Скачать книгу

      –Voy a casarme. No lograrás que cambie de opinión –aseguró finalmente, a la defensiva, en vez de con la agresividad que había deseado.

      –Vas a cometer un error –la agarró por un brazo–. Deja que te invite a un café y hablamos tranquilamente.

      –No pienso irme a ninguna parte –replicó Rosie, al tiempo que se zafaba de la mano con que Steve la sujetaba–. Wayne llegará en seguida. Tenía que hacer un par de cosas. Y quería darme una sorpresa. Es un hombre muy dulce y atento –añadió, tratando de convencerse a sí misma más que a Steve.

      –Lo que tú digas.

      –Será mejor que te marches, Steve –le pidió Rosie–. Se supone que va a ser una boda sin testigos y no sé cómo iba a explicarle tu presencia –añadió.

      –Si te vienes conmigo, no tendrás que explicarle nada a nadie.

      –No puedo hacer eso –replicó ella.

      –Wayne no te merece, Rosie. Deberías encontrar a alguien mejor.

      –Hablas igual que mis padres –dijo ella, apretando el ramo de flores con fuerza–. Y ni ellos ni tú conocéis a Wayne como yo.

      –Eso no lo niego –contestó Steve con ironía.

      Aunque sólo hacía unos instantes que había estado pensando en lo inadecuado que era fijarse en otro hombre estando ella a punto de contraer matrimonio, Rosie se sintió obligada a defender a su prometido. Estaba harta de aguantar las críticas de su familia y no iba a tolerarlas nunca más. Ella ya era una mujer adulta y sabía lo que estaba haciendo. Steve Schafer no tenía derecho a entrometerse y estropearlo todo.

      –Wayne es un hombre maravilloso. Es atento, generoso, amable. Y listo. Y muy guapo. Voy a casarme con él, digas lo que digas – concluyó tajante.

      –Ya me temía que te pondrías cabezota.

      –¿Qué quieres decir con eso? –preguntó Rosie–. ¿Qué pasa?

      Al mismo tiempo que exigía conocer la verdad, tuvo un mal presentimiento. Wayne estaba retrasándose demasiado.

      Steve la miró cansina y disgustadamente. Algo le decía a Rosie que no le iba a gustar lo que iba a oír:

      –Wayne no va a venir –sentenció él.

      –No… no te creo –balbuceó nerviosa. Tragó saliva y la cabeza se le quedó en blanco. No sabía qué pensar, pero, en parte, se sentía aliviada–. Dijo que vendría al mediodía. Sólo han pasado unos pocos minutos…

      –Son bastante más de las doce.

      –Vendrá –insistió Rosie, cuyas manos comenzaron a temblarle–. Tiene que venir –susurró.

      –Si quieres esperarlo, como quieras. Pero te aconsejo que te ahorres el plantón. Hazme caso, Rosie. No va a venir –aseveró Steve, en cuya expresión se notaba cierta lástima… la cual la irritaba más que la misma ausencia de Wayne. ¿Cómo se atrevía a sentir lástima por ella?

      –¿Qué te ha hecho Wayne para que tengas tan mala opinión de él?

      –Vámonos de aquí. Te llevaré al hotel y luego comeremos algo. Ya hablaremos…

      –No pienso marcharme hasta que mi novio aparezca.

      –Te estoy diciendo que no va a venir –repuso Steve.

      –¿Cómo lo sabes?

      –Porque es un gusano.

      –No es verdad y eso no es una respuesta –protestó Rosie–. No puedo creerme que me estés haciendo esto.

      –Ojalá no tuviera que hacerlo –repuso Steve–. Lo creas o no, no me estoy divirtiendo. Vámonos a algún sitio donde podamos hablar en privado. Comeremos cualquier cosa y luego te acompañaré al hotel para que recojas tus cosas.

      –Estás intentando separarnos. Quieres que me vaya antes de que Wayne llegue para que piense que le he dado plantón.

      –Procura que la imaginación no se te recaliente.

      –¡No son imaginaciones! ¡Voy a esperarlo! –exclamó Rosie–. Y no necesito compañía. Puedes irte cuando te apetezca.

      En ese momento se abrió la puerta de la capilla y entró un hombre con traje negro y un libro en una mano. Caminó hacia ellos y se detuvo cuando estuvo a su altura:

      –¿Por fin apareció el novio? –preguntó mientras miraba con recelo la chaqueta de cuero y los vaqueros de Steve.

      –No, está a punto de marcharse –contestó Rosie–. Wayne llegará de un momento a otro.

      –Steve Schafer –se presentó éste.

      –Charles Forbes –dijo el juez de paz, mientras le estrechaba la mano.

      –Ha habido un cambio de planes –comentó Steve entonces–. La señorita Marchetti no va a casarse hoy al final. Lamentamos haberlo hecho perder el tiempo.

      –Ya es muy tarde –dijo el juez, el cual miró a Rosie con simpatía–. Podemos esperar hasta que llegue la siguiente pareja. Pero esta tarde tengo la agenda muy apretada. Recuerde que le he tenido que hacer un hueco para casarla hoy, señorita Marchetti.

      –Ya lo sé, gracias –respondió Rosie–. Pero espere un poco más, por favor. Tiene que venir. Estoy segura.

      –No tiene sentido que le hagas perder el tiempo, Rosie. Wayne no va a venir –insistió Steve.

      –¿Cómo puedes estar tan seguro? –le preguntó, temerosa de que Steve respondiera.

      –Vamos fuera…

      –No, no pienso moverme de aquí hasta que no me digas por qué estás tan seguro de que Wayne no va a venir.

      –Lo sé porque le he dado mucho dinero y un billete de avión para que se marche tan lejos como pueda. Luego, lo acerqué en coche al aeropuerto y esperé hasta que el avión despegó. Wayne no va a casarse contigo, Rosie. Ni hoy ni nunca.

      Steve le dio una propina al camarero del servicio de habitaciones y cerró la puerta de la suite de Rosie. Se había metido en el baño nada más llegar al hotel y llevaba dentro cerca de una hora. Tendría que romper la maldita puerta como siguiera encerrada…

      –¡La comida! –la llamó.

      –No tengo hambre.

      –He pedido que suban una botella de vino.

      –Todavía falta mucho para la hora feliz –replicó Rosie con sarcasmo.

      Steve se alegraba de no estar en la misma habitación que ella. Una Marchetti enojada era un espectáculo de cuidado. Cuando se le pasara el enfado, trataría de animarla con un poco de vino.

      –Es del que te gusta. Supongo que es lo menos que podía hacer.

      –Supones mal. Además, ¿tú qué sabes qué vino me gusta a mí? – respondió ella.

      Lo sabía. Llevaba años observándola con disimulo en las reuniones familiares y había memorizado todos los detalles referentes a Rosie.

      –Lárgate y déjame en paz –añadió ella, segundos después.

      Steve se dio media vuelta y se mesó su corto pelo. Le desagradaba haber herido a Rosie, pero sólo había hecho el trabajo que le habían encargado. Ya había cumplido con su misión y podía irse. Los Marchetti le habían ofrecido el refugio que tenían en la montaña para que pasase unos días. Hacía años que no se tomaba un respiro y estaba deseando un poco de tranquilidad. Como estaban a mediados de enero, era probable que hubiese nieve. Ya habían finalizado las vacaciones, no habría turistas… pero no podía dejar así a Rosie; no hasta que saliera del baño y la llevara junto a su madre.

      Miró con agrado la decoración de la suite, con muebles de madera relucientes y combinaciones

Скачать книгу