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Esquematismo. Joan Costa
Читать онлайн.Название Esquematismo
Год выпуска 0
isbn 9788418049231
Автор произведения Joan Costa
Жанр Документальная литература
Серия Colección Joan Costa / Experimenta
Издательство Bookwire
La gran virtud de la visión no sólo consiste en eso, y en que se trata de un medio altamente articulado, sino en que su universo ofrece una información inagotablemente rica sobre los objetos y los acontecimientos del mundo exterior. Por tanto, la visión es el medio primordial del conocimiento y del pensamiento.
El hombre ve sin mirar -de ahí la importancia sensorial e integradora de la percepción de los estímulos- y además, penetra mirando -es la observación, la reflexión, la extracción de informaciones para el conocimiento y la acción.
La luz implica percibir formas y colores, pero aquí también hay que pensar, con Berkeley, que los colores, que son objeto propio e instantáneo del acto de ver -podemos decir, inmanente-, no existen fuera de la mente. Con esto se plantea otra vez el problema de la relación entre las realidades externas y las sensaciones.
Para interpretar de manera adecuada el funcionamiento de los sentidos ante la estimulación exterior es necesario recordar que los sentidos no surgieron biológicamente como “instrumentos de la cognición” por sí misma, sino que evolucionaron como auxiliares de la supervivencia. Desde su origen, los sentidos apuntaron a esos rasgos del entorno que marcaban la diferencia entre facilitar la vida e impedirla, y la evolución se concentró en ellos. Esto significa que la percepción tiene fines y es selectiva. Y más adelante tendremos que hablar de cómo la comunicación gráfica, las formas y los colores, contienen un gran poder de estimulación y de atracción, y de cómo se establece así una dicotomía entre ver y mirar, entre percepción pasiva o atención activa, que es un rasgo del interés inteligente (6).
El individuo, a cuyas necesidades vitales y cognitivas se ajusta la visión, se interesa de modo natural por los cambios y por la movilidad, lo que se aprecia claramente en los animales y en los niños, ante los mensajes movimentados, como los productos audiovisuales. El movimiento y la acción son particularmente estimulantes para los ojos. Por tanto, el cambio, o cuando algo aparece y desaparece, va de un lugar a otro, cambia de forma, tamaño, color o brillo, tiene un alto poder de retención de la mirada. De fascinación. Los videoclips y los spots publicitarios han explotado al máximo el cambio trepidante de imágenes, formas, colores, superposiciones y sonidos, precisamente con la intención de capturar y retener la mirada del espectador.
Un color que se mira fijamente tiende a empalidecerse, y si se observa de continuo una configuración estática, al cabo de un tiempo la configuración desaparecerá. Estas reacciones ante la monotonía del estímulo afectan en cierto modo a la defensa consciente y a la fatiga puramente fisiológica. Por eso, si el mensaje visual no cambia, el espectador cambia de punto de vista. O abandona.
Los ojos se mueven dentro de sus órbitas y la exploración selectiva de un campo de estímulos se amplifica mediante los movimientos de la cabeza y del cuerpo. Los procesos de registro que operan dentro del globo ocular son también altamente selectivos.
La retina, al dar informaciones de color al cerebro, esquematiza, simplifica, no registra cada uno de los infinitos matices y tonalidades de un mensaje cromático, sino que se limita a unos pocos colores fundamentales o gamas de color, a partir de los cuales se derivan todos los demás. Esto indica que la fotoquímica del ojo procede por medio de una especie de abstracción por la cual, a nivel de la percepción consciente, vemos los colores como variaciones y combinaciones alrededor de unos pocos colores primarios. Esta ingeniosa simplificación -que obedece en parte a la reducción de atención exhaustiva, esto es, a un principio de economía biológica-, la visión lleva a cabo, con unas pocas clases de transmisores, una tarea que de otro modo, exigiría un número tan elevado de ellos que su manejo sería imposible.
