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Los Hermanos Karamázov. Fiódor Dostoyevski
Читать онлайн.Название Los Hermanos Karamázov
Год выпуска 0
isbn 9788418211409
Автор произведения Fiódor Dostoyevski
Жанр Языкознание
Серия Colección Oro
Издательство Bookwire
Término empleado para referirse a los campesinos rusos que no tenían propiedades. En la literatura rusa, se refiere a un ser pobre, habitualmente alguien perverso y corrupto.
Segunda Parte:
Historia de una familia
Capítulo I
Debemos dar al lector algunas explicaciones acerca de los personajes que le hemos hecho conocer.
Como queda dicho, Dmitri, Iván y Alekséi Fiódorovich eran los tres hijos de Fiódor Pávlovich Karamázov.
Este pomiestchik, esto es, labrador (así lo llamaban, aunque pasó toda la vida fuera de sus tierras), era un hombre extraño.
El tipo, desgraciadamente, abunda todavía.
Era uno de esos hombres que, a sus perversos instintos, unen una mente desordenada, incapaz de coherencia alguna para nada que no sea aumentar su hacienda, sin reparar en los medios.
Fiódor Pávlovich había empezado sus negocios sin dinero alguno, y al morir se encontraron en su casa más de cien mil rublos.
Se había casado dos veces. De sus tres hijos, el mayor, Dmitri Fiódorovich, era de la primera esposa; los otros dos, Iván y Alekséi, eran de la segunda.
Aquella pertenecía a la más alta y rica nobleza, a la familia de los Miúsov, grandes hacendados del distrito.
¿Cómo se explica que una joven rica, graciosa, bella e inteligente, se casara con un hombre tan insignificante?
No trataré de explicarlo; mas, no obstante, diré que he conocido una joven de la antigua generación “romántica”, la cual, después de haber mantenido “relaciones” durante varios años con un hombre con el cual hubiera podido casarse sin ningún tipo de dificultades, acabó por inventar obstáculos infranqueables a esta unión, y escogió una noche tempestuosa para precipitarse en el fondo de un río.
Probablemente quiso emular a Ofelia.
El hecho es auténtico, y no es el único caso de ese tipo del que dos o tres últimas generaciones nos han dejado testimonios.
Esta fue también la locura de Adelaida Ivánovna Miúsov.
Tal vez pensó demostrar con ello la independencia personal y femenina, reaccionar contra los prejuicios de casta y contra el despotismo de su familia, y su imaginación, dócil a su deseo, creyó que Fiódor Pávlovich, si bien era un parásito, no por esto dejaba de ser un hombre de cierto valor, audaz, irónico, astuto y mordaz, cuando en realidad no pasaba de ser un mal intencionado bufón.
Lo más cómico del caso fue que Fiódor se vio obligado a raptar a su novia, lo cual halagó singularmente a los gustos románticos de Adelaida Ivánovna.
Fiódor Pávlovich era un hombre dispuesto a todo, resuelto a lanzarse al mundo a través de los medios que fueran.
El amor, creo sinceramente, que no entraba para nada en el asunto, si bien Adelaida era una joven bellísima.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que Adelaida se diese cuenta de que su marido no podía inspirarle sino el más profundo desprecio.
Su familia le perdonó por fin, y le entregó la dote que le pertenecía.
A poco de casarse, comenzaron a suscitarse entre los esposos escenas de una violencia horrible, que ya no cesaron jamás.
Fiódor, ni corto ni perezoso, lo primero que hizo fue apoderarse de los veinticinco mil rublos que constituían la dote de su mujer y con ellos se cuidó de acrecentar su escaso patrimonio, hasta trató de poner a su nombre una casa que Adelaida tenía en la ciudad, y lo hubiera conseguido si la familia de aquella no hubiese intervenido en su favor.
Después de los dichos pasaron a los hechos, y es notorio que no fue precisamente Adelaida la que más golpes recibió...
Por último, Adelaida Ivánovna se fugó con un pobre seminarista, dejando en brazos de Fiódor un niño de tres años: Dmitri.
El abandonado esposo se apresuró a consolarse... ¡y de qué modo!, estableciendo en su casa un verdadero harén.
Se dio a la bebida y, cuando no estaba ebrio, cuando tenía algunos momentos de lucidez, visitaba a sus conocidos, ante los cuales se lamentaba de su abandono y contaba tales cosas de su esposa que, aunque todas hubieran sido inexactas, el hecho solo de relatarlas constituía una vergüenza para un esposo.
Pero Fiódor Pávlovich parecía querer buscar su gloria en la parte de marido burlado.
—Hombre —solían decirle—, no parece sino que ha adquirido usted un título nobiliario. ¡Jamás se le ha visto tan gozoso!
Después encontró las huellas de su esposa y dio con ella en San Petersburgo.
Adelaida vivía en dicha ciudad con su seminarista. Fiódor se dispuso a entablar un proceso, aunque, en realidad, no sabía bien con qué objeto.
Pero antes de abandonar su casa, creyó poder permitirse algunos días de disolución: en aquel lapso le llegó la nueva de la muerte de Adelaida.
Algunos aseguraban que cuando Fiódor recibió la noticia se volvió loco de contento.
Otros, en cambio, decían que lloró como un chiquillo.
Tal vez ambas partes tuvieran razón.
Capítulo II
El lector puede imaginarse qué clase de padre y de educador habría de ser un hombre semejante.
Como era fácil prever, abandonó al hijo que había tenido con Adelaida. No porque lo detestase particularmente, o porque tuviese dudas acerca de su autenticidad, sino sencillamente porque se olvidó de él sin motivo alguno.
Y mientras importunaba a todos con sus jeremiadas y convertía su casa en una tertulia de depravados, fue un criado, el fiel Grigori, quien tomó la tutela del pequeño Mitia.
Al principio, ni los parientes de la madre se cuidaron del pequeñuelo. El abuelo había muerto ya, la abuela estaba gravemente enferma y las tías se habían casado.
Por tanto, Dmitri vivió durante un año entero en casa de Grigori. Sin embargo, un primo hermano de Adelaida, Piótr Aleksándrovich Miúsov, llegó luego de París.
Era Miúsov un hombre muy joven todavía, bastante instruido, formado, por decirlo así, en el extranjero; un europeo que debía acabar en la piel de un gran liberal.
Por aquella época tenía la estrecha amistad con los hombres liberales más ilustres de la época, tales como Proudhon y Bakounine. Más tarde gustaría de contar las tres grandes jornadas de la revolución de febrero de 1848, dejando entender que también él había estado detrás de las barricadas...
Su hacienda estaba cerca del convento que hemos mencionado anteriormente, y con el cual, es decir, con los padres que lo habitaban, sostenía un pleito desde su juventud, pleito interminable, acerca de los derechos que aquellos pretendían tener a cazar y pescar dentro de las posesiones de Miúsov, derechos que este negaba en absoluto.
A decir verdad, a él poco le importaba que cazasen o no en sus tierras; pero creía un deber suyo molestar a los clericales tanto como pudiese.
Cuando supo lo sucedido entre su prima y Fiódor, se disgustó sobremanera, y sospechando que Dmitri llegaría a ser un verdadero desgraciado si se quedaba por completo al cuidado de su padre, se interpuso entre este y el niño, y consiguió encargarse de su educación. Ya que Fiódor era el tutor natural, logró hacerse nombrar curador, puesto que le quedaba al niño una pequeña propiedad como herencia de su madre.
Miúsov dejó a Mitia en casa de una tía que tenía en Moscú, y se volvió a París por una larga temporada pero, con el estrépito de aquella famosa revolución, acabó por olvidarse