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      Sociología cultural

      Formas de clasificación en las sociedades complejas

      Jeffrey C. Alexander

       Introducción y revisión técnica de

      Nelson Arteaga Botello

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      Índice

        Introducción. La sociología cultural: los horizontes morales de la acción Por Nelson Arteaga Botello

      1  ¿Sociología cultural o sociología de la cultura? Hacia un programa fuerte

      2  ¿Sociología cultural o sociología de la cultura? Hacia un programa fuerte para la segunda tentativa de la sociología (en colaboración con Philip Smith)

      3  Encantamiento arriesgado: teoría y método en los estudios culturales (en colaboración con Philip Smith y Steven Jay Sherwood)

      4  La promesa de una sociología cultural. Discurso tecnológico y la máquina de la información sagrada y profana

      5  Ciencia social y salvación: sociedad del riesgo como discurso mítico (en colaboración con Philip Smith)

      6  Ciudadano y enemigo como clasificación simbólica: sobre el discurso polarizador de la sociedad civil

      7  Cultura y crisis política: el caso “Watergate” y la sociología durkheimiana

      8  La preparación cultural para la guerra: código, narrativa y acción social

      9  Moderno, anti, pos y neo: cómo se ha intentado comprender en las teorías sociales el “nuevo mundo” de “nuestro tiempo”

       Notas

       Créditos

      Introducción. La sociología cultural: los horizontes morales de la acción

       Nelson Arteaga Botello *

      El presupuesto central que guía este libro es que la cultura debe ser considerada como una esfera que posee una autonomía relativa respecto de otras esferas de la vida social —tales como la economía, la política y la estructura social— y que además tiene efectos de causalidad sobre ellas. Este planteamiento que sugirió Jeffrey C. Alexander hace ya algunas décadas —y que se desarrolla en este libro— permitió tomar distancia de las interpretaciones de la llamada “sociología de la cultura” y su programa débil de sociología, que afirmaba que el mundo de los símbolos y sus significados, así como de los sentidos que produce, son en realidad variables dependientes. Con este posicionamiento, el mundo de la cultura logró una autonomía que le evitó quedar invariablemente sujeto a las estructuras —siempre consideradas más “reales” y “objetivas”— de las esferas económicas y políticas, como si fuera el último eslabón de las relaciones causales pautadas por el poder y la producción económica.

      Más que un planteamiento que pretenda sumar un enfoque “complementario” o “distinto” al universo de las teorías sociológicas de fin de siglo, la propuesta de la sociología cultural es el resultado de un proyecto de reflexión, en el ámbito de la lógica teorética, destinado a resolver de forma innovadora la pugna entre las posiciones centradas en la acción o el orden social, por un lado y en las aproximaciones microsociales o macrosociales, por el otro. De esta manera, la propuesta de considerar que la cultura tiene una autonomía relativa debe interpretarse como el resultado de una reflexión crítica sobre el problema del orden y la agencia que permite superar de manera exitosa esta dicotomía. Dicha reflexión abreva también de la discusión que en ese mismo sentido se dio a finales de la década de 1960 y en los setenta en ciertas corrientes de la antropología cultural. Entender cómo se construyó esta reflexión crítica ayudará a comprender el contexto teórico en el que se inscriben los capítulos que componen este libro.

      El debate sociológico

      Alexander retomó en un sentido muy particular las discusiones en sociología relativas a la distinción y relación —referidas, ciertamente, al modelo parsoniano— entre acción, cultura y sociedad.1 Si bien el mencionado modelo buscaba dar cuenta de la interpenetración entre lo subjetivo y lo objetivo, el yo y la sociedad, así como entre la cultura y la necesidad, Parsons no desarrolló, a juicio de Alexander (1998), suficientemente un modelo multidimensional de análisis y se limitó a construir una teoría macrosociológica sobre las microfundaciones del comportamiento, ignorando el orden que emerge de la interacción. Alexander considera que el problema del proyecto de ese sociólogo y de sus críticos no estuvo en el orden de las macro o micro fundaciones del comportamiento, sino que el concepto de acción confunde actores (actors) (las personas que actúan), agencia (agency) (libertad humana, libre albedrío) y agentes (agents) (aquellos que ejercen el libre albedrío).

      Esta confusión llevó en su momento a pensar la agencia como la capacidad que tiene cualquier sujeto racional para tomar decisiones a partir del conocimiento que posee y de las motivaciones que reconoce. De este modo, la sociología se orientó a entender a los actores como personas que enfrentan la cultura y sus normas, así como a la sociedad y sus interacciones como extrañas y ajenas al propio actor (Alexander, 1992). Para Alexander, los actores (actors) no son solo agentes (agents) en el sentido tradicional, las estructuras no son solo fuerzas que constriñen a los actores (actors) desde fuera. La cultura y la personalidad (personality] son estructuras y fuerzas que confrontan la agencia desde adentro y se vuelven parte de la acción en sentido “voluntario” (voluntary).

      Si existe, a decir de Alexander, una estructura que pueda ser localizada por afuera del actor esta es el sistema social, como conjunto de relaciones económicas y políticas que las personas recrean en las interacciones. Sin embargo, su funcionamiento depende de que sean activadas por la acción, de tal suerte que “esta reformulación de la teoría de la acción pone un énfasis particular en el ambiente de la acción cultural, la cual debe ser entendida como una estructura organizada interna al actor en un sentido concreto” (Alexander, 1998: 216. Traducción propia). Así, la acción es “un constante proceso de ejercicio de la agencia dentro, no contra, la cultura” (1998: 218. Traducción propia). Esto significa que la agencia es una dimensión continua, “no en vez de” sino “a un lado de” las dimensiones de la creatividad y la invención: la agencia involucra la cultura, no es un proceso que se encuentra fuera de ella:

      La acción implica un proceso de externalización, o re-presentación: la agencia está inherentemente conectada a la capacidad representacional y simbólica. Porque los actores tienen agencia, ellos pueden ejercer sus capacidades representacionales, re-presentando su entorno externo a través de la externalización. Esto no contradice el estatus estructural de la cultura, no tanto como la propuesta de “bricoleur” de Lévi-Strauss niega el poder del mito, o la insistencia de Durkheim en la “imaginación religiosa” elimina el ritual (Alexander, 1998: 218. Traducción propia).

      Desde

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