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cuando estaba con ella. Trabajar codo con codo con Cagney iba resultar doloroso y peligroso.

      Demasiado tarde.

      En aquel momento, Cagney entró en la cafetería. Jonas se quedó mirándola mientras saludaba a unas personas. Llevaba pantalones color caqui y una camiseta verde militar que realzaba su pelo rubio y dejaba al descubierto su abdomen bronceado. Era una mujer fuerte y sensual.

      Por supuesto, a él no le importaba, pero era un hombre y tenía ojos en la cara.

      Cuando Cagney llegó hasta su mesa lo hizo hablando sin parar. Una de dos, o estaba ansiosa por el proyecto o estaba tan nerviosa como él.

      —Vaya, gracias por pedirme un café. Mira, mientras venía para acá, venía pensando en un montón de cosas. Para empezar, no creo que vayamos a tener problemas con los permisos para el centro porque después de la reforma que hice…

      —Más despacio, más despacio —la interrumpió Jonas—. Reconozco que me ha causado mucha admiración el golpe de Estado que has hecho en el pleno el ayuntamiento, pero tenemos que hablar y aclarar unas cuantas cosas antes de ponernos manos a la obra.

      Cagney se quedó mirándolo y se sentó lentamente.

      —Está bien. Pongamos las normas. Como tú quieras. La pelota está en tu campo, Jonas, así que adelante.

      —Sé por qué has hecho lo que has hecho.

      —¿Ah, sí? —contestó Cagney llevándose el café a los labios.

      —Para sacar a tu padre de sus casillas.

      —En parte, sí —sonrió Cagney—. Resulta de lo más satisfactorio.

      —¿Cuáles son los otros motivos?

      —Me gustan los adolescentes y se me da bien trabajar con ellos —añadió encogiéndose de hombros.

      —Ya —contestó Jonas sin convencimiento.

      —No me insultes dando a entender que estoy utilizando la excusa de los adolescentes porque tengo otros motivos ocultos.

      —¿Y no es así?

      —Tú mejor que nadie sabes que crecí en una familia disfuncional. Los Bishop parecíamos una familia feliz y maravillosa, pero no era cierto. Llevo toda la vida sintiéndome una impostora y estoy segura de que habrá adolescentes a los que les pasará lo mismo.

      —No te digo que no, pero no tiene nada que ver con vivir en una caravana y comer comida de lata todas las noches.

      —Mira, esto no es una competición para ver quién lo pasó peor, ¿de acuerdo? Tengo trato con adolescentes constantemente y me llevo bien con ellos, los conozco y los respeto y ellos lo saben.

      Jonas se arrellanó en la silla. Cagney tenía razón, pero no era eso lo que quería hablar con ella.

      —Mira, quiero que sepas que no me ha gustado lo que has hecho para involucrarme en la reforma.

      —Pues échate atrás —contestó Cagney como si no le importara lo más mínimo—. Contrataré a otra persona para que te reemplace. A mí lo que me importa es que el proyecto salga adelante.

      —¿Lo dices en serio?

      —No te estoy intentando engañar en absoluto. Ese centro para adolescentes me interesa mucho —le aseguró quedándose pensativa—. No me es fácil explicarlo, pero me siento viva por primera vez desde hace mucho tiempo. Gracias a tu idea, Jonas. Pero la verdad es que había creído que, aparte de financiar el proyecto, tu interés era más personal también.

      —Claro que me interesa personalmente el proyecto, pero…

      —No quieres trabajar conmigo —concluyó Cagney—. No pasa nada. Puedes decirlo. Ya me quedó claro el otro día lo que sientes hacia mí.

      —Es complicado —suspiró Jonas.

      —¿Por qué?

      —No te hagas la tonta. Hay muchas cosas entre nosotros, Cagney. No había contado con esta dificultad. Estoy tan interesado en el centro juvenil como tú, pero la situación es… rara.

      —Está bien —accedió Cagney—. Entonces, vamos a hacer un trato. El centro juvenil no tiene nada que ver con nosotros, ¿de acuerdo?

      —De acuerdo.

      —Así que, todo lo que tenga que ver con el proyecto, lo trataremos de manera única y exclusivamente profesional. Nuestro sórdido pasado quedará al margen.

      «Como si fuera tan fácil», pensó Jonas.

      Apenas podía mirarla sin sentir nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. También sentía un deseo que parecía imposible de desafiar.

      —¿Tú podrías hacerlo… eso de tratarme de manera única y exclusivamente profesional? —le preguntó.

      —No es lo que prefiero hacer, pero, si no me queda más remedio, lo haré.

      Jonas apreciaba su sinceridad.

      —Mira, Jonas, sabes perfectamente que en mi familia nadie habla de nada importante. Por eso, precisamente, a mí me gusta hablar las cosas de manera muy clara. Siempre —le recordó—. Es cierto que te has visto metido en todo esto apresuradamente y que, tal vez, necesitas poner distancia profesional entre nosotros para que el proyecto salga adelante…

      —¿Por qué te hiciste policía? —le preguntó Jonas de repente.

      Cagney se quedó en silencio unos segundos.

      —Es una historia muy larga. Ya te la contaré otro día. Bueno, mejor dicho, si quieres que las cosas entre nosotros sean única y exclusivamente profesionales, es mejor que no te la cuente nunca.

      —Cuéntamela ahora mismo.

      Cagney se quedó pensativa.

      —Para resumirlo, diré que me había quedado sin opciones, que estaba bloqueada. Después de que murieran mis amigos y de que tú…

      Jonas bajó la mirada hacia la mesa y Cagney tomó aire.

      —No fui a la universidad.

      —¿Cómo? —se extrañó Jonas volviendo a mirarla.

      —¿No fuiste a CSU?

      Cagney negó con la cabeza.

      —Me derrumbé y me pasé un año deprimida. Lo único que hacía era sentir lástima por mí misma y una terrible culpa por haber sobrevivido al accidente. Echaba mucho de menos a mis amigos y lo único que hacía era ver la televisión —le explicó desviando la mirada como si escondiera algo—. Entonces, un día, el puesto de policía apareció en mi vida y yo tenía que hacer algo, no tenía experiencia laboral, pero tenía que empezar a ganar dinero para poder irme de casa, así que acepté el trabajo. ¿Satisfecho con la respuesta?

      Jonas se quedó mirándola, intentando ignorar la punzada de compasión que sentía por ella. De momento, iba a tener que conformarse con aquella respuesta aunque sabía que había más.

      —¿Te gusta?

      —Es un trabajo y puedo pagar las facturas.

      —No parece que sea la pasión de tu vida.

      —No todo el mundo tiene la suerte de trabajar en lo que verdaderamente le apasiona —contestó Cagney—. Ahora me toca a mí preguntarte. ¿Por qué no te dedicaste a escribir, que era lo que tú querías hacer?

      —¿Cómo sabes que no escribo?

      —Porque te conozco muy bien. Aunque te moleste, te conozco perfectamente y, a menos que seas Stephen King, escribir no da para financiar un ala entera de un hospital.

      Jonas no se molestó en negarlo.

      —Mi madre se puso enferma y yo me tuve que poner a trabajar para ganar dinero porque el tratamiento era muy caro. Menos mal que lo que había estudiado tenía salidas

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