Los movimientos del ojo que contribuyen a seleccionar los objetivos de la visión se realizan entre el automatismo y la respuesta voluntaria al estímulo. Deben dirigir los ojos de modo que la zona del campo visual por examinar quede dentro del estrecho margen en el que la visión es más aguda. La agudeza disminuye tan deprisa que una desviación de diez grados del eje de fijación donde la agudeza es máxima, queda reducida ya a una quinta parte. Puesto que la sensibilidad retiniana es tan restringida, el ojo singulariza algún lugar particular, que así lo aísla pues es el centro de su interés. Como afirma William James, “Sin interés selectivo, la experiencia sería un completo caos”, porque carecería de estructura significante. El ojo-cerebro es una estructura a su vez estructurante gracias al poder separador y organizador de la visión y de la mente.
Reproducción de la página con esquemas geométricos y manuscrito de Ibn Sahl sobre las leyes de la refracción ocular.
Digamos finalmente que un estímulo puede ser motivo de atención, ya sea porque se destaca del resto del campo visual y/o porque responde a las necesidades o intereses psicológicos del observador. Más adelante nos extenderemos en esta dialéctica que es esencial para la comunicación de informaciones visuales.
La percepción visual del espacio, el tiempo y la geometría
La constitución biofisiológica del hombre como animal óptico explica muchos fenómenos, como los que interesan a los filósofos sobre la preponderancia abrumadora de la interpretación visual del saber (visual thinking) y de la propia vida social y psicológica del hombre.
La visión binocular, por la situación de los dos ojos en un plano y la perspectiva que proporciona al individuo, es un hecho de complementación de ambos ojos, y eso es lo que moldea el carácter óptico de nuestro encéfalo y la elaboración visual del concepto de espacio.
Nuestro sistema visual viene a constituir una especie de resonador cerebral armónico, capaz de revivir imágenes dinámicas, de servir de soporte geométrico a las ideas y de establecer sistemas de imágenes intracerebrales, precisas y complejas, de dimensiones propias, generadoras de una nueva calidad vital. Ya Descartes había reconocido implícitamente a la función visual un papel sensorial importante en la concepción geométrica. El hombre es un “animal geométrico” gracias a la función visual. Geométrico, dicho en el sentido pluridimensional, funcional, toda vez que la armonía temporal cinestésica (la del movimiento) interviene también en la proyección de nuestras imágenes internas que son el soporte del pensamiento. Es por eso que nuestra mente está fundada sobre la óptica, especialmente nuestras funciones corticales: la lógica, la matemática, la geometría, la proyección en el espacio imaginario -y por analogía para el visualista, en el espacio gráfico, así como la noción del tiempo y el pensamiento basados en la proyección de formas mentales sobre la realidad. La ciencia matemática nace con la sistematización del pensamiento lógico. Es la forma estructural del cerebro óptico.
El concepto renacentista de espacio visual y los estudios de los físicos y los psicólogos del siglo XIX coinciden en atribuir a la función ocular la percepción de la tercera dimensión. Así estudian unos y otros el espacio visual en función de la fisiología celular según los métodos de la óptica geométrica.
Los que se ocupan del análisis psicogenético del espacio, es decir, de cómo emerge la conciencia espacial en el niño (Piaget, entre otros) descubren que la elaboración progresiva de la noción espacial se inicia en el plano perceptivo con la localización de los objetos en el entorno, y sigue después en el plano representativo, imaginario o intelectual. Este proceso se sigue muy bien en el niño, donde primero aparece el espacio sensorio-motor ligado a la visión, el movimiento y los desplazamientos. Poco después viene el espacio representacional que surge simultáneamente con el lenguaje, el pensamiento intuitivo y la imagen mental (7).
En este momento, la representación mental procede desde el inicio, como si el niño ignorase todas las relaciones y proporciones recibidas sensorialmente. Esto demuestra la existencia de una representación del espacio intercerebral, fruto de la transmisión hereditaria y de la estructura del cerebro. Por eso la intuición geométrica del niño no se apoya directamente en los actos sensorio-motrices, sino en la interna sensación espacial, que es intrínseca.
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