Скачать книгу

      –No, no creo que vayáis a aclararlo todo sin más, pero vais a tener que empezar a hacerlo antes o después. ¿Para qué perder más tiempo? B.J. puede ayudar a lavar estos platos, así que no te preocupes por él. No va a estorbar ni a meterse en líos.

      Cuando Boone la miró con resignación y salió de la cocina, ella se volvió y vio que sus otras dos nietas estaban mirándola sonrientes.

      –Bien hecho –le dijo Samantha–. ¿Tienes planeada alguna otra misión para las próximas semanas de la que debamos estar enteradas?

      Cora Jane se rio con suavidad al oírla hablar con tanto descaro. Samantha tenía treinta y cinco años, pero para ella siempre sería una niñita.

      –Supongo que vais a tener que esperar para ver lo que pasa –se limitó a contestar–. Y, por si las dudas, dejad que os aclare una cosa: Aunque creo que mantengo una relación bastante buena con Nuestro Señor, ni siquiera yo puedo provocar un huracán. Eso ha sido por voluntad divina –y ella empezaba a tener la sensación de que, en el fondo, dicho huracán iba a terminar por ser una bendición.

      Emily estaba llorando. Boone lo supo en cuanto la vio con los hombros encorvados y oyó los suaves sollozos que ella se esforzó por disimular al oír que la puerta que daba al porche se abría y se cerraba.

      –Vete –murmuró, enfurruñada.

      –Lo siento, me han ordenado que viniera.

      Ella se volvió de golpe al oír su voz.

      –¡Boone!

      –¿Quién pensabas que era?

      –Samantha, Gabi, puede que mi abuela.

      Él se echó a reír y admitió:

      –Sí, yo también las habría enviado a ellas antes que a mí.

      Ella lo miró sorprendida, pero al cabo de unos segundos dijo con resignación:

      –Era de esperar que la abuela te enviara a ti.

      Boone se apoyó junto a ella en la baranda y miró hacia el océano, que se extendía ante sus ojos al otro lado de la carretera. Costaba creer que, escasos días antes, aquel mismo océano hubiera estado azotando la carretera con unas gigantescas y destructivas olas. En ese momento el cielo tenía un resplandeciente tono azul, y las olas lamían con suavidad la arena salpicada de tablones, cascotes y tejas.

      –Cora Jane cree que tú y yo tendríamos que aclarar las cosas.

      –¿Qué cosas?

      –Nuestra relación, supongo. No nos despedimos de forma demasiado amistosa, y eso es algo que a ella le pesa.

      –Sí, es verdad, pero los dos seguimos adelante con nuestras respectivas vidas. Todo eso es agua pasada… ¿verdad? –su voz reflejó un ligero matiz de esperanza.

      –Eso es lo que yo pensaba hasta que has entrado por la puerta esta mañana –admitió él con sinceridad–. Tu llegada anuncia complicaciones.

      Emily le miró y suspiró antes de admitir:

      –La verdad es que yo he reaccionado igual que tú –se quedó desconcertada al ver que se echaba a reír–. ¿Qué te hace tanta gracia?

      –No esperaba que lo admitieras.

      –Yo nunca he mentido, Boone. Tú sí.

      Él frunció el ceño al oír aquella acusación.

      –¿A qué te refieres?, ¿cuándo te mentí?

      –Me dijiste que me amabas, y de buenas a primeras me enteré de que te habías casado con Jenny.

      Le sorprendió el profundo dolor que le pareció detectar en su voz, y se preguntó si ella había estado reescribiendo la historia según su conveniencia.

      –Me dejaste muy claro que no pensabas regresar jamás. ¿Qué se suponía que tenía que hacer?, ¿morirme de amor?

      –Podrías haberme dado algo de tiempo para que me aclarara las ideas, eso es lo único que te pedí.

      Boone la miró sorprendido.

      –¿Cuándo me pediste tiempo? Si lo hubieras hecho, puede que te lo hubiera dado. Me dijiste que lo nuestro se había acabado, y te mostraste muy categórica –la observó pensativo antes de añadir–: Aunque puede que esa fuera la mentira que tuviste que decirte a ti misma para poder marcharte sin mirar atrás.

      Emily le dio vueltas a esa posibilidad antes de admitir:

      –Sí, algo así. Vale, los dos cometimos errores. Yo no fui lo bastante clara, y tú sacaste conclusiones precipitadas. Soy capaz de admitirlo, ¿y tú?

      Él vaciló por un instante antes de contestar.

      –Sí, supongo que sí.

      –Vaya concesión tan efusiva –murmuró ella con sequedad, antes de mirarle a los ojos–. Pero, en el fondo, eso no cambia en nada las cosas. Mi vida sigue sin estar en este lugar.

      –Soy plenamente consciente de eso, te lo aseguro. Entre Cora Jane y B.J. me han puesto al corriente de todo. Samantha y tú habéis impresionado mucho a mi hijo, sois las primeras personas famosas que conoce.

      Emily soltó una pequeña carcajada que sirvió para aligerar un poco la tensión que había en el ambiente.

      –Samantha sí que es famosa, yo solo trabajo para unas cuantas. La mayoría de mis clientes no son tan célebres.

      –No, solo ricos, ¿verdad?

      –¿Qué tiene de malo ser rico? Tu familia no era pobre ni mucho menos. Tu padre era un abogado de renombre, y tu madre se casó con un tipo que ganaba millones fabricando no sé qué aparatitos.

      Él sonrió al oírla hablar con tanta indiferencia de su padrastro, que era el propietario de una multinacional.

      –Eso no tiene nada que ver conmigo. Yo empecé desde cero y me he ganado a pulso todo lo que tengo. Además, no estaba juzgando a nadie. Solo digo que el hecho de tener dinero conlleva un estilo de vida concreto, hay que guardar las apariencias y todo eso.

      –En eso tienes razón. ¿Adónde quieres llegar?

      Él la observó de arriba abajo con una mirada penetrante que la hizo sonrojar antes de contestar:

      –Me gustaría saber qué pensarían esos clientes tuyos si te vieran en pantalón corto y con una camiseta que lleva en la espalda la etiqueta de una tienda barata –le guiñó el ojo al quitarle dicha etiqueta, y le rozó la piel desnuda con los dedos más tiempo del necesario antes de añadir–: Yo creo que estás increíblemente sexy.

      Ella contuvo el aliento, y no pudo disimular cuánto estaba costándole mantener la compostura.

      –Boone, por favor, no vayamos por ahí. No tenemos más remedio que intentar llevarnos bien durante un par de semanas por el bien de mi abuela, pero cada uno volverá a tomar su propio camino después de eso. Cometer una locura solo servirá para ponernos las cosas más difíciles cuando llegue la despedida.

      La advertencia estaba clara, y él la entendió a la primera.

      –Vale, nada de locuras, aunque me gustaría que concretaras bien cuál es la locura que crees que deberíamos evitar.

      –Nada de peleas, de caricias ni de besos –le contestó ella de inmediato, ruborizada–. Sabes perfectamente bien lo que quiero decir, así que no te hagas el tonto. Está claro que aún basta con muy poco para encendernos.

      Él sonrió al oír aquello.

      –Si tú eres capaz de morderte la lengua y de mantener las manos quietecitas, yo también.

      –De acuerdo.

      A Boone le pareció ver cierta desilusión en su mirada, pero se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Al verla dar media vuelta para volver a entrar en el restaurante,

Скачать книгу