Скачать книгу

      © LOM ediciones Primera edición, diciembre 2018 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN: 978-956-00-1130-5 eISBN: 9789560012791 Coordinación general: Grínor Rojo / Carol Arcos Coordinación del volumen: Bernardo Subercaseaux Edición de textos: Catalina Olea Motivo de portada: «La cueca», óleo sobre tela de Mauricio Rugendas, hacia 1843 Edición, diseño y diagramación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 [email protected] | www.lom.cl Tipografía: Karmina Registro N°: 212.018 Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

      Prefacio

      Carol Arcos y Grínor Rojo

      Presentamos aquí el segundo volumen de los cinco previstos para nuestra Historia Crítica de la Literatura Chilena. Este está dedicado a la producción literaria que en nuestro país se genera en torno a los procesos de Independencia y formación del Estado nacional o, dicho de una manera más exacta, consagrado a aquella producción que aparece en el período que abarca desde la Primera Junta Nacional de Gobierno hasta las décadas del setenta y ochenta del siglo XIX (la modernización de Santiago que lleva a cabo el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, entre 1872 y 1875, la Guerra del Pacífico de 1879 a 1883, el fin de la mal llamada Pacificación de la Araucanía en 1883 y el paso por Chile de Rubén Darío, entre 1886 y 1889, son límites histórico-culturales admisibles para un deslinde cronológico competente de este período). En lo esencial se trata del primero de los cuatro volúmenes con que nos hemos propuesto cubrir la era republicana y que, como muy bien lo explica su coordinador, Bernardo Subercaseaux, se ocupa de una literatura que entonces se está produciendo en –a la vez que contribuyendo a– la configuración de una identidad nacional. Las máximas figuras de la época, Bello, Lastarria, Blest Gana incluso el muy americanista Bilbao, así lo entienden. La literatura no se ha diferenciado aún entre nosotros a estas alturas, o no se ha diferenciado completamente, de otras modalidades de discurso. El tiempo de lo literario en el sentido moderno de este vocablo no ha llegado a nuestro país todavía, aun cuando sea ya posible avizorar, en algunos casos excepcionales, esa especialización por venir.

      Como ha sido nuestra intención para la totalidad del proyecto, privilegiamos en el presente volumen, y con mayor razón al tener en cuenta la índole todavía imprecisa de lo literario, la conexión entre literatura y sociedad, a la vez que prestábamos la atención que requiere a la pregunta por el canon. Considerando que la nuestra aspira a ser una «historia crítica», no lo sería si nos quedáramos satisfechos con la reproducción del panteón de lo existente y ya legitimado o a repetirlo en los mismos términos en que se lo conoce hasta la fecha. A sabiendas de que el canon literario se está construyendo y reconstruyendo siempre, por lo que, aun cuando el presente no lo invente, sí lo selecciona y lo jerarquiza, nuestra tarea ha consistido en poner el canon chileno al día, en hacer que esa literatura chilena de otros tiempos dialogue con los gustos y preocupaciones de los lectores de hoy. Quisimos, por ejemplo, que tuvieran ahora su lugar la escritura de las mujeres del siglo XIX, así como el testimonio de las voces indígenas, ambos importantes pero tratados descuidadamente en historias anteriores a la nuestra.

      Reiteramos que el lector que hemos previsto es un lector culto, tanto nacional como internacional, pero no necesariamente un lector especializado. Esperamos así que este volumen, con el que damos comienzo a nuestra presentación de la era republicana, pueda también constituirse en una fuente de consulta estándar para todos aquellos que piensan, que todavía piensan, que la escritura, y sobre todo la escritura producida con fines estéticos, es merecedora de algún aprecio. Es el valor del atrevimiento poético del cual hablaba Andrés Bello, esa figura fundacional de la cultura chilena, en su legendario discurso de instalación de la Universidad de Chile, el 17 de septiembre de 1843.

