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a la luz de procesos que buscan una transformación social lo que supone la constitución de sujetos que asumen su condición de actores sociales, políticos y representan lo comunitario, como un valor para resistir situaciones de dominación y de discriminación.

      Su lógica de acción es la resistencia a la exclusión, para reclamar por condiciones equitativas de derecho y de dignidad y así mejorar las condiciones de vida de las comunidades. Todo valor supone la existencia de una cosa o persona que lo posee y de un sujeto que lo aprecia o descubre, pero no es ni lo uno ni lo otro. Los valores no tienen existencia real, sino que están adheridos a los objetos que lo sostienen. En otras palabras, la reconciliación, luego de un conflicto social violento, el proceso de construir relaciones intercomunitarias es largo, amplio y profundo, también incluye como componentes constitutivos la justicia, la verdad, la sanación y la reparación reconciliación como “lugar de encuentro” (Lederach).

      Para poder lograr la reparación desde una reconciliación que asuma los planteamientos antes señalados, el padre Mauricio García propone cinco instrumentos que entran en relación entre sí y que se presentan como base para este propósito:

       Un proceso de justicia, que castiga la violencia pasada.

       Un proceso de búsqueda de (o de compartir) la verdad, que permite conocer lo encubierto y dar voz a los silenciados.

       Un proceso de sanación, que le permite a las víctimas reconstruir su vida y ajustar cuentas con su sufrimiento.

       Un proceso de reparación, que permite una compensación real o simbólica por las pérdidas.

       Un proceso de desarrollo, ya que lo anterior no podrá ser exitoso sin el sustento de un desarrollo económico

      A manera de conclusión: la reconciliación toma tiempo; en términos de Hannah Arendt, no es una simple labor, sino que es ante todo acción. En su obra La condición humana (1958), considera que hay tres formas distintas de ser-activo: labor, trabajo y acción. En virtud de la primera, el hombre es animal laborans: el resultado de su actividad no perdura en el tiempo, pues suple una necesidad inmediata y está en relación estrecha con la simple supervivencia. No constituye una creación, es decir, no conforma mundo. A través de este tipo de actividad, el hombre es un ser más de la naturaleza y un ejemplar más una réplica más de su especie. A través del segundo tipo de actividad, el hombre es homo faber; crea muebles, utensilios, obras de arte, edificios, en fin, objetos artificiales que ya no están simplemente para ser consumidos, y que, en consecuencia, le dan una dimensión no-natural a la existencia humana. Son objetos que a menudo sobreviven durante siglos. Los objetos que crea el homo faber se encuentran, en el más amplio sentido de la palabra, entre los hombres.

      El trabajo ya no es tan efímero ni rutinario como la labor. Cuando el homo faber termina de fabricar un objeto sabe que el destino de éste es el de ser usado. Conoce cuál es su utilidad, es decir, su finalidad. Sin embargo, no puede predecir absolutamente todo lo que sucederá con dicho objeto. ¿Qué sucederá con él a largo plazo?, es algo que escapa al control del fabricante, pues éste lo que hace es incorporarlo a las cosas que conforman la vida diaria de un determinado grupo humano, el cual podrá o bien transformarlo o bien desecharlo cuando ya no sea necesario o resulte inservible.

      En otras palabras, el homo faber entiende la finalidad, pero no el sentido. Su actividad tiene un primer grado de apertura hacia lo imprevisible. Naturalmente, y a diferencia del animal laborans, el homo faber es ya en alguna medida conformador de mundo, pues es capaz de construir no sólo su morada, sino también la de sus congéneres. Esto último hace que al individuo homo faber le sea posible establecer relaciones con los demás, es decir, hacer un primigenio ingreso en la esfera de lo público. Sin embargo, tales relaciones se basan primordialmente en el intercambio de los objetos fabricados y no en los sujetos que los fabrican y por ello no contribuyen prácticamente en nada a la construcción de relaciones humanas, vale decir, a la construcción de un mundo puramente humano.

