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—Como lo nuestro era para siempre, for ever, si algo salía mal, todo se iba a ir a la cresta.
—Me queda muy claro que tus espacios de participación están en Chile.
—Quizás fue bueno que me lo aclararas, porque, como te decía, al hablar con otras personas, pensaba en la posibilidad de que podríamos estar juntos aquí en Barcelona.
—No me acuerdo.
—Te ves rico en esa foto, también.
—Hay una canción de Inti Illimani que me gusta, porque me recuerda a ti.
—No es tan conocida.
—Aparece en el disco Lugares comunes.
Tú no te irás.

      Ven, mi amor, en la tarde del Aniene y siéntate conmigo a ver el viento. Aunque no estés, mi solo pensamiento es ver contigo el viento que va y viene. Tú no te vas, porque mi amor te tiene. Yo no me iré, pues junto a ti me siento más vida de tu sangre, más tu aliento, más luz del corazón que me sostiene. Tú no te irás, mi amor, aunque lo quieras.

—Me gusta cuando dice: “Y siéntate conmigo a ver el viento”, me recuerda cuando paseábamos en bicicleta por Colina.
—En ese tiempo nuestro amor era inocente.
—A veces creo que todavía me estás castigando.
—Deben estar en proceso de inscripción en las universidades.
—La Mary va a hacer un magíster ahí.
—Oye, me compré un computador portátil. Pero ahora estoy en un cyber, porque vine a bajar unos programas.
—Se ve todo verde, ¿por eso lo dices?
—Pero si Fiona es mi ideal de belleza crítica.
—No te voy a hacer rollo.
—¿Te mando fotos de la casa nueva?
—Me tengo que ir, ¿te llegaron?
—Se completó la transferencia de “Ivana_001[1].jpg”.
—Voy al cine.
La vida secreta de las palabras.
Ivana envía un guiño: Reproducir “Zumbido”.
—Entonces, ¿queda pendiente la fecha?
—Te quiero.
—Chao.

      No quiero que llegue el día/Carpeta: Borradores

      De: [email protected]

       Para: [email protected]

       30 de enero de 2006 a las 23:10

       Asunto: No quiero que llegue el día.

      Quisiera que este momento no hubiera llegado. Traté de aferrarme a la ilusión de que íbamos a estar juntos for ever.

      No quiero caer en la actitud recriminadora tradicional, pero quizás la historia aún no se ha transformado por completo. Me he dado cuenta de que mi actitud de escribirte un correo a diario es un modo de compensar la añoranza que siento, producto de la distancia física. ¿Qué se puede hacer en el actual contexto?

      Te quiero escribir de forma sincera. Por momentos siento que me sigues castigando por lo que hice y nunca en la vida me vas a perdonar, o yo no me voy a perdonar a mí misma, si tú no me perdonas.

      Cuando comenzamos a juntarnos nuevamente, lo vivía como una compensación afectiva. ¿Una relación puede sostenerse en base a eso? Por un tiempo creí que sí, que había llegado el momento de que la vida me diera lo que me había quitado: me había ganado la beca, vivía sola en el centro de Santiago y estábamos juntos otra vez. No necesitaba nada más. Quería quererte y que todo el mundo lo supiera.

      Me es difícil reconocer qué era exactamente lo que sentía por ti, tal vez, me dabas identidad y sentido de pertenencia con tu discurso crítico. Te quería por lo que siempre has representado para mí: rebeldía, coherencia, mi Lucho, mi lucha, la lucha social, una adolescencia de exclusión, compromiso y acción.

      Ahora, a la luz del tiempo, quisiera congelar esos años de las colonias urbanas y quedarme en ellos. Quería que me nombraras la princesa de tu esquina, que nos amáramos en el sillón de tu casa y nos prometiéramos amor eterno, oyendo a Los Fiskales y tomando chela. Anhelo volver atrás y pasar la noche contigo en un carrete del 40, contarte lo que leo y que me hables de tu revolución popular o pasar la madrugada en un bar del Barrio Brasil y que no amanezca nunca esta nueva situación. Que no llegue el día de la partida de tu casa, de tu cama y de Colina.

      Hoy he decidido mirarte de frente y ver qué es lo que representas para mí. Aunque idealice Colina, estoy en otra, quisiera seguir conectada con ese paraíso de barro y vino en caja, pero ya no soy la misma, debemos reconocer que ya cambiamos.

      No puedo sostener esa idealización de la pobreza. Y es lo que más quisiera, créeme: volver a la población Las Águilas, a la educación pública, a la parroquia, a la precaria vida de universitaria becada, sentir que Bryce Echeñique escribió ese libro pensando en nuestra historia, como repetías. Convencerme de que ahí está nuestra receta, un manual de consulta en caso de vacilación.

      ¿Qué nos enamora hoy?

      A la distancia se hace difícil que nos reconozcamos y nos veamos cómo estamos ahora. Te quiero porque eres una persona crucial en mi vida y porque eres necesario para el mundo. Pero eso no basta para enamorarse. ¿Qué nos pasó? ¿Me castigas por lo que hice?

      Luchito/Carpetas: Borradores

      De: [email protected]

       Para: [email protected]

       27 de septiembre de 2009 a las 3:46

       Asunto: Luchito.

      Cuando te conocí te encontraba el mino más lindo, transgresor y cristiano del 40 y del mundo. En ese tiempo sentía que tenía que agradecer que te fijaras en mí. Puse en práctica lo que me había enseñado Daniela Romo a mí y a todas las niñas de Latinoamérica. Tú eras mi príncipe.

      Siempre me criticaste porque me gustaba leer. En el fondo, no podías darme reconocimiento, porque dentro del mundo flaite nadie puede destacar por algo positivo; además, como eras machista, nunca ibas a halagar las habilidades intelectuales de una mujer —igual de flaite que tú—. Era como si siempre compitiéramos: ¿quién era la persona más católica?, ¿quién trabajaba mejor con las niñas y los niños?, ¿quién hablaba con enfoque de género?, ¿quién era más de izquierda? Y, finalmente, te pusiste a estudiar lo más parecido a mi carrera, porque estudiar lo mismo hubiera sido interpretado como un guiño de admiración.

      Tampoco pude relacionarme con tu familia en su real dimensión. ¿Te acuerdas cuando fuimos a San Sebastián? Estábamos en la playa, tu gente decía que tenía bonito el pelo, querían hacerme trenzas y me encontraron liendres.

      Los piojos me los habían pegado los niños de las colonias urbanas, pero no dijiste nada; te burlaste igual que el resto.

      En la escuela 360, también me habían encontrado piojos y desde entonces todo el curso me decía “piojenta”, hasta el niñito que me gustaba; me daba tanta vergüenza que me iba todo el camino llorando pa’ la casa. Una vez llegué a encerrarme en el baño. Ahí estuve harto rato, hasta que vi una gillette y me hice pequeños cortes en las piernas, como jugando. Esos minúsculos cortes y las hebras de sangre que brotaban extrañamente me calmaron. Durante las noches de insomnio, con los ojos cerrados me toco las costras, son líneas de un sistema braille que he creado para dejar por escrito el dolor sobre mi piel.

      En ese tiempo me tiraban el churro en la población y muchos cabros de la parroquia se me declaraban, pero no tenía ojos para nadie más. Sentía que te daba rabia haberte enamorado

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