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por los llamados tecnócratas —parte importante de ellos ligados al Opus Dei— y con la presencia en el Gobierno de los llamados «López»: López Rodó, López Bravo o López de Letona.

      Para comprender la importancia de estos hechos hemos de hacer hincapié en que desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial España era un país al margen de las naciones de su entorno. Los derrotados regímenes totalitarios imperantes en la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini eran equiparados ideológicamente al franquismo, si bien hay historiadores que sostienen la existencia de ciertas diferencias. Los aliados occidentales, vencedores de la contienda, no vieron clara una intervención en la España de Franco, como esperaba el Gobierno republicano que se había mantenido en el exilio, porque las disensiones con Stalin y la Unión Soviética ya habían aflorado y estratégicamente no resultaba conveniente. Se optó, simplemente, por la retirada de las embajadas y el aislamiento diplomático, lo que supuso una terrible decepción para el Gobierno de la República en el exilio y para quienes resistían con las armas en la mano, principalmente en las zonas montañosas de España, esperando ajustar cuentas cuando, una vez finalizada la contienda mundial, los aliados se enfrentasen a Franco. A comienzos de la década de los cincuenta, por diferentes circunstancias, principalmente por razones militares y estratégicas, los Estados Unidos establecieron relaciones diplomáticas con el franquismo, y ello fue el principio del fin del aislamiento internacional al que el Régimen había sido sometido. Ello significó, entre otras cosas, que la España del hambre se convertía en el destino de un creciente turismo que en los años sesenta terminaría atrayendo a millones de europeos que, seducidos por el sol, las playas y los precios de unos servicios que para sus bolsillos resultaban irrisorios, no prestaban demasiada atención al hecho de que los españoles estuvieran sometidos a una dictadura. Con el turismo consolidado como una de las principales fuentes de ingresos de la economía española, que por esa vía lograba reducir de forma significativa el déficit de su balanza comercial, el Ministerio de Información y Turismo, cuando Manuel Fraga Iribarne era su responsable, lanzó una importante campaña de promoción internacional bajo el lema Spain is different, que llevó a muchos españoles a tener la convicción de que realmente éramos distintos.

      En el terreno político también se vivieron cambios sustanciales que, no obstante, no afectaron a la esencia del Régimen: la autoridad de que estaba investido Franco y el omnímodo poder de que gozó, así como la eliminación de cualquier disidencia con los Principios del Movimiento Nacional. El franquismo se sustentaba sobre la base de un único partido, y fuera de ese campo solo era posible moverse en la clandestinidad. Pero, contra una opinión muy extendida, se dieron transformaciones relevantes en el seno del poder. El dictador se apoyó, según las circunstancias, en las diferentes «familias del Régimen», como se denominaron en la época. El papel de los falangistas, muy importante en los años inmediatamente posteriores a la finalización de la Guerra Civil, fue decayendo paulatinamente. Las camisas azules —una prenda fundamental en la indumentaria falangista— fueron sustituidas por las camisas blancas, sin que ese color se asignase a ninguna ideología concreta; más bien era el de los tecnócratas, que desembarcaron en el Gobierno a finales de los años cincuenta e impulsaron el desarrollismo de los sesenta.

      Otro tanto ocurrió con la Iglesia, cuyo apoyo a Franco en los años cuarenta y cincuenta dio lugar al llamado nacionalcatolicismo. Recordemos que Franco entraba bajo palio en las iglesias, su figura estaba sacralizada, como si fuera un cruzado —así aparece representado en alguna de las pinturas de Sáenz de Tejada— que hubiera luchado en una guerra considerada por la Iglesia, en efecto, una cruzada contra el marxismo, y su nombre se invocaba en las misas, junto al del Papa. Pero tras el Concilio Vaticano II (1966) la Iglesia vivió una profunda trasformación que hizo aflorar serias reticencias en algunos sectores eclesiásticos respecto a la colaboración sin fisuras con el Régimen. Esto dio lugar, en los últimos años de la dictadura, a situaciones inimaginables una década antes.

