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se le encogía. Costaba creer que no lo había amado siempre. Posó los ojos en Michael con cierto desconcierto. Era una persona tan distante e independiente que no había esperado que se llevara bien con los niños, aunque ya daba la impresión de haber cautivado a Jamie. Algo se retorció en su interior.

      —¿Y bien? –preguntó Emma en voz baja al arrodillarse junto a la mesita para servir el café—. ¿Habéis llegado a un acuerdo?

      —En realidad, no –Rosalind se obligó a concentrarse en el problema al regresar al sofá.

      Michael había captado el intercambio. Devolvió el tren a las manos pegajosas de Jamie y lo dejó en cuclillas, la atención dividida entre el juguete y la galletita.

      —Llegamos hasta el punto en que Rosalind sugiere que me cargue con una esposa y un hijo para mi viaje a Yorkshire –le informó a su hermana mientras aceptaba una taza.

      —Como ya habrás deducido por su tono, Michael no cree que sea una buena idea –suspiró Rosalind.

      —¿Por qué no? –Emma miró a su hermano con sincera sorpresa.

      —En realidad, creo que es una buena idea que desaparezcas durante unas semanas –miró con frialdad a Rosalind—. Lo que no entiendo es por qué ha de ser conmigo –se volvió hacia su hermana, esperando que al menos ella pudiera ver el sentido común—. Rosalind puede permitirse el lujo de ir a cualquier parte del mundo –señaló.

      —¡Exacto! –exclamó su hermana—. Razón por la que un tranquilo poblado de Yorkshire sería el último sitio en el que buscaría alguien que quisiera encontrarla.

      —Bien, que vaya a Yorkshire si es lo que desea, pero, ¿por qué involucrarme a mí?

      —¡Oh, Michael, sólo tienes que mirarla! —como una sola persona, los hermanos se volvieron a estudiar a Rosalind, que parecía terriblemente fuera de lugar en el viejo sofá. Irradiaba un destello indefinible, un aura de riqueza y sofisticación que sólo en parte se debía a la ropa cara que lucía—. Sobresaldría a un kilómetro de distancia a cualquier parte que fuera –señaló Emma innecesariamente—. Roz no es el tipo de chica que pasa desapercibida. Puede que no sea una celebridad, pero mucha gente conoce su nombre, o reconocería su foto de la sección de sociedad. Si Jamie y ella van con sus nombres, no tardarían en rastrearlos. Han de adoptar una nueva identidad, por unas pocas semanas, hasta que la policía logre dar con la persona que le está haciendo esto.

      »En realidad, fue la misma policía la que lo sugirió –continuó Emma—. Y ahí pensé en ti. Acababa de recibir tu mensaje en el que decías que vendrías por un mes para arreglar el problema de la tía Maud, y de pronto comprendí que serías la tapadera perfecta. Nadie te asocia con Rosalind y, lo que es más importante, irás a un sitio donde nadie te conoce ni espera que seas otra persona que quien afirmes que eres. Si presentas a Rosalind y a Jamie como tu esposa e hijo, ¿quién va a cuestionarlo?»

      —¿La tía Maud? –sugirió él con ironía, pero Emma lo descartó con un gesto.

      —No ha mantenido contacto con la familia durante más de veinte años, de modo que no sabrá si estás casado o no, ¿verdad?

      —Puede que no –dijo con una de sus miradas implacables—, pero es una mujer mayor, y parece confusa y necesitada de ayuda. No sé por qué debemos imponerles a una mujer y un niño desconocidos bajo falsos pretextos.

      —¡Michael! –exclamó Emma, decepcionada—. ¡No te puedes negar! Rosalind y Jamie están en peligro, ¡y tú eres el único que puede ayudarlos!

      —Tonterías, Emma, y tú lo sabes –apretó los labios. Miró a Rosalind, que hacía girar de forma inconsciente un espectacular anillo de diamantes que llevaba en el dedo anular de la mano izquierda—. No hace falta que sigas jugando con el anillo –soltó con aspereza—. En cuanto vi lo ostentoso que era, recibí el mensaje de que encontraste a alguien lo bastante bueno para ti.

