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al personal sanitario de la feria? —Lo oyó inquirir a una mujer que debía rondar los cincuenta y tantos años y que había aparecido tras él, con el sigilo de un ninja. Esta no tuvo tiempo de contestar antes de que lo hiciera la chica que los había acompañado.

      —No es necesario, soy enfermera —anunció esta—. Necesito agua y una toalla o algo que pueda empapar para refrescar su rostro y cuello… Parece un simple desmayo. Puede que la emoción o la aglomeración de gente… —Se encogió de hombros—. La he visto caer y no se ha dado ningún golpe en la cabeza.

      —Traed una botella de la mesa —ordenó Beckett sin apartar la vista de Penélope, con el ceño tan fruncido como sus labios, que mostraban un rictus inflexible. En cuanto la botella llegó a sus manos, se la ofreció a la enfermera junto con el foulard gris que hasta el momento había reposado sobre su cuello.

      —Gracias —repuso la chica con una sonrisa azorada antes de volver a girarse hacia Penélope y tras abrir la botella, empapar con parte del líquido fresco la suave prenda y depositarla sobre la frente de Penélope, que a los pocos segundos empezó a mover levemente el rostro, arrugando la naricilla salpicada de pecas.

      —Parece que se recupera —dijo Zola con una gran sonrisa, feliz de comprobar su mejoría.

      —Bien. Esto no debería haber ocurrido —intervino Beckett con las mandíbulas apretadas.

      —Para que no se repita, deberíamos empezar con el evento ya. El público lleva mucho esperando y el ambiente está caldeado —oyeron que decía la mujer detrás del escritor.

      Este se giró a observarla con gesto glacial antes de dirigirse de nuevo a ellas.

      —Señorita… —empezó a decir Beckett.

      —Cox, Courteney Cox —se apresuró en presentarse la enfermera sin dejar el gesto embobado.

      —¿En serio? ¿Como la actriz de Friends? —intervino Zola, interrumpiendo.

      —¡Sííí! ¿Te gusta la serie?

      —¡Muuuuchoooo…!

      Ambas se sonrieron, registrando sus rostros mutuamente.

      Penélope intentó abrir los párpados, pesados como losas, y al hacerlo la luz blanca de un enorme flexo sobre ella se filtró entre sus largas pestañas, cegándola.

      Sintió gente a su alrededor, pero no se oía a nadie. Aquello le extrañó e hizo un nuevo intento por abrir los ojos. Y entonces una voz masculina y rotunda rompió el silencio tras carraspear, aclarándose la garganta.

      —Bien, señorita Cox, cuide de ella, por favor. Cualquier cosa que necesite, pídasela a mi asistente, que estará encantada de proporcionársela. ¿Verdad, Ingrid?

      Ingrid… pensó Penélope. ¿Se trataría de Ingrid Cowell, la ayudante de Frank Beckett? La excitación y los nervios se abrieron paso en su pecho, impulsándola a querer abrir los ojos nuevamente. Lo consiguió justo en el momento en el que él giraba. Solo tuvo tiempo de ver su perfil varonil apenas una centésima de segundo, antes de que este le diera la espalda. Una espalda ancha, enfundada en un suéter azul que estaba segura de que resaltaría la tonalidad oceánica de sus ojos. Clavó los codos en el sofá y alzó una mano estirando el brazo en dirección al escritor que tanto admiraba. No sabía por qué estaba allí, ni qué había pasado, pero no podía dejar que se fuera sin intentar hablar con él.

      Pero una mano, apoyada en su hombro, la empujó para tumbarla de nuevo.

      —No te muevas, por favor, bebe antes un poco de agua. Te sentará bien.

      Penélope resopló al ver como definitivamente el escritor abandonaba la sala acompañado de su personal de seguridad y tras él, corrió su ayudante, con gesto apurado. Se dejó caer de nuevo con resignación, bajo la atenta mirada de Zola y su recién estrenada amiga Courteney.

