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¿queda algo de sopa? –le preguntó, ya con la nevera abierta.

      –He congelado un poco de la sopa de verduras que hice. ¿Quieres que la descongele?

      Jess negó con la cabeza. Un día como ese pedía la sopa de patata de la abuela y tal vez una barra de pan crujiente.

      –Pero sí que hay pan, ¿verdad?

      –Recién sacado del horno. He hecho unas barras de más por si te apetecía para esta noche y lo que quede vendrá bien para las tostadas del desayuno.

      –Eres fabulosa. Gracias. ¿Puedes envolverme una barra? –y después llamó a su abuela–. Hola, abuela.

      –Hola. Supongo que tienes antojo de sopa.

      De nuevo, Jess se quedó asombrada por la intuición de su abuela.

      –¿Cómo lo sabías? ¿Es que ahora lees la mente?

      Su abuela se rio.

      –No, aunque algunos dicen que mi madre tenía el don de la clarividencia. En mi caso, solo se trata de lo mucho que conozco a mis nietos. Siempre que los días se ponían así, tú eras la primera olfateando por la cocina y preguntando si había hecho sopa de patata.

      –¿Y la has hecho?

      –Por supuesto. No podía defraudarte, ¿verdad? Pásate por aquí y nos la tomaremos juntas. Me encantaría tener tu compañía.

      Jess se sonrojó por lo culpable que se sentía.

      –¿Te importaría mucho si me la llevara? Había pensado llevarla a casa de Will, pero me quedaré contigo mientras tú te tomas la tuya.

      –De acuerdo –dijo la abuela sin un ápice de resentimiento en la voz. Se conformaba con ver a sus nietos y nunca los juzgaba por el mucho o poco rato que iban a visitarla–. Ahora nos vemos. Conduce con cuidado.

      –Sí. Hasta ahora –dijo y agarró otra barra de pan y unas cuantas galletas de Gail para su abuela antes de salir.

      –No soy tu chef personal, ¿sabes? –le gritó Gail fingiendo exasperación.

      –Eres más que eso –le respondió Jess riendo–. Gracias. Eres un ángel. ¡No me extraña que a nuestros clientes les encantes!

      Cuando llegó a la casa de su abuela, se puso la capucha del chubasquero y corrió hacia la puerta. Estaba abierta y Nell la esperaba con una toalla.

      –Toma, sécate y siéntate frente al fuego. Voy a comer aquí. Es mucho más agradable que la cocina.

      –He traído pan y galletas hechos por Gail.

      –Maravilloso. Su pan es perfecto para acompañar la sopa. ¿Seguro que no quieres comer un poco antes de ir a casa de Will?

      –No, esperaré –dijo y se sentó en el sofá cubriéndose las piernas con una manta–. Qué a gusto se está. La noche se está poniendo cada vez peor.

      –He oído que podría nevar durante la noche, así que ten cuidado con la carretera.

      –Tendré cuidado –le prometió Jess mirándola fijamente. Desde que Megan y Mick se habían vuelto a casar y la abuela había vuelto a su casita, tenía mejor aspecto. Su vida social había mejorado mucho y ahora que estaba libre del cuidado de una casa enorme y de sus nietos, parecía más llena de vitalidad.

      –¿Cómo te encuentras?

      –Perfecta ahora que no os tengo a los cinco dándome problemas. Ya les he pasado esas preocupaciones a tus padres.

      Jess sonrió.

      –No puedes romper un viejo hábito tan rápidamente, abuela. Siempre te preocuparás por nosotros.

      –Oh, supongo que pienso en vosotros de vez en cuando –admitió–. ¡Ah! Gané cincuenta dólares en el bingo la otra noche. Estuve a punto de llevarme el premio gordo, solo me faltaba un número, pero la madre de Heather me lo arrebató.

      –Había olvidado que Bridget había venido desde Ohio de visita.

      –Echaba de menos a su nieto. Se unió mucho a él cuando estuvo viviendo con Heather. Tengo la sensación de que cuando su marido se jubile, se mudarán aquí.

      Jess se quedó sorprendida.

      –Por lo que me había contado Heather, creía que iban a divorciarse.

      –Es lo curioso de las bodas. Hacen que la gente se fije en lo que tiene en su vida y lo que les importa. Creo que cuando Heather y Connor se casaron, eso les pasó a los Donovan. Bridget parece mucho más feliz ahora. Bueno, y ahora háblame de Will y de ti. Imagino que ya os habéis decidido a daros una oportunidad.

      –No hay mucho que contar –respondió Jess encogiéndose de hombros y no del todo cómoda hablando de ese tema con su abuela, a pesar de que le había pedido consejo hacía unas semanas–. Estamos pasando más tiempo juntos, pero yo todavía estoy un poco predispuesta a juzgarlo y a sacar conclusiones demasiado rápido.

      –Una vieja costumbre –dijo la abuela–. Aprendiste a proteger tus sentimientos siendo muy pequeña.

      –Y aún me cuesta creer en la gente, incluido Will.

      –Pero, aun así, esta noche vas a ir a su casa con una sopa. Eso lo hace una mujer que se está permitiendo empezar a creer.

      –Sí. Siento algo por él, pero no sé cuánto. Creo que mucho, pero no me fío de mí misma tampoco. He estado con otros hombres antes y los he dejado en cuanto he perdido interés. Con la mayoría no me importó mucho hacerlo, pero en el caso de Will no quiero hacerle daño.

      –Es un hombre adulto que se conoce a sí mismo y, lo más importante, que te conoce a ti.

      –Creo que me hago una idea de las ventajas que tiene eso –dijo Jess mirando el reloj.

      –Vete –le contestó la abuela sonriendo ante su impaciencia–. Ya te he puesto la sopa en un recipiente. Está en una bolsita encima de la mesa de la cocina. Dale recuerdos de mi parte a Will.

      –No sé si llamar primero para ver si ya está en casa, aunque quería darle una sorpresa.

      –Una sorpresa sería un gesto muy agradable. Seguro que te lo agradecería. Arriésgate. De eso se trata la vida, de correr riesgos.

      Jess sonrió mientras abrazaba a su abuela.

      –Eres una vieja romántica, ¿eh?

      –He tenido mis momentos –le respondió Nell guiñándole un ojo–. ¿Quién sabe? Puede que alguno de estos días tenga más. Sigo amenazando con echarme novio y tu padre se pone como loco cuando lo menciono.

      –¡Pobre papá!

      La abuela se rio.

      –Pero merecería la pena solo por ver cómo llevaría que yo saliera con hombres, ¿verdad?

      –Y tanto. Tal vez si lo haces pronto, así tendrá alguien más en quien centrarse y nos dejará tranquilos a Will y a mí.

      –Eres una soñadora, niña.

      –Sí, seguramente. Te quiero. Nos vemos el domingo, si no antes.

      –Yo también te quiero, cariño. Pásalo bien.

      –Eso espero –dijo. Y, en efecto, tenía las expectativas muy altas, más que nunca.

      Will no estaba seguro de qué era peor, si intentar convencer a su paciente de que se quedara en el hospital para que la evaluaran y la trataran o el camino de vuelta a Chesapeake Shores bajo una incesante lluvia. Lo único que sabía era que se sintió de lo más aliviado cuando por fin entró en el aparcamiento de su edificio, abrió la puerta y entró al calor del vestíbulo, donde recogió el correo y subió las escaleras a su apartamento.

      Al girarse hacia el rellano, vio a Jess sentada con una bolsa. Estaba apoyada contra la pared y parecía medio

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