      Emma se mostró desconcertada por el tono de Michael, y Rosalind se apresuró a hablar antes de que su amiga pudiera darse cuenta de que su relación con su hermano había sido algo más que una amistad. No había querido hablar de lo sucedido cinco años atrás, y era evidente que Michael tampoco.

      —No intentaba enviarte ningún mensaje –explicó con mirada gélida—. Tengo la costumbre de girar el anillo siempre que pienso, eso es todo.

      —Pero se trata de un anillo de compromiso, ¿no?

      —Sí, lo es –repuso tras titubear unos instantes. Podría habérselo quitado antes de ir. El compromiso sólo complicaba las cosas.

      —En ese caso, te sugiero que le pidas a quienquiera que te lo dio que te lleve lejos de aquí –dijo con voz llana.

      —No puedo –se mordió el labio. No quería hablar de Simon, cuya rotunda negativa a verse involucrado en el asunto dolía mucho más que lo que le gustaba reconocer.

      —¿No? ¿Por qué? –Michael indicó el anillo que centelleaba en su mano—. Seguro que alguien preparado para comprar semejante joya debería quererte lo suficiente como para ir de un lugar a otro del país, si eso es lo que tú deseas.

      —No es tan fácil –protestó Rosalind.

      —Roz está comprometida con Simon Hungerford –explicó Emma—. Habrás oído hablar de él.

      —¿Hungerford? ¿El político?

      —El mismo –corroboró su hermana.

      Michael observó el rostro súbitamente acalorado de Rosalind.

      —¿Simon Hungerford y tú? –preguntó despacio—. Sí, tiene sentido. Sólo alguien como él te bastaría. Los Hungerford son una de las pocas familias que pueden rivalizar con la tuya en riqueza, y he leído que en este momento Simon persigue el poder con la misma ambición implacable que el resto de su familia persigue el dinero. ¡Hacéis una buena pareja!

      Rosalind se encogió interiormente ante el desprecio que notó en su voz, pero alzó la barbilla y se esforzó por no prestarle atención.

      —Es muy difícil para Simon marcharse –intentó disculparlo—. Aunque no tuviera tantos compromisos, es demasiado conocido. Alguien terminaría por reconocerlo y entonces tendríamos a los periódicos encima, lo cual sería como poner un anuncio diciéndole a ese desconocido dónde estábamos.

      —¿Lo ves? Debes ser tú, Michael –insistió Emma, ofreciendo el plato con las galletitas, pero él no estaba por la labor de sucumbir.

      —Lo siento, Emma –ignoró las pastas—, pero en este momento ya tengo suficientes problemas como para actuar de guardaespaldas. Rosalind tiene un novio para protegerla, y si no está preparado para cuidarla por sí mismo, puede permitirse pagar a alguien para que lo haga por él. Yo tengo cosas más importantes que hacer.

      Capítulo 2

      HABÍA dicho que no.

      Entonces, se preguntó con furia a la mañana siguiente, ¿por qué demonios iba por la M1 con Rosalind a su lado y Jamie dormido en el asiento de atrás del coche?

      De no haber sido por esa maldita llamada telefónica, estaría solo, concentrado en volver a meter todos los recuerdos de ella en el cajón mental de «Gran Error». Cinco minutos más tarde y Rosalind se habría marchado y él habría podido continuar con su vida. Pero bebían café cuando sonó el teléfono móvil de ella.

      Al principio, él no había prestado mucha atención. Jamie había derramado parte del zumo sobre la falda de Rosalind, y Emma y ella se habían incorporado en busca de un trapo para limpiar la tela y las manos del pequeño. El imperativo sonido del teléfono hizo que Rosalind se pusiera a buscar con nerviosismo el bolso, que había dejado en la mesa junto a la entrada.

      —Debe ser Simon –le indicó a Emma—. Dijo que llamaría.

      Irritado por tanto alboroto, Michael daba vueltas

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