio de correos estaba encomendado a una administración en la capital y a siete administraciones subalternas en los pueblos. El telégrafo llegaba sólo a la ciudad, a los pueblos de producción minera de Sierra de Gádor (Dalías, Berja, Adra) y de Sierra Almagrera (Garrucha, Cuevas, Vera) y a Vélez Rubio. Todo ello para una población de más de 325.000 habitantes y 101 municipios. El teléfono y la electricidad llegan prácticamente de la mano a la provincia. Hay noticias en 1888 de la instalación de una central telefónica en la ciudad de Almería y del establecimiento de una dinamo en los talleres de fundición de Cumella y Cía. que alimentaba a una docena de lámparas. La red telefónica tardó en implantarse en la capital y la provincia y no se consigue el establecimiento de una red telefónica de alcance hasta 1907.

      El analfabetismo era generalizado entre las capas populares de los barrios de la ciudad y las zonas rurales. Almería daba el mayor índice de analfabetos de toda Andalucía con un 86 por 100 a finales del siglo XIX y principios del XX. La ratio de escuela por habitante en 1887 era de una por cada 1.003 habitantes cuando la ratio media de España no pasaba de 561. Altos índices de analfabetismo y escuelas mal atendidas4 eran entre otros el resultado de la dejación del Gobierno central del servicio público de la instrucción en manos de los ayuntamientos. La enseñanza secundaria contaba con 452 alumnos matriculados en 1887 entre el Instituto de la capital y los colegios incorporados de los pueblos de Purchena, Berja, Vera, Huércal-Overa, Alhabia, Sorbas, Vélez Rubio, Terque, Oria, Cuevas y Albox.5 De las siete Escuelas de Artes y Oficios que se crearon en noviembre de 1886 en España con la finalidad de formar obreros y artesanos en los oficios tradicionales fue concedida una a Almería gracias a la influencia del político liberal Carlos Navarro Rodrigo. Más de un centenar de médicos y una cincuentena de practicantes atendían la sanidad de la provincia. Sin embargo, el nivel de mortalidad era del 37 por mil, superior al 33 por mil de la media andaluza y muy por encima de la media nacional cuyo valor era del 31,5 por mil habitantes.

      La Almería del último tercio del siglo XIX era una sociedad liberal consolidada. Una minoría de hombres de negocios, mineros, exportadores, hombres de profesiones liberales y terratenientes de viejo y nuevo cuño, asentada definitivamente en una ciudad en pleno proceso de urbanización, ocupaba los espacios sociales y políticos del poder liberal. El avanzado proceso de secularización conseguido en las décadas centrales del siglo retrocedía ante la ofensiva de la Iglesia en los años de la Restauración. La llegada al Obispado de la provincia de José María Orberá y Carrión en 1875 marcó la línea de inflexión. La recuperación de espacios religiosos desamortizados, la apertura de colegios de carácter religioso y las misiones jesuíticas en pueblos y barrios de la ciudad visualizaban la ofensiva de la Iglesia por recuperar poder sobre las conciencias, espacios públicos y educativos. No es ajeno a ello la réplica dada por los sectores liberales democráticos explicitada en la proliferación de logias masónicas en la ciudad y pueblos de la provincia, la constitución de un grupo librepensador y el repunte anticlerical del fin de siglo almeriense.6

      La situación de las clases populares era crítica. La miseria reinaba en los campos y pueblos de la provincia como consecuencia directa de la falta de trabajo, la paralización del comercio, la crisis de subsistencias y el peso abrumador de las cargas públicas, especialmente del impuesto de consumos que los caciques cargaban sobre los pueblos. En la capital se calculaba unos seis mil obreros sin trabajo a principios de la década de los noventa en una población que no llegaba a las 38.000 personas.7

      Las condiciones de vida de los trabajadores apenas habían cambiado desde mediados de siglo. En 1841 el Ayuntamiento de Almería informaba que los jornaleros ganaban 5 reales diarios pagados en metálico con la excepción de los trabajadores del campo o mozos de labranza que sólo recibían de 40 a 60 reales mensuales más la manutención. La situación de los obreros mineros almerienses que describe Casimir Delamarre en 1867 continuaba en plena vigencia cuando el ingeniero francés Juan Piè y Allué visitó las minas de Sierra Almagrera en 1883.8 Ambos coincidían en el siguiente panorama: un jornal entre 6 y 9 reales de los que tres eran para la manutención; más de 12 horas de trabajo; una media de edad que apenas sobrepasaba los 30 años; total desprotección de la infancia, ya que «cuadrillas de niños transportaban todo el día o toda la noche sobre sus desnudas espaldas espuertas de mineral»; una alimentación mediocre consistente en agua tibia coloreada de pimentón por la mañana, un rancho de patatas, habichuelas o garbanzos al mediodía y un pimentón por la tarde.

      El recurso que quedaba a los trabajadores era la emigración a la capital de la provincia, que desde mediados del siglo XIX estaba experimentando un fuerte proceso de urbanización, y sobre todo hacia Argelia, a la zona del Oranesado, adonde solían dirigirse habitualmente desde los años treinta. En los primeros años de la Restauración la explosión migratoria de la provincia hacia Argelia llegó a ser tan alarmante que algunos pueblos se quedaron sin personal para atender las cuestiones administrativas.9 La emigración sirvió de válvula de escape al conflicto social en Almería. A diferencia de otras provincias andaluzas, durante los años ochenta y primer quinquenio de los noventa apenas se desencadenaron conflictos sociales de importancia en la provincia.

      Caciques y clientelas conservadoras y liberales se repartían, bajo la batuta del gobernador civil de turno, la influencia y el presupuesto en el poder local y provincial, además de la representación política que les dejaba el ministro de Gobernación en la circunscripción de Almería y los distritos uninominales de Berja, Sorbas, Vera, Purchena y Vélez Rubio. La hegemonía política de la burguesía democrática provincial había quedado truncada tras el fracaso del Sexenio Democrático (1868-1874) y el tránsito de los años revolucionarios a la Restauración, y su trayectoria posterior significó una pérdida de protagonismo de los políticos almerienses en las esferas del poder central, lo que llegó a convertir a la provincia en la más cunera de España según señalaba el mismísimo Conde de Romanones.

      Republicanos y en menor medida socialistas fueron la oposición al sistema canovista. Gran parte de las corrientes democráticas que habían desempeñado un papel fundamental en la vida política de los años del Sexenio Democrático pasaron a encuadrarse en las distintas corrientes y partidos republicanos que tuvieron actividad política durante las últimas décadas del siglo XIX: posibilistas, federales, progresistas y centralistas. Integrados por profesores, comerciantes, artesanos, obreros de oficios tradicionales y hombres de las profesiones liberales, nutrieron y dieron vida a instituciones culturales de la capital como el Ateneo de Almería, las logias masónicas de la capital y la provincia, y fomentaron el mutualismo obrero.10

      El republicanismo almeriense de la Restauración no fue sólo un fenómeno urbano, también se extendió por las zonas rurales de la provincia. A pesar de la división de las familias republicanas almerienses, las posiciones del centralismo salmeroniano se hicieron hegemónicas a finales de siglo gracias al carisma personal y vinculación familiar a la provincia y a la práctica disolución del federalismo. Las relaciones entre republicanos y socialistas fueron distantes y enfrentadas hasta 1910. Con la conjunción republicano-socialista se llegaría a una situación de entendimiento coyuntural que no logró afianzar bases sólidas en la provincia. El obrerismo

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