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quiero esperar a la noche de bodas.

      * * *

      Un Mercedes los esperaba. El chófer hizo una reverencia a Vincenzo, le entregó las llaves y corrió a otro coche. Vincenzo salió del aeropuerto y tomó una carretera que bordeaba la costa.

      Ella observó el pintoresco paisaje. No sabía adónde iban, pero había dejado de resistirse y quería que la sorprendiera. Iba a disfrutarlo. No tener expectativas la liberaba y le permitía vivir el momento. Para una persona acostumbrada a preocuparse cada segundo, tanto despierta como dormida, era una sensación desconocida y fantástica. Como lanzarse en caída libre.

      Vincenzo, el perfecto guía turístico, bromeaba y le contaba anécdotas sobre todo lo que veían. Dijo que la llevaría a la capital, Jawara, y al palacio real, más tarde. Antes quería enseñarle otras cosas.

      Ella dejó que la magia de esa tierra de clima cálido y cielos brillantes la absorbiera.

      El punto central era una ciudadela situada sobre una colina rocosa pero verde, que parecía salida de una fantasía. A sus pies, rodeada de naturaleza exuberante, se encontraba la ciudad, que parecía anclada en un pasado de otra época.

      Flores silvestres, naranjos y olmos daban color al escarpado paisaje. Vincenzo abrió el techo del coche para que oyera el canto de los ruiseñores dándole la bienvenida.

      Poco después cruzaron un foso y Glory tuvo la sensación de que había entrado en otra era.

      Atravesaron unas enormes verjas de madera, rodearon una fuente de mármol y mosaico, en un patio adoquinado, y pararon ante la torre central. Vincenzo saltó del coche sin abrir la puerta y corrió su lado para sacarla en brazos.

      Riendo por su actitud infantil, ella miró avergonzada a las docenas de personas sonrientes que iban de un lado a otro, contemplándolos.

      Él subió las escaleras de piedra de un tirón, demostrándole que su peso no era nada para él. Sin duda, estaba en forma. Ella estaba deseando descubrir hasta qué punto.

      En cuanto la dejó en el suelo, corrió a la terraza y se apoyó en la balaustrada para admirar la increíble vista que se extendía ante ella.

      Vincenzo se situó a su espalda y le trazó un sendero de besos abrasadores desde la sien a la curva de los senos. Después, la giró hacia él, apretándola contra su torso.

      –Divina mía, mi diosa, ahora sé qué le faltaba a este lugar. Tu belleza. A partir de ahora solo lo veré como el escenario perfecto donde adorarte.

      Ella se preguntó cuándo había aprendido a hablar de forma tan extravagante. Tal vez con las mujeres que entraban y salían de su cama. Sintió que un puño se cerraba sobre su corazón, Vincenzo no era suyo. Nunca lo había sido.

      Aun así, siempre había tenido la impresión de que las mujeres que lo rodeaban cumplían una función básica, no se lo imaginaba dándoles serenatas, ni adulándolas con poesía innecesaria.

      Tal vez solo pretendía hacer que se sintiera mejor. Tenía que ser eso. Había dicho que su pasión por ella había sido real; fueran cuales fueran las razones de su crueldad pasada, ya no importaban. Aceptaría el paraíso mientras durara.

      –Si es lo que quieres, posaré para una foto si alguna vez tienes que vender esto. Ya me imagino el anuncio, titulado «Propiedad en el paraíso». La verdad, ahora que lo he visto, me pregunto por qué no vives aquí la mayoría del tiempo.

      –Puede que lo haga a partir de ahora.

      Ella captó un interrogante en su tono, pero lo ignoró. A su pesar, sabía que el matrimonio era una locura sin futuro.

      –¿Qué vamos a hacer aquí?

      –Empezar a prepararnos para la semana que viene –respondió él.

      –¿Qué ocurrirá la semana que viene?

      Él la apretó contra la barandilla y le acarició el rostro con ojos que reflejaban el azul del cielo.

