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de suposiciones que no acababan nunca.

      No acudí al hospital para ver a Morgana. Milagrosamente, la bala no la había matado y se recuperó con lentitud. No me parecía lo correcto visitarla, y pese a que ella había recibido esa bala por salvarme, pensé que no era apropiado aparecer allí como si nada cuando, con seguridad, su madre sabría muy bien quién era yo. No quería darle el día a nadie, y mucho menos estando tan crítica. Supe por Luke que Edgar sí había ido a visitarla constantemente, y también pude ser testigo de que, gracias a un periodista que se encontraba en el momento ideal en el hospital, no solamente se decían dos palabras, no. También había abrazos en sus visitas, caricias y tenues sonrisas arrebatadas que durante unos días me llenaron de celos pero que, tan pronto como pude, sustituí por odio.

      En esa semana, mis amigos no se separaron ni un instante de mí, incluido Luke, quien, enfadado por no haberle contado lo de mi embarazo, no había día que no me lo recriminase. Me mudé a la casa de Susan de manera provisional, pues, aunque Katrina y Luke insistieron, no quise prolongar más de unos días el viaje a Galicia. Por supuesto, la casa de Luke no era una opción. Por nada del mundo pensaba encontrarme con Edgar cara a cara. De hecho, no quería volver a encontrármelo nunca.

      La última mañana que estuve en Mánchester, Susan y Dexter me acompañaron a la comisaría. No tenía muy claro para qué debíamos volver, porque no me habían dado muchas explicaciones por teléfono. Edgar había estado llamándome desde el día en que lo detuvieron en la cabaña. Primero, con su número de móvil, por lo que el segundo día, cuando vi que no cesaba, lo bloqueé de todos los sitios posibles para que no continuara insistiendo. Pero, obviamente, no fue así. Después, un día tras otro, los números desconocidos fueron apareciendo en mi pantalla, así que al final opté por cambiar el mío. Hasta la fecha, no había tenido noticias de él.

      Necesitaba olvidarme definitivamente de Edgar Warren.

      Antes de acudir a la cita, le pregunté a Klaus unas diez veces si solo me habían citado a mí, y me confirmó que sí. Con esa tranquilidad, entré en la comisaría acompañada de mis amigos. Miré a mi alrededor y lo vi a lo lejos, saliendo de una de las salas con cara de mal humor. Alzó el mentón y sonrió, lo que me puso nerviosa. Era como si el mal carácter se le hubiese esfumado de un plumazo.

      —Uh, el poli está haciéndote ojitos —añadió Dexter, dándome un codazo.

      —¡Cállate! —lo regañé—. ¿Tú has visto la barriga que tengo? Si se fija en mí el ginecólogo, es porque no le queda más remedio.

      Toqué con delicadeza mi prominente vientre, pequeño pero llamativo por aquel entonces.

      —Ahí viene. Derecho —murmuró Susan, dándome esa vez un suave codazo en el costado.

      Carraspeé al verlo avanzar con grandes pasos. El uniforme le quedaba como anillo al dedo. Llevaba el cabello rubio un poquito largo y peinado de forma desenfadada. Sus ojos verdes brillaban en exceso según se acercaba, y el aspecto de chico malo, desde luego, no le pegaba para nada con el trabajo que tenía.

      —Buenos días, Enma. ¿Cómo va esa herida?

      Sonrió, y esa sonrisa se me antojó deslumbrante. Desde el primer momento en el que me tomó una breve declaración en la cabaña, había estado preocupándose con asiduidad por mi estado de salud. De hecho, había acudido tres o cuatro veces a la casa de Susan. En este caso, se refería al rasguño de la bala que llevaba en el brazo gracias a Oliver.

      —Buenos días… Bien —musité sin escucharme.

      Su sonrisa se hizo más grande. Miré de reojo a Susan, que casi babeaba. Dexter estaba al asalto y se juntaba en exceso a mi costado.

      —No te robaré mucho tiempo. ¿Me dijiste que te marchabas mañana?

      —Sí. No quiero demorarlo más.

      —¿Adónde me dijiste que te ibas? —me preguntó con picardía y una sonrisa ladina.