      Agradecemos a todos quienes han cooperado con nosotros. A los diecinueve articulistas, maestro cada uno de ellos en su especialidad respectiva; a Bernardo Subercaseaux, coordinador del tomo, así como a sus colaboradores; a Catalina Olea, que se encargó de preparar la edición; a los colegas del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad de Chile y a su directora, la profesora Lucía Stecher, que nos otorgaron un respaldo permanente, interesados únicamente en la calidad de lo que deseábamos producir; a LOM ediciones y en particular a Silvia Aguilera, que con tanta generosidad y paciencia disculpan nuestros atrasos; y, cómo no, a la secretaria de las secretarias, a Marieta Alarcón.

      Santiago de Chile, 22 de mayo de 2018

      Introducción

      Bernardo Subercaseaux

      Si pensamos en términos amplios, el gran tema y la gran tarea en que están empeñados los escritores, intelectuales y políticos del siglo XIX es en la construcción de la nación. Particularmente en la primera mitad del siglo, y hasta 1860, figuras como Camilo Henríquez, Juan Egaña, José Victorino Lastarria, Andrés Bello, Francisco Bilbao, Benjamín Vicuña Mackenna e incluso Alberto Blest Gana están comprometidos –a través de sus distintos quehaceres: la política, el servicio público, la diplomacia, la historiografía y la literatura– con la idea de construir una nación moderna, que obedezca a una cosmovisión de cuño ilustrado y que, en desmedro del providencialismo religioso, abra las posibilidades de la agencia humana –en todos los órdenes, ya sean políticos, económicos y culturales. El discurso de la élite y de los letrados criollos (todos los nombrados forman parte de esa cofradía) escenifica la construcción de una nación de ciudadanos. Se trata de educar y civilizar en el marco de un imaginario de progreso de rasgos utópicos, un imaginario que en el plano político e ideológico se expresa en las vertientes republicana y liberal, en la conciencia de que la educación y la literatura están destinadas a desempeñar un rol central en esta tarea. No hay que olvidar, en este plano, el aporte de algunos exiliados argentinos como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi.

      Se entiende a la nación y la República como una institución política nueva, distinta de los imperios, de las monarquías y de los principados, lo que implica un corte radical con el pasado colonial. Los letrados liberales, que son desde 1842 el sector más activo de la cultura escrita, se auto-perciben situados en la vivencia colectiva de un tiempo que perfila un «ayer» hispánico y un Ancién Regime que se rechaza y que se considera como un residuo, como un «antes» que cabe «regenerar». Tal es el ethos anímico que desde la emancipación caracteriza al sector más significativo de la intelligenzia letrada, la que se manifiesta y actúa en su dimensión operativa de modo creciente en distintos dispositivos, como son los aparatos e instituciones del Estado, la prensa, el sistema educativo, el parlamento, la diplomacia, la historiografía y también en las obras literarias. Se trata de establecer una nación y al mismo tiempo una literatura nacional. Es dentro de este contexto que la mayoría de los escritores decimonónicos son intelectuales polifacéticos que transitan en diferentes espacios, cuyas obras en casi todos los casos incluyen, además de sus creaciones literarias, textos políticos, diplomáticos, históricos, jurídicos y periodísticos. En esa perspectiva puede afirmarse que durante gran parte de siglo XIX la literatura carece de autonomía y que transita desde la literatura de la Independencia, con vocación fundacional y utilitaria, hasta la independencia de la literatura, con vocación estética. Este recorrido se plasmará a fines del siglo, particularmente con el modernismo rubendariano. Hay en este tránsito algunas excepciones y anticipaciones; escritores cuya obra está a medio camino de este recorrido. Por ejemplo, el caso de Alberto Blest Gana, sin duda el autor más significativo del siglo XIX, cuya presencia está relevada en el tomo que el lector tiene entre sus manos.

      En términos de realidad histórica, el Chile del siglo XIX fue una nación más bien oligárquica, excluyente y centrada en la capital y en Valparaíso. Una nación en la que, sobre todo en la primera mitad del siglo, persistían costumbres y estructuras sociales tributarias del pasado colonial (pelucones, Partido Conservador e Iglesia Católica). Aun así, no fue una sociedad compacta o unívoca; de allí que plumas y pensadores importantes hayan acuñado, desde una mirada contestataria, el concepto de «regeneración». Dicho concepto apuntaba a la necesidad de cambiar las conciencias

Скачать книгу