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      –Es tu última oportunidad, Kate –dijo él con voz grave.

      –No voy a ir a ninguna parte.

      Y fue en aquel preciso momento cuando a Theo se le acabó la paciencia. Había intentado varias veces darle una oportunidad para que se fuera. Si elegía quedarse, entonces que se enfrentara a las consecuencias.

      –Sí, vas a ir a alguna parte –murmuró agarrándola de la mano y saliendo por la puerta con decisión.

      –¿No va a ser aquí? –preguntó Kate con cierta sorpresa.

      ¿Contra una puerta? ¿Su primera vez? Ni hablar.

      –No, aquí no. Será en mi cama –dijo llevándola hacia la puerta empotrada en la pared y que estaba oculta en la librería.

      –¿Qué? –Kate se retiró un poco, resistiéndose a la idea de atravesar una pared.

      Pero Theo la abrió.

      –Oh, vaya –murmuró Kate mirando la habitación blanca bañada por la suave luz del atardecer–. Tienes una suite.

      Theo cerró la puerta, le soltó la mano y pasó por delante de ella hacia la cama.

      –Sí. Es conveniente –afirmó aflojándose el nudo de la corbata para quitársela.

      –¿Para seducir a las vírgenes raras que aparezcan en tu despacho?

      Theo la miró.

      –Eres la primera, y no eres rara.

      Theo dejó la corbata en la butaca que había en la esquina de la habitación y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa.

      –Si en algún momento decides cambiar de opinión, pararemos.

      Kate asintió brevemente con la cabeza, y el alivio que Theo sintió fue tan poderoso que no quiso pararse a analizarlo.

      –No quiero que pares –aseguró mirando su pecho ahora descubierto con avidez–. Sobre todo si lo haces bien. Espero grandes cosas de esto.

      –No sabes qué esperar.

      A ella le temblaron los labios en una sonrisa que, por alguna razón, se le clavó en el pecho.

      –Ah, ahí te equivocas, Theo. He tenido orgasmos. Buenos. Pero quiero más. Quiero fuegos artificiales.

      –Ven aquí.

      Kate se acercó a él balanceando las caderas y se quitó la goma del pelo para dejarlo caer sobre los hombros como oro líquido, y Theo tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse y no tumbarla al instante sobre la cama. Pero consiguió controlarse para únicamente estrecharla entre sus brazos y capturar su boca con otro beso que lo dejó sin palabras.

      Porque Kate respondió con la misma fiereza que la primera vez que la tomó entre sus brazos y se besaron sin haberlo planeado.

      Y ahora, mientras se devoraban el uno al otro, ella le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra su cuerpo. Cada centímetro de su piel parecía ajustarse perfectamente al suyo, y el deseo le golpeaba las venas.

      En algún rincón escondido de su mente sabía que no debería estar haciendo esto, que si sabía lo que le convenía se detendría en aquel momento y pondría la mayor distancia posible entre Kate y él. Pero no hubiera podido pararse ni aunque alguien le pusiera una pistola en la cabeza. Lo deseaba de una forma imposible de ignorar.

      Theo dejó de besarla un instante, se quitó la chaqueta y la tiró al suelo.

      –Cualquiera diría que has hecho esto antes –murmuró mientras ella empezaba a desabrocharle los botones de la camisa y él empezaba a quitarle la suya.

      –Una vez llegué hasta la segunda base –susurró Kate con respiración agitada–. Pero fue por una apuesta.

      ¿Una apuesta? Una parte del cerebro de Theo sabía que tenía que procesar aquella pequeña bomba, pero no iba a hacerlo en aquel momento. Ahora toda la sangre del cerebro había ido a parar a otra parte de su autonomía.

      –Da igual –Kate frunció el ceño y se mordió el labio inferior–. Esto no funciona –dijo con cierta frustración.

      Theo se apartó para sacarse la camisa por la cabeza. La dejó encima de la chaqueta, y un instante más tarde la ropa de Kate y sus pantalones habían formado un montón creciente en el suelo. Deslizó la mirada por su cuerpo, disfrutando de cada centímetro de él, de su piel dorada bajo el sol del atardecer. Se centró en el encaje del sujetador y las braguitas, tan en contraposición con el traje de chaqueta anodino azul marino que llevaba.

      –Qué sexy –dijo tocándole la cadera y recorriendo el encaje con las yemas de las dedos.

      Escuchó y vio cómo contenía el aliento, y saber que estaba tan excitada con tan poco hizo que la sangre se le acumulara en los oídos. Le puso las manos en los hombros y la giró. Le desabrochó el sujetador y se lo quitó, luego le apartó el pelo a un lado y puso los labios en el punto en el que el cuello se le juntaba con el hombro. Kate se estremeció. Apoyó la cabeza en su hombro y se dejó caer hacia atrás.

      Theo cerró los ojos, su aroma le inundó la cabeza y le deslizó las manos bajo los brazos para cubrirle los senos. Ella jadeó suavemente y se arqueó, apretando el trasero contra la dureza de su erección. Theo tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para quedarse donde estaba en lugar de donde quería estar. Su deseo alcanzó un nivel casi agónico. Siguió acariciándole el pecho y el pezón con una mano, mientras que deslizaba la otra por la sedosa planicie de su vientre hasta el encaje de las braguitas y llegó al suave vello que tenía entre los muslos.

      Kate se puso tensa durante un segundo ante la intimidad de aquella caricia.

      –¿Quieres que pare? –murmuró él rezando para que no fuera así.

      –Ni te atrevas –jadeó ella abriendo las piernas y agarrándose a su antebrazo.

      Theo la abrió con los dedos y la acarició, y estaba tan húmeda y tan caliente que estuvo a punto de dejarse ir. Pero Kate no había hecho aquello nunca antes, y tenía que ir despacio y ser suave para darle tiempo a ajustarse.

      Le dejó el pecho, le tomó la barbilla y le giró ligeramente la cabeza para besarla mientras deslizaba primero un dedo en su resbaladizo calor y luego otro. La acarició despacio sintiendo cómo temblaba, escuchando sus suspiros y gemidos y registrando sus respuestas. Cuando Kate gimió en su boca, aquel sonido se le disparó en el cerebro y no pudo evitar mover los dedos un poco más deprisa. Ella le puso la mano en la nuca y sus besos se hicieron más frenéticos. Con la otra mano le cubrió la virilidad, urgiéndolo a moverse exactamente donde quería que estuviera. Movió las caderas, primero despacio y luego más salvajemente, apretándose contra sus dedos, y era tan sexy y tan intenso que Theo estuvo a punto de alcanzar el clímax allí mismo con ella.

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