      El homo faber sigue atado a la naturaleza. Para Hannah Arendt, sólo en la acción existe verdadera imprevisibilidad y, en consecuencia, verdadera libertad. La acción no produce objetos materiales, fácilmente destructibles, sino relaciones entre los hombres, cuya tendencia es perdurar. En otras palabras, a través de la acción se construye el mundo puramente humano. Ahora bien, este tipo de actividad no está regido por un conjunto de normas generales que sean igualmente válidas para todos los individuos. Esto es así porque cada individuo es distinto de todos los demás. Es irrepetible y tiene su particular visión acerca del mundo y de cómo debe transcurrir la existencia humana. Nótese que en el caso de la labor y del trabajo, es indiferente cuál sea el individuo que lleve a cabo estas actividades, pues ellas no reflejan otra cosa que la capacidad de la especie humana para dominar la naturaleza y, en esa medida, siguen pautas objetivas, rutinas claramente determinadas.

      En el caso del trabajo, el individuo está inmerso en los designios y avatares de la técnica pero en la acción, en cambio, el individuo es libre, en cuanto que puede, si quiere, plasmar su originalidad, es decir, empezar realmente algo nuevo, y no simplemente escoger entre cierto número de opciones que le son previamente dadas.

      Por eso, sólo en el ámbito de la acción es posible la reconciliación como praxis y es que la acción, en términos de Hannah Arendt, sólo se puede dar en la comunicación entre los individuos, es decir, a través del uso de la palabra, y en el ámbito de lo público. Sólo en dicho ámbito éste puede experimentar el valor de su propia visión del mundo, pues es allí donde ésta puede aparecer, vale decir, mostrarse ante los demás y a través de la confrontación, tener la posibilidad de la mutua persuasión entre hombres, a la vez, distintos e iguales; es decir, el ámbito de lo público como espacio de la política es fundamental en los procesos de reconciliación. En otras palabras, para Hannah Arendt, el hombre es en la medida en que aparece y sus acciones aparecen en lo público de ahí que la reconciliación se dé en este espacio.

      Estar vivo significa estar movido por una necesidad de mostrarse que en cada uno se corresponde con su capacidad para aparecer. [...] El “parecer” -el “me parece”, dokei moi- es el modo, quizá el único posible, de reconocer y percibir un mundo que se manifiesta. Aparecer siempre implica parecerle algo a otros, y este parecer cambia según el punto de vista y la perspectiva de los espectadores (H. Arendt, 1971 y 1978 [2002, p. 45]).

      Ahora bien, dado el número virtualmente infinito de particulares visiones del mundo, las relaciones entre los hombres pertenecen al campo de lo verdaderamente imprevisible. Es precisamente este carácter incierto de la existencia humana lo que le da libertad al hombre, pues le confiere la posibilidad de empezar siempre algo completamente nuevo, para lo cual le basta con hacer uso de la palabra: manifestar su opinión. Gracias a su inteligencia, el hombre puede hallarle sentido a ese algo y prever, en alguna medida, sus consecuencias. Sin embargo, y en especial a largo plazo, tales consecuencias tienden a hacerse imprevisibles y a escapar a su entendimiento; una simple palabra puede tener efectos insospechados. Con la acción, en resumen, se hace virtualmente infinita la capacidad del hombre de conformar mundo, es decir, posibilitar espacios para el diálogo en el ámbito de la reconciliación. De ahí que sanar las heridas del pasado es un proceso multidimensional que puede tomar generaciones que requieren de múltiples acciones en el ámbito de lo público, es decir, en el espacio y de lo político.

      Referencias

      ARENDT, H. (1996). Entre el pasado y el futuro (obra original publicada en 1954). Barcelona: Península.

      ARENDT, H. (1993). La condición humana (obra original publicada en 1958). Barcelona: Paidós.

      ARENDT, H. (1997), ¿Qué es la política? (recopilación hecha por Ursula Ludz de materiales manuscritos trabajados entre 1956 y 1959). Barcelona: Paidós.

      BLOOMFIELD, D. (2006). On Good Terms: Clarifying Reconciliation. Berlín: Berghof Center.

      CORTRIGHT, D. (2008). Peace - A History of Movements and Ideas. New York, Cambridge: Cambridge University Press.

      GALTUNG, J. (1998). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Bilbao: Bakaez/Gernika Gogoratuz.

      LEDERACH, J.P. (1999). The Journey

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