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      Cafiche de mi corazón

       Autora: Iskra Pavez Soto Editorial Forja General Bari N° 234, Providencia, Santiago-Chile. Fonos: 56-2-24153230, 56-2-24153208. www.editorialforja.cl [email protected] Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Fotografía de solapa: Eva Vera Primera edición: enero 2021. Prohibida su reproducción total o parcial. Derechos reservados.

      Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

       Registro de Propiedad Intelectual: N° A–304.044

       ISBN: Nº 978-956-338-509-0

       eISBN: Nº 978-956-338-510-6

      A las princesas

      El amor ha sido el opio de las mujeres Kate Millet

       1. PACTO DE AMOR

      Ojalá escribiera un libro sobre ti y tú, en la soledad de tu cuarto te buscaras enardecido Andrea Blanqué

      Nuestros cuerpos/Carpeta: Enviados

      De: [email protected]

       Para: [email protected]

       16 de octubre de 2005 a las 10:23

       Asunto: Nuestros cuerpos.

      Ayer te escribí un mail laaaaaargo para recordar nuestra historia desde sus inicios, pero se me borró y no alcancé a enviarlo. ¡Me dio tanta rabia! Decía algo así como esto:

      Ahora que estoy lejos, siento que te amo más. Quisiera que estuvieras aquí conmigo, en mi piso de Barcelona y no allá en Colina, a más de diez mil kilómetros de distancia.

      Siempre me acuerdo del día en que te conocí: con un grupo de voluntarios de la parroquia fuimos a hacer colonias urbanas al paradero 40, a la población Claudio Arrau, departamentos fiscales recién entregados. Nos habían dicho que los niños no tenían vacaciones, porque sus papás debían trabajar, entonces, se quedaban solitos todo el día. Primero pasamos por las casas inscribiendo y al otro día nos juntamos en la cancha de la Rosita Renard (en ese tiempo era una plaza y ahora es un basural), les pintamos las caritas y pusimos música. De repente llegaste a preguntar que qué estaba pasando. Te contamos y dijiste que ustedes tenían sus propios grupos de acción social y no necesitaban que unas niñitas cuicas fueran a hacer caridad (ahí me enamoré de ti). Te dije que no éramos cuicas, que vivíamos en Las Águilas y que solo hacíamos lo que Cristo hubiera hecho en nuestro lugar (ahí te enamoraste de mí).

      Ese verano pudimos hacer las colonias urbanas con la condición de que Los de Abajo, tu club deportivo y social, también participara. Después de trabajar todo el día en la Peto, de sol al sol como temporera, me iba al 40 y cuando llegaba tenías todo organizado. Nos poníamos a jugar con los niños y les dábamos once con las ayudas de la JUNAEB o de la Vicaría.

      Me acuerdo que una tarde nos pasamos a La Ponderosa por debajo de la pandereta, a través del canal de mi casa, nos bañamos todo el día en la piscina y después salimos por la puerta principal, como si nada. Otras veces, íbamos a bañarnos al río Colina (cuando todavía tenía agua), a los pozones de La Comaico o a las compuertas de Peldehue. Lo mejor era cuando el padre Charles nos llevaba en su furgón a la piscina del Carvajalino de Esmeralda, me gustaba ese lugar porque estaba lleno de árboles milenarios. Cuando no había nada mejor, ustedes abrían el grifo de la Rosita Renard y nos bañábamos ahí tomando sol en unos colchones viejos. Qué cuma, je, je. Te recuerdo flaco, pelito largo, jeans gastados, zapatillas Adidas y tus infaltables poleras de Nirvana.

      Cuando volvimos a clases en marzo, en la tarde nos juntábamos a tomar la micro en Mapocho o nos veíamos en la misa de las ocho y a la salida nos quedábamos conversando afuera de la parroquia. En esos encuentros cambiábamos el mundo y soñábamos con lo que íbamos a hacer cuando fuéramos grandes. También se quedaban los chiquillos, como el Feo o la Mary y hasta el padre Charles salía a hablar un ratito; una vez me dijo que no estudiara tanto, porque iba a dejar de creer.

