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Hijo secreto. Ким Лоренс
Читать онлайн.Название Hijo secreto
Год выпуска 0
isbn 9788413751078
Автор произведения Ким Лоренс
Жанр Языкознание
Серия Bianca
Издательство Bookwire
–Me importa muy poco cómo la llaman –dijo Lindy–. Lo único que sé es que, si oigo o veo a alguien hablando mal de mi hermana, habrán cavado su propia tumba.
Por dentro, la casa era mucho más grande de lo que parecía por fuera. Las paredes estaban pintadas de un color pálido, agradable. Parte de ellas eran de piedra y los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras.
Sam la siguió, con suficiente perspectiva como para fijarse en su escultural trasero.
Sin detenerse, recorrió toda la casa.
Había logrado calmarse para cuando llegó a uno de los cuartos de baño. Había un jacuzzi que invitaba a relajarse.
–¡Esto es increíble!
–¿Verdad? –dijo Sam.
–¡Menudo susto acaba de darme! Pensé que se había marchado! –estaba empezando a arrepentirse por haber perdido la compostura delante de aquel hombre. Durante años, se había acostumbrado a autocontrolarse y no entendía bien por qué extraño motivo le resultaba tan difícil con él.
–Como ve, estoy aquí.
–No se preocupe por mí.
–No lo hago. Pensaba ducharme.
–¿Qué? –exclamó, atónita.
Sam se estiró. El movimiento marcó escandalosamente los músculos de sus hombros, y Lindy no pudo evitar un vuelco en el estómago.
–¡No puede… –la hospitalidad de su hermana no podía llegar a aquellos extremos. Y, en cuanto a su propia integridad personal, cuanto antes se marchara Sam Rourke de aquella casa, menos posibilidades habría de incurrir en una nueva salida de tono o, quien sabe, tal vez algo peor.
–¿No se lo dijo Hope? Soy su huésped.
Lindy se quedó paralizada mientras él silbaba alegremente una canción.
Ella salió del baño.
¡No podía ser! ¡No era posible! ¡Tendría que vivir bajo el mismo techo con aquel hombre!
Sin pensárselo, abrió la puerta de golpe y volvió a entrar en el baño.
–¡No pienso quedarme aquí! –comenzó a decir ella.
–¿Se refiere a mi baño en particular o a la casa en general? –Sam no parecía muy impresionado por la afirmación. Con un descaro incomprensible para la estrecha mentalidad de Lindy, Sam se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos.
Lindy respiró profundamente y trató de recuperar la frialdad de la que solía hacer gala. Pero el monumento al arte del buen esculpir que tenía delante era lo último que necesitaba para enfriarse.
En pantalla, Sam Rourke era definitivamente atractivo y sexy. En directo, sencillamente, dejaba a cualquiera sin respiración.
Como una boba, se había quedado absorta ante aquel espectáculo.
–¿Ha visto bastante o es que piensa meterse conmigo en el baño? –su voz suave y profunda la hizo volver en sí–. Me da la impresión de que es usted quien necesita ahora una ducha, a poder ser de agua fría. Si vamos a vivir bajo el mismo techo, me gustaría que estableciéramos claramente las reglas de juego. A un hombre le provoca cierta inseguridad pensar que ni siquiera su baño es privado. Me he encontrado a algunas fans en lugares insospechados, pero esto es excesivo.
La sorna acompañada con el subtexto de «no eres diferente a las otras» fue lo que hizo que Lindy reaccionara.
Sin pensárselo dos veces, agarró la esponja que estaba al borde de la bañera. La agarró y se la lanzó a la cara.
Habría sido difícil determinar cuál de los dos se quedó más sorprendido con la acción, pero Sam fue el primero en recobrarse.
–Quizás esto te ayudará a enfriarte un poco –agarró la ducha y le disparó a la cara un chorro de agua fría.
Cegada por el impacto del agua, Lindy agarró una toalla y se la lanzó a la cara con todas sus fuerzas.
Hubo un profundo gemido de dolor.
–¡Quieres hacer el favor de bajar esa maldita ducha!
Fue en ese preciso momento cuando vio la sangre. Como médico, sabía que la sangre podía ser muy escandalosa, pero eso no impidió que se le encogiera el estómago.
No fue mucho más reconfortante ver a Sam apoyado sobre la pared, mientras se limpiaba la nariz.
–¿Cómo…
–Me has dado un golpe muy fuerte –dijo él.
–No era mi intención –comenzó a decir ella, casi mareada ante la idea de ser la causante de aquello–. No podía ver lo que hacía.
–Hope no me comentó nada sobre tendencias asesinas. Más bien me habló de una persona incluso excesivamente calmada.
–Ya me siento suficientemente culpable como para que te ensañes conmigo.
–Me alegro –respondió él .
Lindy cerró el grifo y se dispuso a hacer una chequeo profesional de la herida.
–Déjame verlo –le rogó–. Soy médico.
–¿Tan mal está el trabajo que tienes que herir inocentes para tener algún paciente?
–No eres ningún inocente –le dijo mientras inspeccionaba la catástrofe–. Bueno, no tiene muy mal aspecto. Creo que lo podríamos solucionar con un poco de hielo y un botiquín de primeros auxilios.
–Habla por ti misma. Yo necesitaría un trago. Puedo haber sufrido un shock.
–No has sufrido ningún shock, pero de ser así, lo último que te permitiría sería que bebieras.
–Hope tiene un botiquín en la cocina y un frigorífico.
Lindy se dirigió allí, y Sam la siguió.
–Está en el armario de la derecha.
–Lo estás poniendo todo perdido.
–Sí, doctora.
Lindy lo miró de soslayo. Daba enteramente la impresión de que se estuviera divirtiendo. Pero nadie que no fuera un completo idiota podía disfrutar en una circunstancia como aquélla.
Se puso de puntillas para agarrar el botiquín y él se quedó embobado mirándole las piernas.
–¡Imbécil! –le dijo ella al darse cuenta.
Él se rió.
–Siéntate. No llego –dijo ella bruscamente mientras trataba de curarlo.
Sam protestó mientras ella le limpiaba la sangre.
La piel de la zona no había perdido color. Seguramente no habría ninguna herida.
–Lloyd va … ¡Maldición! –dijo él al sentir dolor–. Como estaba diciendo, a Lloyd no le va a gustar nada esto. El que yo no sea capaz de rodar le va a costar a la productora muchísimo dinero.
–¡No se me había ocurrido pensar en eso!
Sam esbozó una sonrisa maliciosa.
–¿Qué pasa ahora? –preguntó ella.
–Bueno, deberías saber que tu camisa es completamente transparente cuando se moja.
Lindy se quedó completamente confusa durante unos segundos. Después, bajó la cabeza y comprobó que era verdad. ¿Por qué justamente aquel día había decidido no ponerse sujetador, algo que ella no tenía por costumbre hacer?
Sam le ofreció un paño de cocina para que se tapara.
–Esto puede ayudar a cubrir… el dilema.
Ella levantó