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en un grado, como el de marqués lo es al de duque en Inglaterra, aunque esto no quita para que yo reconozca que él estaba por encima de mí en razón de su cargo. Estos falsos informes, que llegaron después a mi conocimiento por un accidente de que no es oportuno hablar, hicieron que Flimnap, el tesorero, pusiera durante algún tiempo mala cara a su señora, y a mí peor; y aunque al fin se desengañó y se reconcilió con ella, yo perdí todo crédito con él y vi decaer rápidamente mi influencia con el mismo emperador, quien, sin duda, se dejaba influir demasiado por aquel favorito.

      Capítulo 7

       El autor, informado de que se pretende acusarle de alta traición, huye a Blefuscu. Su recibimiento allí.

      

      Antes de proceder a dar cuenta de mi salida de este reino puede resultar oportuno enterar al lector de una intriga secreta que durante dos meses estuvo urdiéndose contra mí.

      Yo, hasta entonces, había ignorado siempre lo que eran cortes, pues me inhabilitaba para relacionarme con ellas lo modesto de mi condición. Desde luego, había oído hablar y leído bastante acerca de las disposiciones de los grandes príncipes y los ministros; pero nunca esperé encontrarme con tan terribles efectos de ellas en un país tan remoto y regido, a lo que yo suponía, por máximas muy diferentes de las de Europa.

      Estaba disponiéndome yo para rendir homenaje al emperador de Blefuscu, cuando una persona significada de la corte —a quien yo una vez había servido muy bien, con ocasión de haber ella incurrido en el más profundo desagrado de Su Majestad Imperial— vino a mi casa muy secretamente, de noche, en una silla de mano, y, sin dar su nombre, pidió ser recibida. Despedidos los silleteros, me metí la silla con su señoría dentro, en el bolsillo de la casaca, y dando órdenes a un criado de confianza para que dijese que me sentía indispuesto y me había acostado, aseguré la puerta de mi casa, coloqué la silla de mano sobre la mesa, según era mi costumbre, y me senté al lado. Una vez que hubimos cambiado los saludos de rigor, como yo advirtiese gran preocupación en el semblante de su señoría y preguntase la razón de ello, me pidió que le escuchase con paciencia sobre un asunto que tocaba muy de cerca a mi honor y a mi vida. Su discurso fue así concebido, pues tomé notas de él tan pronto como quedé solo.

      —Debe de saber —dijo— que recientemente se han reunido varias comisiones de consejo con el mayor secreto y es usted el motivo; y hace no más que dos días que Su Majestad ha tomado una resolución definitiva. Sabe muy bien que Skyresh Bolgolam, galvet —o sea almirante—, ha sido su mortal enemigo casi desde que llegó. No sé las razones en que se funde; pero su odio ha aumentado a partir de su gran victoria contra Blefuscu, con la cual su gloria como almirante está muy obscurecida. Este señor, en unión de Flimnap, el gran tesorero —cuya enemiga contra usted es notoria a causa de su señora—; Limtoc, el general; Lalcon, el chambelán, y Balmull, el gran justicia, han redactado en contra suya artículos de acusación por traición y otros crímenes capitales.

      Este prefacio me alteró en tales términos, consciente como estaba yo de mis merecimientos y mi inocencia, que estuve a punto de interrumpir, cuando él me suplicó que guardara silencio, y prosiguió de esta suerte:

      —Llevado de la gratitud por los favores que me hubo dispensado, me procuré informes de todo el proceso y una copia de los artículos, con lo cual arriesgué mi cabeza en servicio suyo.

       Artículos de acusación contra Quinbus Flestrin (el Hombre-montaña)

       Artículo I

      “Que el citado Quinbus Flestrin, habiendo traído la flota imperial de Blefuscu al puerto real, y habiéndole después ordenado Su Majestad Imperial capturar todos los demás barcos del citado imperio de Blefuscu y reducir aquel imperio a la condición de provincia, que gobernase un virrey nuestro, y destruir y dar muerte no sólo a todos los desterrados anchoextremistas, sino asimismo a toda la gente de aquel imperio que no abjurase inmediatamente de la herejía anchoextremista, él, el citado Flestrin, como un desleal traidor contra Su Muy Benigna y Serena Majestad Imperial, pidió ser excusado del citado servicio bajo el pretexto de repugnancia a forzar conciencias y a destruir las libertades y las vidas de pueblos inocentes.