      —¿De veras era necesario este espectáculo? —preguntó Frank tras enviar de vuelta a su equipo de seguridad a controlar a las masas, mientras él caminaba por los pasillos enmoquetados de gris de las zonas adyacentes a las del público. Su ayudante lo seguía intentando mantener el ritmo frenético de su paso.

      —No tiene nada que ver con nosotros, Frank. Te lo juro. Lo ha dispuesto todo la nueva agencia de comunicación de la editorial, en colaboración con los organizadores de la feria.

      —No lo entiendo, sea como sea, creo que he dejado claro más de una vez que no me gustan estas cosas. Había accedido a un meet and greet con los fans. Algo privado y discreto. La última cita de la agenda antes de marcharme y olvidarme de la promoción durante meses. Debía ser un evento agradable, no un circo de tres pistas. ¡Joder! He oído los cohetes de confeti. ¿Quién se creen que soy, un político casposo a punto de dar un discurso durante la campaña electoral? —bramó sin dejar de andar.

      —Por supuesto que no —se apresuró a asegurar Ingrid queriendo quitar hierro al asunto, tablet en mano, revisando los correos que había compartido con la editorial—. Ha sido un problema de comunicación.

      —No es el primero, Ingrid. Y empiezo a estar harto. —Su respuesta cortante hizo que la mujer apretase las mandíbulas, molesta.

      Intentaba complacer a su jefe en todo lo que le pedía, como lo había estado haciendo durante cinco años, pero este último se estaba convirtiendo en una pesadilla. Cuando sus tareas se duplicaron tras su primer gran éxito comercial, no se quejó. Cuando se triplicaron, haciendo que tuviese que viajar con él durante meses en la promoción, tampoco lo hizo. Ni cuando se cuadruplicaron al decidir echar a su agente, Andy Select, tras descubrir que se la estaba jugando. Ni siquiera cuando se negó a contratar a un nuevo representante. Pero eso ya colmaba el vaso. No podía estar en todo, aunque su jefe pareciese pensar que sí.

      Se detuvo tras él, dándose un minuto para respirar. Él siguió caminando varios metros antes de darse cuenta de que seguía hablando solo. Cuando lo hizo, giró sobre sus talones para mirarla con el ceño fruncido.

      —¿Qué haces? Vamos con retraso —espetó.

      —Y más que vamos a ir —repuso ella elevando la barbilla y enfrentándose a él con la seguridad que le daba la confianza que habían alcanzado durante esos años de trabajo.

      —Déjate de tonterías, Ingrid. No es el momento —señaló impaciente, e intentó continuar con su camino, creyendo que su tono adusto conseguiría que se librara de lo que fuera que estuviese haciendo que su ayudante se revelara.

      —A mí me parece que es el momento perfecto, porque ya no puedo más… amo —añadió sin moverse un centímetro de su sitio.

      —Sabes que no me gusta que me llames así —repuso.

      —Lo siento, es el único sustantivo que se me ocurre cuando te comportas como un tirano.

      Frank elevó ambas cejas rubias, sorprendido.

      —¿Un tirano?

      —Ya me has oído. Un tirano insoportable. Un jefe déspota e insufrible. Un dictador egocéntrico que se cree el centro del universo. Un…

      —Está bien, déjalo. Ya veo que has encontrado más adjetivos y me queda claro que soy un jefe de la peor calaña. Alguien insoportable y tedioso, y que trabajar para mí es la peor de las condenas.

      —Me sorprende que lo hayas pillado a la primera, centrado como estás en mirarte el ombligo desde hace meses.

      Frank no quería pensarlo, pero en el fondo de su alma sabía que tenía algo de razón. Cada vez se había apoyado más y más en Ingrid. En realidad, no era así. Se había estado aislando de todo, pasando de todo y dejando que ella asumiese responsabilidades que no le correspondían.

      —Y por eso, lo dejo —dijo ella de repente.

      Beckett escuchó los gritos de los asistentes al evento cuando el presentador anunció su salida inminente al otro lado de la lona, pero él solo tenía ojos para su ayudante, que parecía más decidida que

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