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puesto de trabajo para cuando me gradúe.

      Mi meta siempre ha sido convertirme en periodista deportiva. Sí, HockeyNet solo tiene diez años de historia (y los fondos para la originalidad debían de estar bajo mínimos cuando escogieron el nombre), pero la cadena cubre exclusivamente los partidos de hockey y, cuando empezó, llenó un gran vacío en el mercado de la cobertura deportiva. Veo la ESPN religiosamente, pero uno de sus mayores fallos es la falta de cobertura del hockey. Algo indignante. Quiero decir, en teoría, el hockey es el cuarto deporte del país, pero las cadenas más grandes a menudo lo tratan como si fuera menos importante que la NASCAR, el tenis o —me da un escalofrío— el golf.

      Sueño con aparecer en las pantallas y estar con esos analistas en la mesa de los mayores, desglosar las partes más destacadas, analizar partidos, decir mis predicciones en alto. El periodismo deportivo es un camino complicado para una mujer, pero conozco el hockey y me siento segura con mi entrevista de mañana. La voy a bordar.

      —Ya me contarás cómo te va —ordena papá.

      —Lo haré. —Mientras cruzo el comedor, mi calcetín izquierdo topa con algo mojado y profiero un aullido.

      Papá se preocupa enseguida.

      —¿Estás bien?

      —Perdón, todo bien. La alfombra está mojada. Supongo que habré derramado algo… —Me detengo en cuanto me fijo en un pequeño charco que hay frente a la puerta corredera que conduce al patio trasero. Todavía llueve, oigo el constante martilleo contra el suelo de piedra—. Mierda. Se está acumulando agua en la puerta trasera.

      —Eso no está bien. ¿A qué nos enfrentamos? ¿El desagüe dirige agua hacia la casa?

      —¿Y yo qué sé? ¿Crees que me estudié la posición de los desagües antes de mudarme? —No me ve poner los ojos en blanco, pero espero que me lo note en la voz.

      —Dime de dónde viene la humedad.

      —Ya te lo he dicho, la mayoría está cerca de la puerta corredera. —Recorro el perímetro del salón en unos tres segundos. El único punto mojado está cerca de la puerta.

      —Bien. Bueno, es buena señal. Significa que es probable que no sean las tuberías. Pero si el agua de la lluvia no va a las alcantarillas, podría haber otra causa. ¿La carretera está pavimentada?

      —Sí.

      —Tus caseros podrían plantearse opciones de desagüe. Llámalos mañana y diles que lo investiguen.

      —Lo haré.

      —En serio.

      —He dicho que lo haré. —Ya sé que intenta ayudar, pero ¿por qué tiene que usar ese tono conmigo? Cualquier cosa que Chad Jensen dice es una orden, no una sugerencia.

      No es un mal hombre, lo sé. Solo es sobreprotector, y hubo un tiempo durante el que tuvo razones para serlo. Pero hace tres años que vivo sola. Puedo cuidar de mí misma.

      —¿Estarás en la semifinal el sábado por la noche? —pregunta mi padre de repente.

      —No puedo —digo. Y me da muchísima pena perderme un partido tan importante. Pero hace muchísimo tiempo que hice estos planes—. Voy a visitar a Tansy, ¿te acuerdas? —Tansy es mi prima favorita, la hija de la hermana mayor de mi padre, Sheryl.

      —¿Es este fin de semana?

      —Sí.

      —De acuerdo, entonces. Salúdala de mi parte. Dile que tengo ganas de verla a ella y a Noah en Pascua.

      —Lo haré.

      —¿Pasarás la noche allí? —Hay algo de hostilidad en la pregunta.

      —Dos noches, en realidad. Me voy a Boston mañana y vuelvo el domingo.

      —No hagas… —se detiene.

      —¿Que no haga el qué? —Esta vez soy yo la que se pone borde.

      —No hagas nada insensato. Y no bebas demasiado. Ve con cuidado.

      Aprecio que no me diga: «No bebas nada», pero es posible que lo haga porque sabe que no puede detenerme. Desde que cumplí los dieciocho, no ha logrado obligarme a cumplir su límite horario ni sus demás restricciones. Y, desde que cumplí los veintiuno, no ha conseguido evitar que tome una copa o dos.

      —Iré con cuidado —le prometo, porque es la única declaración que puedo hacer con certeza.

      —Bren —dice. Y vuelve a callarse.

      Siento que la mayoría de las conversaciones con mi padre son así. Empezamos a hablar y nos callamos. Decimos palabras que queremos y nos guardamos otras que no. Es muy difícil conectar con él.

      —Papá, ¿podemos colgar ya? Quiero darme una ducha caliente y prepararme para ir a la cama. Mañana tengo que madrugar.

      —Muy bien. Ya me contarás cómo va la entrevista. —Hace una pausa. Cuando vuelve a hablar, me muestra un apoyo inusual—. Tú puedes con esto.

      —Gracias. Buenas noches, papá.

      —Buenas noches, Brenna.

      Cuelgo y hago exactamente lo que he dicho: me doy una ducha ardiente porque la caminata de veinte minutos bajo la lluvia me ha calado hasta los huesos. Estoy más roja que una gamba cuando salgo del estrecho plato de ducha. El pequeño cuarto de baño no tiene bañera, y es una pena. Darse un baño caliente es lo mejor del mundo.

      No me gusta dormir con el pelo mojado, así que me lo seco a toda prisa con el secador y rebusco un rato en el armario hasta encontrar el pijama más calentito. Escojo unos pantalones a cuadros y una camiseta de manga larga con el logo de la Universidad de Briar. Los sótanos son fríos, y mi apartamento no es la excepción. Me sorprende no haber pillado una neumonía en los siete meses y pico que llevo aquí.

      Cuando me meto bajo las mantas, desenchufo el móvil del cargador y veo una llamada perdida de Summer. Tengo la sensación de que volverá a llamarme si no respondo, muy probablemente a los cinco minutos de haberme quedado dormida, así que le devuelvo la llamada para evitar que me arruine el sueño.

      —¿Estás enfadada conmigo? —me dice.

      —No. —Me acurruco en un lado y dejo el móvil apoyado en el hombro.

      —¿Incluso después de que te haya emparejado con Jules y haya respondido por él? —La culpa le rasga la voz.

      —Soy adulta, Summer. No me obligaste a decir que sí.

      —Ya lo sé. Pero me siento fatal. No puedo creer que no haya aparecido.

      —No te preocupes. No estoy ni mínimamente enfadada. En todo caso, me he librado de una buena.

      —Vale, bien. —Parece aliviada—. Encontraré a alguien mejor con quien emparejarte.

      —Sinceramente no, no lo harás —respondo, alegre—. Te eximo oficialmente de tus tareas de celestina. Que tú misma te concediste, por cierto. Créeme, cariño, no tengo ningún problema a la hora de conocer chicos.

      —Sí, se te da bien conocerlos. ¿Pero salir con ellos? Eres nefasta.

      Enseguida protesto.

      —Porque no quiero salir con nadie.

      —¿Por qué no? Tener novio es maravilloso.

      Claro, quizá lo sea cuando tu novio es Colin Fitzgerald. Summer sale con uno de los chicos más decentes que he conocido. Inteligente, majo, sagaz, por no mencionar lo bueno que está.

      —¿Fitzy y tú seguís igual de obsesionados el uno con el otro?

      —Muy obsesionados. Él aguanta mi locura, y yo tolero sus tonterías. Además, tenemos el mejor sexo del mundo.

      —Apuesto a que a Hunter le encanta —digo seca—. Espero que no seas de las que gritan.

      Hunter Davenport es el

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