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a gustarle, y pudo darse cuenta de que su primo tampoco era inmune a sus encantos. Con una pizca de tristeza, pensó lo mucho que cambiarían las cosas si Chris y Calum también se casaban; se rompería aquella relación tan especial que los cuatro mantenían desde niños y que, en cierto sentido, era un lazo más fuerte de lo que cualquier matrimonio podía llegar a ser.

      Poco a poco, el jardín se fue quedando vacío. Michel seguía impertérrito a su lado, por lo que no le quedaría más remedio que comer con él. Sin embargo, quería sentarse a la misma mesa que Christopher y Calum, así que invitó a Tiffany a que comiera con ella, sabiendo que, de ese modo, Chris también lo haría.

      –Será mejor que vayamos a comer. Tiffany, ¿quieres sentarte con nosotros? –preguntó–. Por cierto, ¿dónde está Calum? –prosiguió, buscando al mayor de sus primos con la mirada.

      Al darse cuenta de que ella lo buscaba, Calum se dirigió a su encuentro con una sonrisa.

      –Recuerda que el abuelo quiere que nos sentemos entre los invitados –le dijo cuando oyó su sugerencia.

      Francesca le asió el brazo persuasivamente.

      –¿Tenemos que hacerlo? Hace siglos que no os veo. Prefiero sentarme con vosotros…

      Calum le acarició la mano cariñosamente y le dedicó una de las deslumbrantes sonrisas que reservaba sólo para ella… y para los animalitos que le parecían divertidos y encantadores.

      –Ya nos pondremos al día a la hora de la cena –le prometió.

      –Pero el abuelo estará con nosotros, y ya sabes que con él delante no podremos hablar a gusto…

      –Si no llevaras una vida tan alocada, no te pasaría eso –la interrumpió Calum burlón.

      –De acuerdo –admitió Francesca con un suspiro, soltándole al fin el brazo–, nos dispersaremos. Lo siento mucho, Tiffany, pero tendrás que conformarte con el pesado de Chris…

      –¡Oye, cuidado con lo que dices! –protestó su primo.

      Calum se echó a reír y después les pidió que le presentaran a Tiffany, a quien tampoco conocía. Cuando Chris estaba a punto de hacerlo, les interrumpió uno de los invitados.

      –¡Tiffany! ¡Por fin te encuentro! Como el hielo de tu copa estaba a punto de derretirse, me la he bebido yo –dijo el desconocido con un fuerte acento americano.

      Por un momento, Tiffany fue incapaz de disimular el desagrado que le producía aquel inesperado encuentro. Francesca se dio cuenta enseguida, lo que estimuló su curiosidad femenina: ¿por qué la joven reaccionaba de forma tan sorprendente? Discretamente, examinó de arriba abajo al desconocido, que era tan alto como Calum, pero muy moreno en lugar de rubio. También tenía los ojos oscuros, y los hombros muy anchos, como si estuviera acostumbrado a realizar duros trabajos con sus manos.

      Francesca reparó en que ni Chris, que parecía haberse quedado estupefacto, ni Calum conocían a aquel hombre. A los dos les había pillado por sorpresa darse cuenta de que Tiffany no estaba sola.

      –Hola a todos –les saludó el americano, muy campechano.

      Tiffany procuró ocultar su disgusto mientras hacía las presentaciones.

      –Éste es el señor… lo siento, no puedo recordar el nombre… Bueno, es otro de tus invitados –continuó, dirigiéndose a Calum.

      –Me llamo Gallagher, Sam Gallagher –se presentó el hombre estrechando las manos de los dos primos–. Supongo que usted debe de ser la princesa –dijo, mirando a Francesca.

      Francesca se figuró que Tiffany había conocido a aquel hombre en la fiesta y había intentado zafarse de él sin éxito… sin embargo, no lograba entender su interés en conocer a Chris y a Calum. Aquella situación la divertía y la intrigaba a la vez.

      –Sí, supongo que lo soy –contestó–. ¿Estaba buscando a Tiffany? –continuó, deseando saber más cosas.

