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      –¿Dónde vamos, mamá? –le había preguntado en un momento dado, y Caitlin supo que era el momento de decirle la verdad.

      Lo miró directamente a los ojos y tragó saliva.

      –Vamos a conocer a tu papá, Cameron. ¿Recuerdas que anoche te hablé de él? Ha venido a Inglaterra desde muy lejos para conocerte.

      Cameron se encogió de hombros y no dijo nada. Caitlin lo miró y el temor se apoderó de ella. ¿Y si el pequeño se quedaba deslumbrado por su padre igual que ella se había quedado en su momento? ¿Y si de pronto encontraba que ella era pobre y aburrida en comparación con su padre?

      Y de pronto estaban en la casa de Kadir, o tal y como había dicho Makim, su asistente, en una de sus múltiples propiedades. A Caitlin no le había gustado la noticia. Había esperado que la reunión tuviera lugar en territorio neutral, donde ella pudiera marcharse con su hijo en cualquier momento y nadie pudiera detenerla. No obstante, el coche los había llevado a la casa más bonita que había visto nunca, situada junto a London’s Regent’s Park.

      En los extensos jardines había varios guardas con walkie-talkies y bultos sospechosos bajo las chaquetas. Un par de perros guardianes merodeaban por el perímetro del terreno y Caitlin tuvo que convencer a Cameron de que no podía acercarse a acariciarlos. No era el tipo de sitio del que uno pudiera salir cuando quisiera.

      Caitlin deseaba que Morag estuviera con ella para darle un poco de apoyo moral, pero una sirvienta se la había llevado a la cocina para ofrecerle un té de menta.

      –¡Mamá! ¡Mamá, mira! –exclamó Cameron, soltándose de su mano para señalar un par de guepardos de piedra que estaban situados a cada lado de la gran puerta, como si estuvieran protegiéndola. Las dos estatuas estaban bañadas en oro y sus ojos verdes brillaban como si fueran esmeraldas de verdad.

      «Quizá lo sean», pensó Caitlin, mientras Makim llamaba a la puerta.

      Un sirviente vestido con túnica les abrió. No obstante, ella apenas se fijó en el sirviente. Estaba deslumbrada por el hombre que se acercaba a ellos y que miraba fijamente a Cameron, aunque el niño no hacía más que fijarse en las lámparas de araña con joyas incrustadas y en los cuadros de hombres a caballo. No obstante, el pequeño percibió que había alguien más en la habitación y Caitlin presenció el momento exacto en el que sucedió el principio de una historia de amor entre su hijo y el padre que nunca había conocido. Y experimentó como una puñalada en el corazón.

      Se fijó en que Cameron miraba a Kadir con los ojos bien abiertos y como el jeque se acuclillaba para ponerse a la altura del pequeño. Cameron lo miró con curiosidad y no se mostró cohibido por aquel desconocido que vestía de forma exótica.

      –Hola, Cameron –dijo Kadir.

      –Hola.

      –¿Sabes quién soy?

      –Creo que sí –hizo una pausa–. ¿Mi papá?

      Kadir asintió.

      –Sin duda, lo soy. Y me alegro de conocerte al fin.

      Kadir levantó la vista y miró a Caitlin un instante. Ella percibió rabia en su mirada y decidió que lo mejor era no reaccionar. Entonces, Kadir le tendió la mano a Cameron y el niño la aceptó.

      –¿Quieres que te muestre los cuadros que hay en la sala y que te explique quiénes son? –preguntó el jeque.

      –Sí, por favor.

      Era sorprendente, y Caitlin se quedó boquiabierta. Siempre habían estado solos, Cameron y ella. El niño no había crecido en una familia extensa, con tíos y primos y abuelos y, quizá, por eso era tan reservado. Aunque no lo pareciera en esos momentos. El pequeño se acercó a Kadir y le dio la mano. Caitlin los observó mientras se movían por la habitación y vio que se detenían frente a un cuadro grande.

