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Yin Yin – Tiki y la orquídea. Myriam Yagnam
Читать онлайн.Название Yin Yin – Tiki y la orquídea
Год выпуска 0
isbn 9789561235090
Автор произведения Myriam Yagnam
Издательство Bookwire
Sofía y Rodrigo trataron por todo los medios de que Yin no extrañara demasiado a su dueño. La llevaban a remar en el bote, le preparaban comidas especiales y la dejaban dormir con ellos en su cama. Pero todo era en vano: después de esas actividades, Yin volvía a sentarse frente a la puerta a esperar.
–Estoy muy preocupada –le decía Sofía a Rodrigo–. Yin pasa horas enteras frente a la puerta esperando ver llegar a Miguel…
–No sé qué más podemos hacer –apuntaba Rodrigo–, nuestro amigo aún no ha podido conseguir un departamento.
El aeropuerto
Habían pasado dos meses desde la partida de Miguel a Chile y una tarde, en que Sofía dejó la puerta abierta, Yin, veloz como un rayo, escapó corriendo. Se sentía mal huyendo de la casa de Sofía y Rodrigo, pero había tomado una decisión. Tenía que encontrar a Miguel… aunque tuviera que ir caminando a Chile.
Con la nariz pegada al suelo y el corazón latiendo desenfrenadamente, fue siguiendo las pisadas de Miguel. El rastro, bastante difuso, porque había pasado ya un tiempo, la llevó hasta la entrada del aeropuerto. Allí divisó por primera vez un avión.
–¡Qué pájaro tan grande y ruidoso! –exclamó Yin, y se refugió entre los arbustos de un terreno baldío. Esperaría hasta la noche para entrar en el aeropuerto. Seguro que allí estaba Chile y encontraría a Miguel.
Mientras tanto, Sofía y Rodrigo, desesperados, pegaban carteles en los árboles cercanos a su casa, ponían un anuncio en el periódico, otro en internet y otro en la radio, sin ningún resultado. Nadie parecía haber visto a Yin. ¡Había desaparecido como por arte de magia!
Entre los arbustos, Yin se había quedado profundamente dormida. La despertaron los ladridos de unos perros. Eran Lucas, Bueso, Negri, Angie y Klibus, una manada de perros callejeros en busca de comida.
–¡Hola! –la saludó Negri, un perro mediano, enamoradizo y tan, pero tan mezclado, que no se podía saber a qué raza pertenecía–. Te ves muy bien, preciosura –la piropeó.
–Perdone a Negri, señorita, es un atrevido –interrumpió Klibus, un dálmata viejo, sabio y caballeroso, que hacía de jefe de la manada–. Usted no parece una perra abandonada.
–¿Cómo se llama la damita si se puede saber? –le preguntó Bueso, haciendo una profunda reverencia.
–Yin –contesto ella tímidamente.
–¿Dónde está tu humano? –quiso saber Angie, una perra vieja, blanca y negra, que acercándose a mirarla agregó–: Veo que tienes un collar, y muy bonito, por cierto.
–Déjenla hablar –ladró Klibus, poniendo orden en la manada–. La señorita Yin no puede contestar todas las preguntas a la vez.
Los perros se agruparon a su lado y Yin les contó su historia. Les habló de Miguel, del trabajo de este en Chile, de lo buenos que habían sido Sofía y Rodrigo, de lo triste que se sentía y de su intención de encontrar a Miguel, costara lo que costase.
–No te hagas ilusiones –le dijo Klibus–, cuando los humanos se van es muy difícil volver a encontrarse con ellos.
–Es cierto –añadió Bueso, que se jactaba de tener olfato de detective–, te lo digo por experiencia. Una gran parte de los perros no vuelve a encontrar a su humano.
–Quédate con nosotros –le pidió Negri, que ya se había enamorado de Yin, y le hizo una promesa–: Te juro que te ayudaremos a encontrar a Miguel.
Yin pensó que si la manada la ayudaba, podría dar más rápidamente con su dueño.
–Está bien, me quedo con ustedes –aceptó al fin.
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