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      A mi esposa:

      que me aguanta y alienta.

      A Ramón e Isaac,

      dos “guiris” (cariñosamente) a los que pido,

      a través de la distancia, no olviden las raíces

      de su padre y abuelos, así como el orgullo y amor

      que sienten por la patria que los vio nacer.

      PRÓLOGO

      Este libro se puede leer “del tirón” –empleando un lenguaje posmoderno–, pero es conveniente hacerlo “de a poquito”. Son tan diversos sus temas y tan intensos que se deben saborear uno a uno para no correr el riesgo de emborracharse de sabores mentales si se hace “de corrido”.

      Sin aparente conexión, escribe Ramón cada capítulo como si se tratara de una charla de café sobre temas llevados por la prensa del momento. Regurgita en su sillón los apuntes que ha tomado a vuelapluma mental de la última tertulia y desarrolla su opinión donde se mezclan conocimientos, experiencias y pasiones. Razona con prudencia al principio, la adoba con sabores eruditos extraídos de su yacer vicioso con los libros y con la vida e irrumpe con su criterio, inconcluso en ocasiones, de forma inapelable, preñada de nobleza y de moral. No faltan los que abordan con la navaja entre sus dientes dispuesto a desmenuzar su urdimbre, a desmontar falacias, a construir razones sobre pilares de justicia y equidad. A veces, destapa sus recuerdos y abre su alma evocadora a tiernas emociones; otras, reivindicador, suelta prendas con afán provocador. Y así…

      Pero el libro en su conjunto es una labor profunda y trabajada. Bajo su humilde apariencia, el escritor esconde una vasta erudición acumulada a lo largo de una vida dedicada a satisfacer su curiosidad innata; un saber que le permite buscar entre la realidad y el deseo hasta encontrar el equilibrio necesario para presentarlo en sociedad. No solo ofrece distracción, también regala al lector, escondido en su opinión, un rincón de carne viva preñada de emoción, un criterio moral expuesto a la cornada equívoca.

      Historia, personajes señeros, política, filosofía, ciencia… en definitiva; vida disecada poco a poco y expuesta con sinceridad, honestidad, orgullo y valor.

      Pasen, pasen y lean…

      Luis Vázquez Márquez

      Médico

      Especialista en Cirugía

      INTRODUCCIÓN

      Representación del Senado romano. Cesare Maccari [Dominio público].

      Aunque esta recopilación de opiniones ya cuenta en su apartado específico con una dedicatoria dirigida a personas muy allegadas a mí y a las que deseaba resaltar por multitud de razones, considero necesario recordar a otras que, de alguna forma, también influyeron en el devenir de esta obra.

      El prólogo, tal y como puede leerse, está escrito por mi buen amigo Luis Vázquez Márquez, que lo firma como médico y solo como médico. Debo decir que lo es y, además, de los buenos; pero es algo más, es una persona comprometida desde siempre con el arte, en cuanto a expresión de color, y con los libros, con los que no cesa de pelear en un intento supremo de comprenderlos, criticarlos y extraer de ellos hasta las mínimas partículas de pensamiento.

      Debo nombrar a otros.

      Lejos, muy lejos de un pensamiento que nos aproxime a la polémica, como podría evocar el título dado; para quien lea mis opiniones, es conveniente aclarar que nada más apartado de la realidad. Y esto no es un oxímoron aunque lo parezca.

      Debatir, polemizar, defender con más o menos énfasis opiniones propias enfrentadas a las expuestas en otros foros con más o menos agresividad es bueno, porque de ellas se puede extraer la verdad.

      Mis opiniones son distintas a las demás porque son mías y las defiendo de igual manera que otros defenderán las suyas, aunque debo dejar claro que las discrepancias no convierten a nadie en mi enemigo; por el contrario, deseo expresar mi admiración por el oponente y esa es la razón por la que desde esta página le doy las gracias. Yo también he aprendido de ellos y, lo que es más de agradecer, me han hecho pensar y, por ende, evolucionar. También darles ánimo desde aquí y decirles que compartir o debatir pensamiento lo considero y siempre lo consideraré digno de respeto.

      Estas opiniones han sido emitidas en algún momento como respuesta a otras, habladas o escritas y con distinto criterio, aparecidas en múltiples medios de comunicación por un heterogéneo grupo de personas que en algún momento expusieron las suyas y con las que, evidentemente, no estaba de acuerdo.

      Ante la existencia de opiniones dispares solo quedan dos alternativas, el silencio o rebatirlas en defensa de las tuyas; así pues, me planteé la necesidad o conveniencia de exponer mi criterio que, como puede deducirse, resultaba diferente.

      En ningún momento he pretendido tener razón, pero consideré que no carecía de lógica aportar otros puntos de vista con el fin de buscar una mayor aproximación a la verdad. Siempre expresé mi opinión en libertad y acepté humildemente cualquier réplica que pudiese surgir como consecuencia de la misma.

      Esta es una de las razones fundamentales por la que he titulado mi libro El poder de la controversia, aunque no ocultaré que existen otras de importancia, que podrían, por sí solas, dar pie a este título.

      La controversia es una discusión reiterada entre dos o más personas que defienden opiniones distintas. Al margen de esta definición, y muy lejos de criterios demasiado extendidos, no con excesivo acierto, en ningún párrafo, apéndice o comentario consta que dicha controversia pueda estar exenta de toques de violencia verbal o de otro tipo, términos que siempre se deben eludir por considerar la violencia como una mala compañera que aporta poco valor a la razón.

      Desde mi punto de vista, no solamente es buena, también es necesaria, dado que el intercambio de opiniones sobre idénticos o parecidos temas nos permiten más luz y mejores resultados para avanzar hacia un estado de plenitud en la formación y el conocimiento.

      Este vocablo envuelve cualquier disciplina, ya que todo puede y debe ser opinado con la condición de que en estas discrepancias dialécticas siempre se conserven las formas. El contenido e intensidad de una conversación deben ser modulados por la educación y el respeto.

      Así pues, religión, política, filosofía, ciencias, entretenimiento, deporte, o cualquier tema que pudiésemos añadir, son válidos para establecer un foro de controversia.

      Hay muchos temas considerados “tabú” hoy en día atendiendo al hecho de que pueden desencadenar “discusión” no controlada entre conversadores e, incluso, podemos constatar cómo al utilizar este concepto de “discusión” todos o casi todos lo enfocan desde una perspectiva violenta, presuponiendo que provocará un enfrentamiento exaltado. No lo considero así: desde mi perspectiva la discusión podría definirse como un torneo de elocuencia donde el razonamiento predomine sobre la irracionalidad. Así pues, quedaría la palestra preparada para un intercambio no violento de opiniones en cuya lucha ideológica se debería valorar la existencia de distintas divisiones, como en la liga de futbol, para equiparar el poder de la razón cuando se ejercita a distinto nivel.

      Se acepta que esta opinión desencadene críticas pero, como es la mía, considero apropiado exponerla. Ya tendrán otros la posibilidad de estudiarla y debatirla. Ese es otro de los sublimes poderes de la democracia, intercambio de conceptos y juicios que nos permitan ir avanzando por los infinitos campos del conocimiento.

      En el mundo que nos ha tocado vivir navegamos con la suficiencia de creer que se sabe de todo y nos permitimos opinar y contraopinar del bien y del mal, como si nosotros fuésemos sumos hacedores, seres perfectos, no solo física, también

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