      –¿Ves a ese hombre a caballo? ¿El que tiene la corona en la cabeza? Es tu bisabuelo.

      –¿Sí?

      –Sí. Era un guerrero famoso y un gran estudiante. ¿Y ves las montañas nevadas que hay detrás? Son las montañas de Xulhabi, donde a veces se pueden ver leopardos de las nieves, pero hay que estar muy tranquilo y buscar bien.

      –¿Podré ir a buscarlos?

      –Espero que sí.

      –Kadir…

      Caitlin deseaba decirle que tuviera cuidado, que no prometiera cosas que quizá no sucederían y que no llenara la cabeza de Cameron de guerreros y leopardos, pero Kadir continuó como si no hubiera hablado.

      –Dime, Cameron ¿sabes jugar al ajedrez?

      Cameron negó con la cabeza.

      –¡No sé lo que es!

      –Es un juego. Un juego con reyes y reinas y caballeros. Es un juego de estrategia y conspiración, algo muy necesario en este mundo y que yo te enseñaré.

      –¿Ahora?

      Kadir sonrió.

      –No, ahora no. Ahora es el momento de ofrecerte algo de beber. Debes estar sediento después del viaje. Además, tenemos muchas cosas que hacer esta tarde.

      Se abrieron las puertas y apareció una bella joven con Morag. Cameron, al ver a su niñera, corrió a sus brazos.

      –¡Morag, Morag! ¡Voy a aprender a jugar al ajedrez! Mi padre me va a enseñar.

      –¿Ahora?

      Morag miró a Caitlin con complicidad. Kadir se percató de la mirada, enderezó la espalda y dijo:

      –Morag, ¿por qué no te llevas a Cameron y acompañáis a Armina? –les sugirió–. Puede que tenga dulces de Xulhabi para que tomes con la bebida. ¿Alguna vez has probado el chocolate con sabor a pétalos de rosa y fruta de la pasión?

      En otro momento, el entusiasmo de Cameron habría enternecido a Caitlin, pero ese día se sintió vulnerable al ver cómo su hijo se marchaba con Morag sin mirar atrás y la dejaba a solas con el hombre con el que temía quedarse a solas, por múltiples motivos.

      No solo porque había congeniado con su hijo de una manera inesperada. O porque ella se había sentido excluida. No, era algo más básico Había descubierto que a pesar de todo el tiempo que había pasado, él seguía afectándola.

      Ella todavía lo deseaba. Anhelaba sentir sus labios sobre su boca y sus brazos alrededor del cuerpo, que la hiciera sentir como si hubiera encontrado el lugar que llevaba buscando toda la vida.

      Sin hacer nada, Kadir Al Marara había provocado que sintiera cosas que creía que había olvidado.

      Él iba vestido con una túnica de color gris que contrastaba con su cabello oscuro y que hacía que su mirada pareciera tan impenetrable como una noche sin estrellas. A pesar de que la ropa le cubría todo el cuerpo, todavía se podía distinguir su cuerpo musculoso.

      Caitlin se esforzó para mirarlo a los ojos y se aclaró la garganta:

      –Creo que el encuentro ha ido muy bien.

      –Yo también lo creo. Aunque quizá esperabas un resultado diferente. ¿Quizá que Cameron me rechazara y se negara a volver a verme?

      Ella negó con la cabeza.

      –Por supuesto que no.

      –¿De veras? –arqueó las cejas–. ¿No sería más fácil si fuera así?

      Ella no estaba dispuesta a discutir sobre ello. ¿Cómo iba a hacerlo si solo con tenerlo cerca ya no podía pensar con claridad? Bajó la vista un momento y trató de contener sus emociones. Cuando volvió a mirarlo, se encontró con un brillo de comprensión en el fondo de su mirada.

      –Sí –comentó él–. ¿El deseo puede ser muy inoportuno, verdad, Caitlin?

      –¿Disculpa? –preguntó ella, con el corazón acelerado.

      –Por

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