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Sabrina Diamond —dijo la pequeña.

      —Sabrina. Es un nombre muy bonito —respondió Kate—. Yo soy Kate.

      El doctor Davis se aproximó a la camilla con una gran sonrisa en los labios.

      —Sabrina y su padre han tenido un accidente de coche —le explicó Kate—. La niña, aparentemente, está bien.

      —Vamos a ver —dijo el doctor Davis.

      Kate se quedó al lado, observando.

      —Has tenido mucha suerte, Sabrina —dijo el doctor Davis. Pero la niña no respondió nada, se limitó a abrazar al osito. El doctor se volvió hacia Kate y murmuró—: Por favor, entérese de cómo está el padre y comuníqueselo a su familia.

      Después de que el doctor se fuera, Kate estudió con más detenimiento a la pequeña. Se dio cuenta de que tenía exactamente los mismos ojos que su padre. Incluso tenía su semblante serio, pero había, además, una profunda tristeza dentro de ella. Kate sabía que la madre de la pequeña había muerto meses atrás en un accidente de yate. Sabía exactamente lo que la niña sentía, pues su madre también había muerto cuando ella tenía la misma edad.

      —Sé que estás asustada por el accidente, pero el doctor dice que estás perfectamente —agarró la caja de pañuelos que había junto a la cama y le quitó las lágrimas.

      Aunque no había señales aparentes de daño físico, Kate sabía que el shock de ver a su ser más querido inconsciente y sangrando debía de haber sido realmente traumático para la pequeña.

      —¿Está muerto mi padre? —preguntó con la voz temblorosa.

      —No. Pero ha sufrido algunas heridas en el accidente —Kate trató de mantener un tono de voz neutro y contenido.

      Los ojos de Sabrina se llenaron de lágrimas.

      —¿Puedo verlo?

      —Se lo han llevado a rayos X.

      —¿Que son rayos X?

      —Puede que se haya roto un brazo en el accidente. La máquina de rayos X saca una foto de los huesos para ver cómo están —le explicó, controlando el impulso que sentía de estrecharla en sus brazos para consolarla.

      —¿Y eso duele?

      Kate sonrió.

      —No, los rayos X no duelen.

      —¿Cuándo puedo verlo?

      —No sé si… —comenzó a decir Kate, pero las lagrimas fluyeron de los ojos de la pequeña como un manantial—. Tu padre está muy bien atendido, te lo prometo.

      A Sabrina le temblaba el labio inferior.

      —Quiero ver a mi papá —dijo enfáticamente, antes de ocultar la cara en el cuerpo de su osito de peluche.

      Kate la abrazó suavemente. Entendía perfectamente la necesidad de la niña de ver a su padre.

      Con la pérdida de su madre aún reciente en su memoria, la niña necesitaba asegurarse de que su padre estaba vivo.

      —¡Ya sé lo que voy a hacer —dijo Kate—. No creo que tarden mucho en hacerle las radiografías. La enfermera seguramente ya lo habrá traído. Vamos para allá, ¿te parece?

      —Sí —respondió la pequeña.

      La bajó de la camilla y la tomó de la mano, dándole un ligero apretón que le transmitiera cierta confianza. La llevó hasta la recepción, donde estaba Jackie hablando por teléfono.

      Mientras se aproximaban, Jackie colgó el teléfono.

      —Hola, Kate. ¿Quién es esa preciosa acompañante que llevas? —preguntó la otra con una sonrisa amigable.

      —Esta es Sabrina. Es la hija del doctor Diamond. El doctor Davis acaba de verla y está bien. Pero está muy preocupada por su padre. ¿Ha vuelto ya de rayos X?

      —Sí. Lo he traído yo misma hace cinco minutos.

      —¿Dónde está? Pensé que a lo mejor sería conveniente que viera a su hija.

      —Ya…. —Jackie miró a la niña, luego se inclinó sobre Kate y le susurró—: Todavía no ha recuperado la consciencia.

      Kate sintió a Sabrina agarrada con vehemencia a su pierna, así que decidió tomarla en brazos.

      —¿Puedo ver a mi padre ahora?

      —Lo siento cariño —le dijo Jackie—. Pero va contra las normas del hospital.

      Los ojos de Sabrina se llenaron de lagrimas.

      —Te diré lo que vamos a hacer —le sugirió Kate, mirando a Jackie con un gesto de súplica—. Si te quedas aquí, iré dentro a ver si tu padre está bien, ¿de acuerdo?

      Sabrina asintió.

      Kate sentó a Sabrina en la silla giratoria que había detrás de la recepción.

      —El doctor Franklin me pidió que pusiera al doctor Diamond en la habitación que hay al final del corredor. Es la más silenciosa —dijo Jackie—. Heather está con él.

      —Gracias —le dijo Kate a Sabrina—. Volveré enseguida.

      Se dirigió hacia allí. Kate se quedó ante la puerta.

      No sabía si Marsh habría recuperado la consciencia o no. De ser así, ¿se acordaría de ella?

      Kate sí recordaba con toda claridad el modo en que la había mirado la noche del accidente, un accidente que estuvo a punto de costarle la vida a su hermana Piper.

      Piper Diamond era, en aquel entonces, una adolescente de dieciséis años, divertida y popular entre sus compañeros. Había sido la única persona que la había acogido al llegar al instituto a principios de marzo. Piper la había tomado bajo su tutela, y había descubierto muy pronto que bajo una fachada de dureza se escondía un chica solitaria y vulnerable.

      Al terminar el instituto, Kate había pasado parte del verano con Piper y con su hermano, un guapísimo estudiante de medicina que había vuelto a casa para estudiar. Marsh la enseñó a montar y a superar el terror que le tenía a los caballos.

      Kate se había sentido como un miembro más de la familia, pero según pasaban los días de aquel tórrido verano, sus sentimientos por Marsh habían dejado de ser fraternales y habían tomado otros derroteros. Sin embargo, lo que él sentía por ella no tenía nada que ver.

      Una sonrisa amarga se dibujó en su boca ante el doloroso recuerdo de aquellos momentos. Molesta con sus propios pensamientos, decidió seguir con el trabajo. Abrió la puerta y entró en la habitación.

      Heather Jones, que trabajaba como enfermera durante la temporada de verano, alzó la cabeza.

      —¿Qué te trae por aquí, Kate?

      Kate miró al hombre que estaba en la cama. Tenía el brazo vendado, pero no escayolado.

      Le contó a Heather la preocupación que tenía Sabrina por el estado de su padre.

      —Está muy intranquilo —dijo Heather—. El doctor Franklin espera que recobre la consciencia. Estaba gimiendo y moviéndose hace un momento. Pero ahora vuelve a estar más tranquilo.

      Kate miró una vez más al paciente.

      —¿Tiene el brazo roto?

      —Parece ser que no. Ha tenido mucha suerte. El adolescente que le dio el golpe no llevaba puesto el cinturón de seguridad y sus heridas son mucho más graves.

      —Vaya, lo siento.

      —Kate… no me gusta nada tener que pedirte esto, pero, ¿podrías hacerme un favor?

      —¿Un favor?

      —Me han ordenado quedarme aquí, pero el doctor Franklin necesita unos

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