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y no lo era porque a partir de ese momento los jugadores de rojo quedaron trascendidos por la camiseta que llevaban y la grandeza que irradiaba de ella, una grandeza que se encarnó en el único hombre que estaba en el campo con capacidad suficiente para recibirla y darle vida: un inglés, un inglés de Liverpool para más señas. El único jugador de ese equipo, porque Xabi Alonso era aún muy joven, que podía haber sido titular en cualquier época y formación del club: Stephen Gerrard.

      A partir de ahí los «ingleses» fueron mucho mejores, más atrevidos, más valerosos. Ya no había miedo, lo único que importaba era ser dignos y llegado el caso poder decir que habían caído con honor, como los hombres de Maldon. Al partido se le fue el fútbol y le llegó el corazón, y ahí lo perdió el Milan.

      En seis minutos, solo seis, empató el Liverpool. Primero marcó Gerrard en el 54, luego Smicer en el 56 y Xabi Alonso en el 60, al recoger el rechace de un penalti. Remontaron el partido en un suspiro, y con idéntico resultado se llegó a los penaltis. Pero los dioses guerreros ya habían dictado sentencia.

      Habían elegido a su campeón: el Liverpool.

      Grande amigos, el fútbol inglés. Un fútbol con sabor a tradición y nostalgia. A pesar de todo, estas señas se van difuminando día a día en la alta competición. En ella el dinero y la necesidad de competir imponen la llegada de grandes fichajes que acaban rompiendo ese hilo conductor que nos hemos empeñado en buscar. Esto no es ni bueno ni malo, tiene su aspecto positivo y negativo, como otras muchas cosas.

      Por otra parte ha habido grandes entrenadores en la Premier que han aportado cosas nuevas y buenas, como Arsene Wenger en el Arsenal y sus valores de cantera y buen fútbol, fútbol de toque y exquisito cuidado del balón. Pero esta es seguramente la razón de ser de la historia. Como decía Heráclito, todo cambia y nada permanece. La realidad es un proceso histórico en continua evolución y desarrollo, y el fútbol como expresión cultural humana no es una excepción.

      Tal vez sea el momento de acercarse a las islas y presenciar algún partido de categorías inferiores. Tal vez ahí podamos aún respirar la esencia del fútbol inglés antes de que el tiempo se la acabe llevando para siempre.

      9

      Entre las peores pesadillas de mi infancia se encuentran las relacionadas con el fútbol y Alemania. No por separado desde luego, porque por separado son dos conceptos que siempre me han transmitido las mejores sensaciones, pero cuando se combinaban ya era otra cosa.

      Soy madridista, como creo haber dicho ya en alguna ocasión; y lo cierto es que cuando al Madrid le tocaba con un equipo italiano eras consciente de que podías perfectamente perder. Perderías por 1-0, o en todo caso, por penaltis y cosas así. Pero cuando te caían en suerte los alemanes, era preciso asumir que en su campo te iban a meter cinco. No había solución, y lo mejor era aceptarlo cuanto antes.

      Después de muchos años aún soy capaz de recordar al menos cuatro equipos alemanes que nos colocaron cinco goles en nuestras sufridas visitas a Alemania: Hamburgo, Kaiserslautern, Borussia Mönchengladbach y Bayern de Múnich.

      Y es que todos hemos oído esa frase que Gary Lineker pronunció en su día afirmando que el fútbol es un deporte de once contra once donde siempre ganan los alemanes.

      Yo me he preguntado a menudo por qué la victoria solía caer, casi siempre, del lado alemán y la búsqueda de respuestas me ha llevado en una doble dirección fundamentada tanto en lo físico como en lo sistemático. Trataremos de desarrollar ambas a continuación.

      El poderío físico alemán o la comunión romántica con la naturaleza

      Podemos comenzar la primera línea argumentativa diciendo que los alemanes te arrollan y te meten en tu propia portería a base de poderío y contundencia física.

      El fútbol alemán ha sido siempre un fútbol muy físico, de gente muy poderosa en ese sentido; y de nuevo tenemos que mirar a la historia para pensar en la fuerza y vigor de las tribus originarias del centro de Europa contra las que los romanos se las tuvieron que ver en multitud de ocasiones.

      Julio César describía a los germanos como altos e impresionantes guerreros, y de los suevos se cuenta que se recogían su largo pelo rubio en una coleta que dejaban caer a un lado de la cabeza solo para impresionar a sus enemigos. Ver a un paisano de esos de casi dos metros viniendo hacia ti dando voces y hacha en mano, tenía que ser un laxante mucho más efectivo que los que venden hoy en las farmacias.

      Suevos, burgundios, alamanes, queruscos, francos, marsos, brúcteros... y muchos otros pueblos germanos, eran clara expresión de su poderío. Una vez más, como en el caso de los ingleses, hombres duros y acostumbrados a sobrevivir en situaciones de lo más adversas a partir de su poderío físico y carácter guerrero.

      Por si esto fuera poco, el entorno era digno de semejantes personajes. Sin ir más lejos, Tácito describe los bosques y lagunas de la Germania como terribles y oscuros lugares, propicios, pienso yo, para sembrar el terror en sus enemigos haciéndoles creer que las mismísimas fuerzas del infierno se abatían sobre ellos.

      Hablando de infiernos, el de Betzenberg es un claro ejemplo de ese entorno terrible y oscuro del que hablaba Tácito.

      El infierno de Betzenberg es como se conoce al Fritz Walter Stadium, el campo del Kaiserslautern, un estadio de triste memoria para el fútbol español, y del que luego os contaré alguna historia.

      Durante muchos años la seriedad y organización romana mantuvo a raya a los pueblos germánicos. Pero al final, los del águila acabaron golpeados mortalmente en el otoño del año nueve de nuestra era.

      Una coalición de tribus germanas, con los queruscos y su caudillo Arminio a la cabeza, tendió una emboscada a los romanos en el bosque de Teutoburgo destrozando a tres legiones. Veinte mil romanos caídos y Roma herida de muerte para los restos. Fue el lugar y el momento en el que los germanos pudieron romper el orden y la estrategia de las legiones. No hubo tiempo ni tampoco espacio para organizarse, con lo que se dio la situación perfecta para que la fuerza se impusiera, por fin, a la estructura y al método.

      La batalla del bosque de Teutoburgo debió de ser una experiencia dramática para el ejército romano. Todo en ella: la oscuridad de un bosque cuajado de espesa vegetación, la niebla, los rostros y cuerpos de los germanos pintados con el fin de camuflarse entre la espesura, el triunfo de lo instintivo, y el espíritu de una futura nación comenzando a aletear entre las sombras, nos remite a lo misterioso, a lo sublime, a valores y conceptos que, en definitiva, han

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