      —No te lo dije.

      Volvió a sonreír y escuché el carraspeo, esa vez, por parte de Susan. Klaus ensanchó más sus labios y, cabeceando, añadió:

      —Eres dura. Pero me lo dirás. —Me señaló con el dedo.

      —No lo creo.

      —Ya tengo tu teléfono —me vaciló.

      —No me quedó otro remedio —me justifiqué.

      —No tendrías que haberle dado el nuevo, ejem..., ejem…—La voz de Dexter nos sacó de aquella batalla de puntadillas. Lo miré con mala cara por soltar ese comentario.

      Klaus soltó una pequeña carcajada y alzó sus cejas con gracia. De reojo, pude ver cómo le guiñaba un ojo a mi amigo.

      —Ahora os la devuelvo.

      —Si quieres, puedes entretenerte un rato. No tenemos prisa —puntualizó Dexter.

      Miré hacia atrás y le hice un gesto con mi dedo como que iba a cortarle el cuello cuando saliésemos. Él me lanzó un beso y Klaus se rio un poquito más a nuestra costa. Por lo menos, con nosotros se lo pasaba bien. A la vista estaba.

      Me ofreció su mano para que lo acompañase y adelanté el paso, agachando la mirada un pelín. Pasé parte de mis cabellos rubios por detrás de mi oreja, y cuando elevé mis ojos, seguía mirándome. Enarqué una ceja, con una interrogación patente en mi gesto, y volvió a mostrarme su perfecta dentadura blanca, para después pasarse una mano con cierto erotismo por el fuerte mentón, enmarcado por una barba incipiente, rubia también.

      —Ah, Enma, se me olvidaba. No me habían comentado nada, pero han citado también… —Abrió la puerta. En vez de entrar, me quedé paralizada y dejé de escucharlo. Klaus colocó una mano en mi espalda con tacto y, al ver mi cara, me sugirió—: Si quieres, podemos hacerlo en otra sala. Solos.

      El hombre que se encontraba sentado en una de las sillas alrededor de la mesa se levantó con gesto intimidante. Me miró con mala cara, con los labios sellados y aparentemente tenso. Llevaba el brazo escayolado y un aspecto impecable. Como de costumbre.

      —¿Por qué iba a tener que irse a otra sala? No muerdo.

      Esto último lo dijo con un tono para nada amigable. Me fulminó de un simple vistazo al ver que la mano de Klaus seguía en mi espalda. Sus ojos se iban de esa mano y después a mi rostro. No le quité la mirada. Ya no lo haría, aunque intentara evaluarme y ponerme nerviosa. Ya no quería nada que tuviera que ver con Edgar Warren.

      Lo medité durante toda la última semana que estuve en Mánchester, aun sabiendo que trataba de ponerse en contacto conmigo. Las mismas preguntas que se repetían en mi mente una y otra vez surgieron con más fuerza: ¿Qué me esperaría con él?, ¿con una persona que había estado engañándome desde el principio? Igualmente, aunque de verdad me hubiese querido, ¿por qué no me lo contó nunca? No habría tenido que montar aquella película absurda que casi nos costó la vida. No habría tenido que engañar a nadie, porque habría firmado aquellos papeles sin mirar atrás. Sin pensarlo. Porque habría seguido haciendo todas y cada una de las cosas que hice por él. Siempre.

      —No te preocupes. Estoy bien.

      Mis ojos buscaron los de Klaus. Sin embargo, aunque lo dije con autoridad, su rostro fue como un libro abierto y supe que el inspector no lo tenía tan claro. De hecho, tanto duró la conexión que tuvimos al mirarnos que escuché cómo el titán se preparaba para sacar su mal genio:

      —¿Vamos a estar toda la mañana con la batallita de miradas? Porque tengo un negocio que levantar, por si a alguien se le ha olvidado.

      Klaus desvió sus ojos hacia él. La mirada, que en un principio había sido risueña, llena de alegría, y esa boca que constantemente sonreía se convirtieron en sendas líneas infranqueables; la primera, con abrasadores destellos parecidos al fuego que sus prados verdes despedían.

      —Señor Warren, si tiene prisa… —lo atravesó

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