      Mis compañeras del colegio me decían que el hombre tenía que ir a dejar a la mujer, pero yo me creía moderna y te iba a dejar al 40. De vuelta tomaba un colectivo a mi casa o me iba caminando; además, no podías entrar a Las Águilas, porque los hueones del Colo te tenían amenazado.

      No queríamos separarnos. Los fines de semana pasábamos jugando con los niños en las actividades de las colonias urbanas. Yo era feliz, aunque, ahora, a la distancia, me parece increíble que pasáramos tantos meses juntos sin darnos siquiera un besito, en plena adolescencia. Personalmente, me encantaba ese ritmo lento y profundo de nuestro vínculo. Le decía a la Mary que eso lo hacía especial. Te encontraba el mino más rico del 40, de Colina y del mundo; hubiera pasado toda mi vida así, compartiendo mis días contigo.

      Durante harto tiempo nos dimos puros besos. Me acuerdo una vez que apostamos si éramos capaces de besarnos todo el camino (de Mapocho a Colina). Íbamos por la Panamericana al fondo de una micro llena, y se hacían tacos. Nos demoramos caleta, así que nos dimos un beso laaaaargo mientras todo el mundo nos miraba; quería parar, pero no me dejabas y me mordías los labios para que siguiera pegada a ti. En La Corvi nos detuvimos y ahí nos dio un ataque de risa, parecíamos locos, estábamos locos de amor.

      Cada día que pasaba, sentíamos más ganas de hacerlo, pero creíamos que era pecado y queríamos ser la pareja más católica de la parroquia de Colina. ¿Te acuerdas cuando fuimos a la caminata de Los Andes y nos confesamos con un cura que nos dijo que, si nos amábamos de verdad, lo hiciéramos nomás, pero sin condón, porque si dios quería enviarnos un hijo, debíamos aceptarlo?

      El deseo crecía cada día más, incluso contra nuestra propia voluntad. En las noches, nos quedábamos en el sillón de tu casa, viendo películas hasta tarde, con la luz apagada. Una vez nos pilló tu mamá y nos tiró el medio discurso sobre la castidad de las parejas católicas, decía que si queríamos hacer algo teníamos que casarnos.

      Me sentía culpable y me pasaba confesando, pero era obvio que nos queríamos. ¿Podía ser pecado nuestro amor? Yo te dije que quería hacerlo, que deseaba que tú fueras el primero en mi vida y yo ser la primera en la tuya; tú decidiste que no, porque querías llegar virgen al matrimonio. Al final, aceptaste, pero no teníamos dónde, entonces nos fuimos a acampar a El Bosque del Litre. Habíamos ido allí con tu club deportivo y era un lugar tranquilo, lejos de Colina, con árboles nativos, un río y ese aire de precordillera.

      ¿Te acuerdas cómo fue nuestra primera vez?

      No quiero que se me olvide nunca, por eso voy a contártelo como si no lo supieras: fue el día que detuvieron a Pinochet en Londres, así que todo el mundo andaba en otra y nadie se dio cuenta. Nos juntamos en la misa de las ocho. Después nos fuimos al Montse y tuve que comprar condones en la farmacia, porque a ti te daba vergüenza. Nos mirábamos todo el rato con complicidad. Tomamos la micro del Turco y nos bajamos en la entrada del Fuerte Arteaga, caminamos por la carretera tomados de la mano y en silencio. Llegamos a El Bosque del Litre como a las nueve de la noche, hicimos una fogata, cantamos, comimos papas fritas y tomamos vino en caja, después nos tendimos a mirar las estrellas y a pedir deseos. Cuando me explicabas las constelaciones, te pregunté por tu infancia y me contaste que habías vivido en la población Juan Antonio Ríos de Conchalí, luego escribimos en mi agenda un pacto de amor: íbamos a estar siempre juntos, for ever, y lo firmamos.

      Armamos la carpa y con la luz de la linterna nos sentamos de frente sobre los sacos de dormir, nos sacamos la ropa con calma, sin dejar de besarnos, nos acariciamos y nos frotamos. Me sentía lista para que entraras en mí y te quedaras allí eternamente. Te pusiste

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