      –Nuestra boda.

      Capítulo Siete

      –¿Nuestra boda?

      A Vincenzo se le encogió el corazón al ver la expresión de Glory mientras repetía sus palabras.

      Se preguntó si volvía a estar enfadada. Tras el mágico vuelo, en el que se había relajado hasta aceptar la situación y disfrutar a su lado, casi había olvidado cuánto se había resistido antes. Quería mantener la armonía, incluso si eso implicaba dejar que fuera ella quien tomara las decisiones a partir de ese momento.

      –Dios, me había prohibido repetir tus palabras como un loro incrédulo –agitó las manos–. ¡Y vas y dices algo que me obliga a hacerlo!

      Era cierto que, a menudo, ella había parecido deliciosamente sorprendida. Por lo visto, le molestaba repetir sus palabras como un loro.

      –¿Por qué lo que he dicho es digno de repetición incrédula?

      –¿No te oyes cuando hablas? ¿O ha sido otro Vincenzo el que ha dicho que nuestra boda será la semana que viene? –sonrió con descaro. Él solo pudo pensar en esos jugosos labios bajo los suyos, dejando escapar gemidos de placer. La miró de arriba abajo, anhelante de deseo.

      –Soy el único Vincenzo que ha hablado. ¿Una semana te parece demasiado? Puedo adelantarlo. Debería. Dudo que aguantemos una semana.

      –Eso es lo que tiene el sentido del humor recién adquirido –ella esbozó una sonrisa traviesa–. A veces es incontrolable. O uno no sabe cómo utilizarlo. Espero que aprendas pronto.

      No era la primera vez que ella comentaba eso. Vincenzo se preguntó si realmente había sido tan serio antes. Suponía que sí. Había estado demasiado centrado en lo que creía importante como para permitirse cualquier tipo de ligereza.

      En aquella época había pensado que eso encajaba con la mujer enérgica y seria que había creído que era Glory, tanto en el trabajo como en la pasión. No había sabido que poseía un ingenio delicioso y retador, y había aceptado esa carencia. Pero empezaba a entender que era su carácter agrio lo que había puesto freno a la chispa de ella.

      Se preguntó qué más se habría perdido y si podía estar equivocado en otras cosas. Pero tenía pruebas. Había sufrido el impacto de esa bomba una vez y no permitiría que volviera a destrozarlo.

      Lo importante era que ella parecía disfrutar con su alegría y despreocupación. Lo habían pasado muy bien en el avión, divirtiéndose y alimentando el deseo a un tiempo. Quería más.

      –Tienes razón. Es ridículo pensar que puedo esperar unos días. Nos casaremos hoy –era fantástico pincharla, absorber sus reacciones, esperar sus dardos de respuesta.

      –Esto es peor de lo que había temido. Ese programa humorístico que te has instalado tenía un virus maligno. Tendremos que desconectarte el cerebro y formatearlo.

      –Me gusta mi descontrol –la atrajo hacia su cuerpo, gruñendo de placer–. ¿Quieres que acelere el tema del catering, el sacerdote y los invitados? Puedo tenerlo todo organizado para las ocho.

      Ella se arqueó para mirarlo, apretando sus curvas contra él e incrementando su excitación.

      –Primero golpea al oponente con una oferta ridícula y, mientras aún boquea de asombro, lanza otra de auténtica locura, para que acepte la primera y menos mala.

      –No eres mi oponente.

      Al ver que ella enarcaba una ceja, burlona, Vincenzo volvió a desear poder borrar el pasado lejano y reciente. Habría dado cualquier cosa por empezar desde ese punto, tal y como eran en ese momento, sin pasado que embarrara su disfrute ni futuro que pudiera ensombrecerlo.

      –No te burles –dijo, acariciándole el ceño. Se apretó contra ella, demostrándole lo que sentía. Los ojos de ella, rivales del cielo de Castaldini,

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