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y, quizás, a limón. Algunos son más interesantes y otros, menos. Tu primera lección de hoy consiste en saber que el sabor de un vino tiene mucho que ver con el vinicultor, pero también con el terroir.

      –¿El terroir?

      –Sí. La tierra de la que procede –contestó, frunciendo ligeramente el ceño–. ¿Harry no te enseñó nada de vinos?

      –Me enseñó un poco, pero no le presté tanta atención como debía –confesó ella–. Además, me echaba agua en el vino cuando era niña…

      Xavier sonrió.

      –Eso es lógico. Se hace para que los niños se acostumbren al sabor y, entre otras cosas, sirve para que luego, cuando llegan a la adolescencia, hayan aprendido a beber y no se excedan.

      –Vaya, no se me había ocurrido.

      –Aquí, en el sur de Francia, producimos vinos parecidos a los que ahora se producen en Australia y Nueva Zelanda.

      –Fundamentalmente, blancos y rosados… ¿Verdad?

      –En efecto. El rosa es el vino del país, que está por encima del vino de mesa. Los mejores, llevan denominación de origen.

      –¿Denominación de origen?

      –Claro. Supongo que ya sabes que los vinos españoles y franceses se etiquetan por la zona de la que proceden, no por el tipo de uva.

      –Sí, ya lo sé, pero no estoy segura de que eso ayude mucho a los consumidores…

      –¿Qué quieres decir?

      –Si alguien quiere un vino de uva garnacha, por ejemplo, ¿no sería mejor que la garnacha se mencione en la etiqueta, en lugar de mencionar la zona? Si el consumidor no está versado en esas cosas, no lo distinguirá.

      –El tipo de uva también aparece en la etiqueta, Allegra –le explicó–. Y, ya que lo mencionas, casi todos nuestros rosados son de uva garnacha… muy fáciles de beber. Perfectos para tardes de verano.

      Xavier se detuvo un momento y añadió:

      –Podría estar hablando todo el día, pero solo aprenderás si lo experimentas. Eso es lo que vamos a hacer cuando terminemos de comer.

      –¿Por qué me siento como si estuviera a punto de hacer un examen?

      Él se encogió de hombros.

      –No es para tanto, Allie. Solo es un principio. Si quieres que te enseñe, tengo que saber lo que sabes para no repetir cosas innecesarias.

      Allegra se estremeció. La había llamado Allie, como en los viejos tiempos.

      Sacudió la cabeza y se dijo que aquellos veranos habían desaparecido para siempre, que no se iban a repetir. Estaba allí para aprender el negocio. Nada más.

      –Te lo agradezco mucho, Xavier.

      Cuando terminaron de comer, le ayudó a limpiar la mesa. Luego, él abrió un cajón, sacó un mantel blanco y lo extendió.

      –¿Para qué es el mantel?

      –Para que distingas bien el color de los vinos. ¿Nunca has asistido a una cata?

      –No, nunca… Pero, ahora que lo pienso, no debería beber. Luego tengo que volver a mi casa en la bicicleta.

      Él sonrió.

      –En las catas no se bebe vino. Se prueba, se escupe, tomas las notas que consideres oportunas y, a continuación, te limpias el paladar con un poco de agua y un trozo de pan blanco para pasar a la cata siguiente.

      –Ah…

      Xavier alcanzó una botella y la abrió.

      –¿Pones tapones de plástico en las botellas de vino? –preguntó ella, sorprendida.

      –Solo en los vinos de mesa. Para los vinos con denominación de origen, uso tapones de corcho. Contribuyen a que el vino envejezca mejor y, además, son biodegradables –dijo–. En fin, iba a permitir que leyeras la etiqueta, pero he cambiado de opinión. Prefiero que lo pruebes sin saber qué es.

      Xavier sirvió un poco en una copa.

      –Adelante. Pero antes de probarlo, observa el color y disfruta un momento de su aroma.

      Allegra alcanzó la copa.

      –No es tan oscuro como esperaba… Pensaba que los rosados tenían un color más rojizo –observó ella.

      –Eso depende de la uva que se use, de la producción, de la mezcla y de otros factores. ¿Y bien? ¿A qué te parece que huele?

      Allegra se acercó la copa a la nariz.

      –Huele afrutado.

      –¿No puedes ser más específica?

      Ella sonrió.

      –Ya lo tengo…

      –Veamos si es verdad.

      –Huele a arándanos.

      –Ahora, pruébalo. Pero pásatelo por toda la boca, porque cada zona detecta un tipo diferente de sabor. El fondo de la lengua, los sabores amargos; los laterales, los sabores ácidos; el centro, la sal… y la parte delantera, el sabor dulce. Además, las encías reaccionan a los taninos del vino y hacen que parezca seco.

      La voz de Xavier le pareció tan profunda y tan sexy que Allegra clavó la vista en sus labios y se acordó de sus besos.

      –Pruébalo bien –continuó él–. Sopesa su cuerpo y dime qué te parece.

      Allegra se estremeció una vez más. Sabía que Xavier se refería al vino, pero la mención del cuerpo hizo que pensara en algo muy diferente.

      Sin embargo, se llevó la copa a los labios y lo probó mientras pensaba que estaba reaccionando como una adolescente. Estaban allí para catar vinos, no para disfrutar de una tarde de amor. Pero, ¿cómo podía catar algo si no se podía quitar a Xavier de la cabeza?

      –Sabe un poco a frambuesa y a melocotón, aunque no estoy muy segura del melocotón; puede que el color del vino me haya influido.

      –¿Y qué fondo te ha dejado?

      –No estoy muy segura, la verdad… –le confesó–. ¿Puedo probar otro? Te prometo que estaré más atenta.

      Él la miró con aprobación.

      –Por supuesto. Apunta tu valoración y probaremos otra vez con el siguiente. Luego, compararemos tus impresiones con la etiqueta de la botella.

      Xavier sirvió un vino de color dorado pálido y ella admiró su color y su aroma, como le había enseñado.

      –Huele a flores… concretamente, a madreselva.

      –Excelente. Parece que tienes un talento natural –dijo él.

      Ella se lo llevó a la boca y lo probó.

      –Tiene un fondo a pera… No, más bien, a melón y melocotón… y me ha producido un cosquilleo en la lengua –dijo–. Además, es seco y tiene un final más largo que el del vino rosado.

      Xavier la miró con satisfacción.

      –Pero, ¿sabes una cosa? –continuó ella–. Si estuviera en el jardín en una tarde de verano, preferiría el rosado.

      Xavier se quedó agradablemente sorprendido con Allegra. O le había mentido y sabía más de vinos de lo que estaba dispuesta a admitir o, simplemente, aprendía deprisa.

      Conociéndola, supuso que sería lo segundo. Pero sus dotes para la cata no le impresionaron tanto como su boca. Tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para refrenarse y no besarla. De hecho, estaba tan alterado que, sin darse cuenta, descorchó una botella de Clos Quatre, el mejor de sus vinos.

      Como ya no tenía remedio, lo sirvió. Allegra lo miró a los ojos y supo que aquel vino era especial, de modo que se

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