       Artículo II

      “Que siendo así que determinados embajadores llegaron de la corte de Blefuscu a pedir paz a la corte de Su Majestad, el citado Flestrin, como un desleal traidor, ayudó, patrocinó, alentó y advirtió a los citados embajadores, aunque sabía que se trataba de servidores de un príncipe que recientemente había sido enemigo declarado de Su Majestad Imperial y estado en guerra declarada contra su citada Majestad.

       Artículo III

      “Que el citado Quinbus Flestrin, en contra de los deberes de todo súbdito fiel, se dispone actualmente a hacer un viaje a la corte e imperio de Blefuscu, para lo cual sólo ha recibido permiso verbal de Su Majestad Imperial, y so color del citado permiso pretende deslealmente y traidoramente emprender el citado viaje, y, en consecuencia, ayudar, alentar y patrocinar al emperador de Blefuscu, tan recientemente enemigo y en guerra declarada con Su Majestad Imperial antedicha.

      “Hay algunos otros artículos, pero éstos son los mas importantes, y de ellos le he leído un extracto.

      “En el curso de los varios debates habidos en esta acusación hay que reconocer que Su Majestad dio numerosas muestras de su gran benignidad, invocando con frecuencia los servicios que le hubo prestado y tratando de atenuar sus crímenes. El tesorero y el almirante insistieron en que se le debería dar la muerte más cruel e ignominiosa, poniendo fuego a su casa durante la noche y procediendo el general con veinte mil hombres armados de flechas envenenadas a disparar contra usted, apuntando a la cara y a las manos. Algunos servidores suyos debían recibir orden secreta de esparcir en sus camisas y sábanas un jugo venenoso que pronto le haría desgarrar sus propias carnes con las manos y morir en la más espantosa tortura. El general se sumó a esta opinión, así que durante largo plazo hubo mayoría en contra suya; pero Su Majestad, resuelto a salvarle la vida si era posible, pudo por último disuadir al chambelán.

      “Reldresal, secretario principal de Asuntos Privados, que siempre se proclamó su amigo verdadero, fue requerido por el emperador para que expusiera su opinión sobre este punto, como así lo hizo, y con ello acreditó el buen concepto en que le tiene. Convino en que sus crímenes eran grandes, pero que, no obstante, había lugar para la gracia, la más loable virtud en los príncipes, y por la cual Su Majestad era tan justamente alabado. Dijo que la amistad entre usted y él era tan conocida en todo el mundo, que quizá el ilustrísimo tribunal tuviera su juicio por interesado. Sin embargo, obedeciendo al mandato que había recibido, descubriría libremente sus sentimientos. Si Su Majestad, en consideración a sus servicios y siguiendo su clemente inclinación, se dignara dejarle la vida y dar orden solamente de que le sacaran los dos ojos, él suponía, salvando los respetos, que con esta medida la justicia quedaría en cierto modo satisfecha y todo el mundo aplaudiría la benignidad del emperador, así como la noble y generosa conducta de quienes tenían el honor de ser sus consejeros. La pérdida de sus ojos —argumentaba él— no serviría de impedimento a su fuerza corporal, con la que aun pueda ser útil a Su Majestad. La ceguera aumenta el valor ocultándonos los peligros, y el miedo que tuvo por sus ojos le fue la mayor dificultad para traer la flota enemiga. Y, finalmente, que le sería bastante ver por los ojos de los ministros, ya que los más grandes príncipes no suelen hacer de otro modo.

      “Esta proposición fue acogida con la desaprobación mas completa por toda la Junta. Bolgolam, el almirante, no pudo contener su cólera, antes bien, levantándose enfurecido, dijo que se admiraba de cómo un secretario se atrevía a dar una opinión favorable a que se respetase la vida de un traidor, que los servicios que habia hecho eran, según todas las verdaderas razones de Estado, la mayor agravación de sus crímenes; que la misma fuerza que le permitió traer la flota enemiga podría servirle para devolverla al primer motivo de descontento; que tenía firmes razones para pensar que era un estrechoextremista en el fondo de su corazón, y que, como la traición comienza en el corazón antes de manifestarse en actos descubiertos, él lo acusaba de traidor con este motivo,

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