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capítulo cuarenta y nueve -

       - capítulo cincuenta -

       - capítulo cincuenta y uno -

       - capítulo cincuenta y dos -

       - epílogo -

       - agradecimientos -

      Para quienes son capaces de encontrar un rayo

      de luz entre tanta oscuridad.

      También para aquellos que están constantemente

      enfrentándose a sus sombras.

      Y para ti, que sé que has vivido al menos una cosa

      que te destrozó, pero sigues de pie sin rendirte.

      - capítulo uno -

      Alice Brenden

      Es como si estuviese contando una pesadilla, no tan solo un mal recuerdo, sino el único que realmente podría definir como «malo». No estoy tan segura de sentirme mal por eso, pues, hoy no sería la misma sin haber vivido antes.

      Creo haber escuchado muchísimas veces: «Al mal tiempo buena cara», pero ¿cómo lo haces cuando estás entre cuatro paredes? ¿Cuando no llevas un paraguas escondido para protegerte de la tormenta? Hay veces que hasta la persona que creías menos apropiada para ayudarte puede salvarte del infierno en el que te encuentras, o puede ser al revés, tú puedes salvar a alguien de un infierno interno o externo, con pequeños detalles, por eso, no dejes de sonreír.

      Como de costumbre, esa mañana desperté antes que papá y Liam. Intenté ser rápida en el baño batallando con el champú y el acondicionador, luego con el secador de cabello y las toallas. Y así intentaba ser cada mañana, ya que Liam, mi hermano, comenzaba a fastidiarme porque «no quiere llegar tarde a la universidad», claro que, si así fuera, se levantaría una hora antes que yo, pero de todas formas intento entenderlo y quererlo con sus decisiones y rarezas.

      Desayuné junto a los dos mientras mi madre seguía durmiendo con mi hermana pequeña.

      —No entiendo por qué tardan tanto en el baño —expresó papá mientras miraba el periódico en su teléfono, siempre lo hacía cada mañana mientras bebía un tazón enorme de café.

      —Alice —respondió mi hermano. Luego me observó y negó con su cabeza burlándose.

      —Liam debería levantarse mucho más temprano que yo —rodé los ojos.

      Liam se rio de mí y luego me lanzó un beso para molestarme. Mi padre se nos quedó mirando unos segundos y levantando las cejas tipo «no los entiendo» expresó:

      —Voy atrasado. Nos vemos en la tarde. —Se puso de pie y tomó su chaqueta.

      Se despidió de ambos con un beso en nuestras cabezas y luego salió casi corriendo de la sala. Me quedé mirando a Liam unos segundos con mis ojos entrecerrados para fastidiarlo, pero él no me prestó demasiada atención.

      —Deja de observarme y ve a lavarte los dientes porque te iré a dejar a la escuela —dijo mientras se ponía de pie.

      —Está bien —sonreí.

      Rápidamente me cepillé los dientes y luego vi a mi hermano salir de casa con los cascos en sus manos y con su típica actitud indiferente, es tan gracioso. Liam es cuatro años mayor que yo y está cursando su cuarto año universitario. Todas las chicas a las que conozco, incluso algunos chicos, lo adoran por «su apariencia», pero yo todavía no lo comprendo. Siempre llega a casa con regalos de diferentes pretendientes o, a veces, hay algunas que le ayudan en todos los trabajos que debe hacer. Sin embargo, mi hermano no toma demasiado en cuenta a las chicas si ellas buscan una relación estable. Creo que Liam solo está a favor de divertirse.

      Salí de casa cerrando la puerta a mis espaldas, caminé hacia la moto de Liam y de un salto me subí detrás de él.

      —Ten. —Me tendió el casco, me lo puse y luego lo abracé con fuerza—. Deja de asfixiarme —gruñó.

      No sé cómo, pero llegué sana y salva a la entrada de la escuela. Nada era peor que tener las piernas temblando.

      —¡No entiendo cómo papá te regaló una moto! —exclamé mientras, con desesperación, me quitaba el casco y casi se lo lancé en el abdomen.

      Él rio mirándome.

      —Deja de ser tan dramática y miedosa, no sé por qué lo sigues siendo, siempre te traigo a la escuela en moto.

      —¡Y es que aún no te das cuenta de que puedes matarme!

      —Eso jamás pasaría —sonrió mientras encendía el motor nuevamente—, además, nos mataríamos los dos.

      —Está claro que mi vida vale más que la tuya —bufé. Él rodó los ojos—. Está bien, adiós. —Volteé para seguir mi camino hacia la puerta de la escuela.

      —Dime «te amo» —dijo, pero lo ignoré—. ¡Alice dime «te amo!» —gritó consiguiendo que unas cuantas personas se nos quedaran mirando. Mi rostro se tornó serio.

      —Eres un idiota. —Enarqué una ceja.

      —«Liam, eres el mejor hermano del mundo y te amo» —imitó mi voz para que claramente yo se lo dijera.

      —Liam, eres el mejor hermano del mundo y te amo —dije con ironía y luego sonreí falsamente.

      —Sé que me amas, no debías decirlo —sonrió y me guiñó un ojo.

      —Debería matarte —gruñí volteando para seguir mi camino—. Debería haber tenido un hermano normal, mamá no es rara y papá tampoco... —reflexionaba en voz alta mientras me alejaba de mi hermano, quien, al verme entrar a la escuela, se marchó.

      —De nuevo hablando sola —escuché—. Ya estás dándome miedo, pareces una loca. —Miré hacia mi derecha y vi a Jamie, quien venía hacia mí con una gran sonrisa.

      —Es que Liam está loco, no yo —expliqué.

      —Y bueno también —rio.

      La miré en silencio un tanto asqueada, todas las chicas veían en mi hermano un adonis, un Dios griego, pero definitivamente yo no le veía nada de guapo a ese fenómeno.

      —¿Has visto a Lía? —le pregunté para cambiar el tema de conversación.

      —No, debe estar en el salón.

      La escuela a la que asistía era una de las mejores catalogadas a nivel nacional por su nivel académico, pero lamentablemente era solo de mujeres. Aunque no sabía si era del todo malo que así fuese.

      —¡Ahí están! —escuchamos el grito de Lía al vernos entrar al salón de clases.

      Nos sentamos en nuestros pupitres saludándola y luego, como no estaba la profesora todavía, la conversa era nuestra mejor amiga.

      —¿Estuviste con Christopher este fin de semana? —me preguntó Jamie.

      —Sí —contesté—. Estuvimos en casa, nada fuera de lo común —me encogí de hombros.

      —Un carrusel de aventuras. —Jamie rodó los ojos y luego ambas rieron.

      Christopher era mi novio desde hacía dos años, pero lo conocía desde hace cuatro, ya que éramos amigos. No sé cómo descubrimos que estábamos enamorados, había pasado de manera repentina, pero me gustaba. Era un gran chico, o eso

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