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      Las llaves de Lucy

      ©2019 José Luis Domínguez

      ©2021 de esta edición: Editorial Tequisté

      Corrección: M. Fernanda Karageorgiu

      Diseño editorial: Alejandro Arrojo

      Arte de tapa: Alejandro Arrojo

      1ª edición: febrero de 2021

      Producción editorial: Tequisté

      [email protected]

      www.tequiste.com

      ISBN: 978-987-4935-67-0

      Se ha hecho el depósito que marca la ley 11.723

      No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su tratamiento informático, ni su distribución o transmisión de forma alguna, ya sea electrónica, mecánica, digital, por fotocopia u otros medios, sin el permiso previo por escrito de su autor o el titular de los derechos.

      Libro de edición argentina

      Domínguez, José Luis

      Las llaves de Lucy / José Luis Domínguez. - 1a ed . - Pilar : Tequisté. TXT, 2021.

      Libro digital, EPUB

      Archivo Digital: descarga y online

      ISBN 978-987-4935-67-0

      1. Narrativa Argentina. 2. Violencia de Género. 3. Humor. I. Título.

      CDD A863

      A mi esposa, Marcela.

      A mis hijos: Matías, Verónica y Andrea.

      A mis nietos: Baltazar y Julieta

      Agradecimientos

      Agradezco a mi esposa que me dio confianza. Le pedí varias veces que leyera algunos capítulos mientras escribía Lucy. Pero ella prefirió mantenerse alejada de la historia y todos sus secretos. Quería que la sorprendiera con el libro terminado. “Aunque tal vez mejor que eso —me dijo varias veces— prefiero conocer tu libro cuando den la película en el cine”. Ah ja, ja... con semejante mensaje de optimismo, lo menos que podía hacer era demostrarle que lo intentaría, esforzándome en crear una historia de suspenso, cautivante y entretenida. ¡Gracias “Marce” por tanta confianza! Espero que cuando lo leas (antes de ir al cine) no te haya defraudado.

      Confié a mi amiga Teresita Libois, gran lectora y consumidora de novelas, la difícil tarea de lidiar con el primer borrador del libro. Se tomó el gran trabajo de leerlo de punta a punta. Dos o tres veces, según me contó. Le di “piedra libre” para que hiciera correcciones de sintaxis, errores u horrores que encontrara. Me hizo muchas sugerencias que en la mayoría de los casos acepté.

      A José Manuel Gayoso, un gran amigo de la vida, que, no siendo un consumidor de libros de ficción, igual le confié y pedí ayuda para que leyera mi libro y saber qué le parecía. Anotó y sugirió varios cambios, sobre todo en palabras mexicanas y del lunfardo argentino. Gracias “Pepe” por tus observaciones, fueron de gran valor.

      Y finalmente a mi equipo de Tequisté Ediciones, María Fernanda Karageorgiu y Alejandro Arrojo, que tuvieron que lidiar con la revisión del libro, maquetado y diseño de cubierta. Hemos tenido nuestras idas y vueltas y, como es lógico en todo proceso creativo, la diversidad de “colores”, opiniones y puntos de vista, producen un mejor producto. Mi único objetivo era que el libro tuviera un contenido que resultara atrapante y entretenido. Estoy muy conforme. Gracias por la paciencia a ambos.

      Fernanda y Alejandro hicieron un gran trabajo.

      Capítulo 1

      ¿Dónde estás? ¡Contesta, hija!

      Pueblo de Santa Lucía, México.

      Viernes 20 de mayo de 2011.

      Campo “La Preciosa”.

      La claridad de la mañana entra por la ventana de mi recámara en el primer piso. Despierto inquieto; hay demasiada luz natural. Trato de despabilarme, pero mis párpados no me responden y mi cabeza tampoco. No logro despertarme. Los calmantes que tomo todas las noches hoy me relajaron más de la cuenta. ¿Qué hora será?