      Al tiempo que se vivían estos cambios que alteraban las relaciones internacionales y hacían evolucionar la estructura económica del país, con la aparición de una cada vez más amplia clase media cuyas aspiraciones eran mucho más limitadas que las de nuestro tiempo, se transformaba la mentalidad de los españoles y se modificaban sus pautas de comportamiento. Poco a poco, el sobrepeso —signo de elegancia y distinción social en los años del hambre— resultaba cada vez menos atractivo, aunque todavía quedaba lejos el rechazo social que el exceso de kilos provoca en nuestros días. En esos años cambiaron de forma radical los gustos relativos a la música, con el paulatino decaimiento de los géneros tradicionales y un interés creciente hacia la llamada «música moderna», que englobaba ritmos muy diversos —twist, rock and roll, soul—.

      También se vivió una auténtica revolución en cuanto a las formas de ocio. Fue el tiempo en que los pick-up o tocadiscos se difundieron, lo que favoreció la penetración de nuevos bailes, se popularizaron los guateques y aparecieron las boîtes, nombre que entonces se daba a los locales que luego se denominarían discotecas. Hasta hubo cambios sustanciales en las bebidas; la cerveza iba sustituyendo al vino y se iniciaba el dominio de la Coca-Cola, tomada sola o combinada con alcohol de alta graduación, como ron o ginebra. También hizo acto de presencia el whisky, aunque esa era bebida al alcance de muy pocos bolsillos, algo que en parte vino a solucionar la creación de unas destilerías en Palazuelos de Eresma (Segovia), que en 1963 comenzaron a comercializar un whisky autóctono al que popularmente se bautizó con el nombre de «segoviano».

      Los cines, que habían vivido su época dorada en los años cincuenta y sesenta, entraron en crisis a partir de los setenta, ante la dura competencia que supuso la televisión, convertida, junto con el automóvil, en el objeto más deseado de los españoles, una vez que muchas familias habían solucionado el grave problema de la vivienda. Este último se afrontó con la construcción de pisos, que dejaron de ser modelo exclusivo de las capitales para extenderse por pueblos y localidades pequeñas y vinieron a alterar el paisaje urbano, dando lugar a otra de las grandes transformaciones vividas durante este periodo.

      La moralidad también experimentó profundos cambios y la estricta separación de sexos que presidió la educación en los primeros años del periodo que abordamos fue desapareciendo, relevada por los llamados centros de enseñanza mixtos, considerados en un primer momento como inadecuados para la educación. La creciente llegada de turistas ya mencionada significó la aparición de comportamientos que contrastaban fuertemente con los imperantes en la España de la época. Las playas fueron calificadas por buen número de eclesiásticos como lugares de pecado y perdición donde hombres y, sobre todo, mujeres se exhibían de forma impúdica. La España del velo iba quedando atrás al tiempo que ganaba terreno el bikini. Esos cambios en los hábitos tuvieron sus efectos en la religiosidad. Si los templos habían estado abarrotados en las misas dominicales durante los años del nacionalcatolicismo, cuando se planteaba la recristianización de España y eran muy celebrados los llamados cursillos de cristiandad, ahora se abría paso el laicismo, con las consecuencias que ello implicaría en muchos órdenes de la vida.

      El desarrollo económico sustentado en una creciente industrialización del país —sobre todo en zonas muy concretas que fueron descaradamente beneficiadas por el Régimen, como Cataluña y el País Vasco— y los efectos del turismo, convertido a partir de mediados de los sesenta en un fenómeno de masas, cambiaron el signo de la población. La España rural y agraria comenzaba a vaciarse en beneficio de las grandes ciudades y de las áreas industriales, que ofrecían mejores condiciones laborales y más posibilidades de progreso social. Si la población rural a comienzos de los años cincuenta suponía más de la mitad de la totalidad de los españoles, en los últimos tiempos de la dictadura se había reducido de forma considerable, sin que en aquellos momentos se atisbara todavía el grave problema que se estaba generando y del que la opinión pública solo ha sido consciente en los últimos años.

      Todas estas cuestiones y algunas más serán las que analizaremos en las páginas de este libro que, como hemos apuntado, pretende acercar al lector a algunos de los acontecimientos que resultaron cruciales. Pero sobre todo a aquellos aspectos que marcaban el día a día de las personas. Esa realidad dinámica significó una transformación radical de unos españoles que vivieron bajo la dictadura franquista, que con demasiada frecuencia ha sido presentada como una etapa monolítica en la

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