      –Sí: fui a buscarle una copa y, cuando regresé, parecía haberse esfumado. Supongo que entabló conversación con algún otro invitado.

      Francesca se quedó mirando a Chris enarcando una ceja.

      –Lo siento –se disculpó su primo con una sonrisa–, no tenía la menor idea de que estaba acompañada.

      Tiffany se apresuró a quitar importancia al asunto, pero Chris se marchó con Calum, tal y como Francesca había supuesto que haría: estaba demasiado bien educado como para indisponerse con uno de sus invitados.

      Durante un instante, un destello de ira cruzó la mirada de Tiffany, fue tan breve que si Francesca no la hubiera estado observando atentamente, no se habría dado cuenta, ya que al segundo la joven esbozó una brillante sonrisa, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

      Francesca estaba cada vez más intrigada, y decidió que podía ser divertido seguir de cerca a aquella chica tan peculiar.

      –Bueno, nosotros no tenemos que separarnos, así que, ¿por qué no te sientas con nosotros, Tiffany? Y usted también, señor Gallagher, por supuesto –añadió, sólo para ver cuál era la reacción de la muchacha.

      –Encantado.

      El americano asió a Tiffany por el brazo para guiarla entre la multitud, pero ella se desasió de inmediato, lanzándole una elocuente mirada de disgusto que, aparentemente, él pasó por alto, limitándose a seguir andando a grandes zancadas hacia las mesas.

      Deliberadamente, Francesca los condujo hacia una mesa en la que podrían sentarse las dos parejas enfrentadas, ya que estaba deseando comprobar cómo se comportaban Sam y Tiffany al tener que estar juntos. Aunque procuraba disimularlo, era evidente que la joven estaba muy disgustada con Sam por haberla separado de Chris.

      Se quedó mirando al apuesto americano, pensando lo distinto que resultaba de Michel. El conde podía resultar encantador y sutil, pero artificial comparado con la franca rudeza que transmitía Sam, un hombre que, se dijo, parecía más que capaz de hacer frente a cualquier situación. Calculó que debía de ser más joven que Michel, rondando los treinta quizá, y, sin duda, no pertenecía a la jet-set, como demostraba la forma en que se comportaba, más como un espectador de aquella elegante fiesta que como un participante.

      Cuando Calum llegó con los últimos invitados, comprobó consternada que faltaba un sitio. De inmediato, se puso en pie, pero cuando llegó a la mesa, su primo ya había dado las órdenes necesarias para que añadieran la silla y el cubierto necesarios. Justo en aquel momento acudió también Elaine Beresford, la responsable del catering.

      –Hemos dispuesto exactamente las plazas que nos pediste, Francesca –se disculpó–. Me dijiste ciento sesenta, así que colocamos dieciséis mesas de diez.

      –¿No se habrá quedado una plaza libre en otra de las mesas? –indicó Francesca,

      –No, lo acabo de comprobar, están todas completas. Estoy segura de que hay un invitado que no figuraba en la última lista que me diste.

      –¡Qué raro! Supongo que será alguien que llamó para decir que no venía y que cambió de idea en el último momento. Bueno, no te preocupes más –Francesca volvió a su sitio, pensando que en una reunión en la que había tantas personas a las que no conocía le sería imposible adivinar quién era el comensal misterioso. Desconocidos como Tiffany y Sam, se dijo, preguntándose cómo habrían conseguido que los invitaran a una fiesta en principio preparada sólo para la familia y los representantes del comercio del vino.

      No dejó de observarlos durante la comida: tras ignorar a Sam durante un buen rato, Tiffany pareció relajarse un poco y se decidió a charlar con él, quien empezó a contarle curiosas anécdotas de su trabajo en un rancho ganadero. Hablaba con tanta gracia y elocuencia, que la joven se echó a reír complacida. Quizá, se dijo Francesca maliciosamente, ya no le importaría tanto que Sam la hubiera apartado de Chris. En un momento de la comida, sin que el americano lo notara, le hizo un significativo gesto a Tiffany con la mirada, pero ella le

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