      Adormilado, escucho ladridos de perros, pero los oigo como apagados, lejanos. Voy abriendo mis ojos. Ubico mi reloj despertador y distingo la hora, me sobresalto ¡Son las 8:12 horas! ¡Cómo me dormí!, y Evelyn no vino a despertarme.

      Muevo los pies fuera de mi cama. Con malestar, me siento en el borde e intento levantarme, pero mi espalda cada día está peor. Los medicamentos no me hacen nada. Si esto se prolonga, dentro de poco, ni siquiera podré manejar el tractor y menos caminar o bajar las escaleras.

      ¡Qué inaudito que Evelyn no me llamó para desayunar! Muy anormal. ¿Me habrá visto anoche quejarme de mi cintura y, ante eso, me dejó dormir más tiempo? Tal vez.

      —¿Evelyn, mi amor, estás en la cocina desayunando? —silencio total, nadie contesta. Solo se siente el ladrido apagado de los perros que aún no distingo muy bien por dónde se encuentran.

      Me levanto al lado de mi cama, pero mi cintura no me permite ponerme todo lo derecho que quisiera.

      —¿Evelyn, estás ahí, cariño? —nadie responde.

      Busco mi ropa de trabajo, me cambio y bajo despacio por la escalera para no caerme de cabeza, hasta que mis músculos se calienten un poco. Llego hasta la planta baja. La cocina está vacía. Veo dos tazas usadas dentro de la pileta. Miro al costado de la chimenea, la cama provisoria donde anoche durmió nuestro invitado está desarmada. Vacía.

      Salgo de la casa y me freno en la galería. Pongo mis sentidos alertas, a ver si escucho algo. Siento los ladridos de los perros algo más fuertes, pero son ruidos amortiguados. Deben estar por el fondo. Hasta que me oriento mejor y me doy cuenta de lo que sucede. Los perros están encerrados, atrapados en el pequeño cuarto junto al cobertizo de los tractores.

      Al acercarme, los oigo perfectamente. Ladran y arañan la puerta desesperados por abrir, como preguntando: “¿Recién nos escuchas?, hace horas que estamos ladrando”.

      Asombrado, al ver que permanecen aislados, les abro la puerta. Los perros me saltan encima y se desviven en saludarme, moviendo la cola, locos de contentos. Desesperados, buscan el bebedero para saciar su sed. Regresan. Se paran en dos patas sobre mí tratando de que los acaricie y, luego, salen corriendo por el camino que los lleva al edificio de ordeñe.

      Los sigo despacio, porque hoy mi espalda está terrible. Visualizo el corral, y las vacas están encerraditas y ordenadas. Después entro a la sala de proceso. Me asomo por la puerta de ingreso y doy un vistazo al interior. Está limpio y seco como anoche. Ni una gota de agua en el piso. Y eso no es normal. Mi niña no estuvo por aquí esta mañana.

      —¡Evelyn, Evelynnnnn! ¿Dónde estás, querida?

      ¡Pero qué tonto he sido! Cuando salí de la casa ni siquiera revisé su cuarto. Con lo cansada que la vi anoche, seguro se habrá quedado dormida. Volveré a la casa.

      Los perros se han alejado de mí y siguen ladrando a lo lejos. Pero tal vez sea por la alegría de verse sueltos. Seguro que habrán descubierto una cueva de ratas o comadrejas.

      Elijo otro atajo y regreso a la casa. Ingreso por la galería y entro a la sala de estar.

      —¡Evelynnnn, despierta, preciosa! ¿Vamos a desayunar, mi vida?

      Subo por la escalera, todo lo rápido que mi espalda me lo permite, que no es mucho. Camino por el pasillo del primer piso. Golpeo la puerta de su aposento. Silencio. Decido entrar. Acciono el picaporte y distingo su cama. Para mi asombro, está vacía.

      —¿Evelyn, estás en el baño, querida? —ninguna respuesta.

      Me acerco hasta el baño. Golpeo la puerta y nadie contesta. Entro, corro la cortina de la ducha. La bañera está seca y limpia. No hay nadie ahí.

      Recién

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