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había escrito diciendo que había encontrado a un tío que sería su pareja todo el fin de semana por mil dólares, pero Iris guardó el teléfono. No le interesaba.

      Miró a su alrededor. Ni rastro de su maquilladora, KT, ni de su estilista y asistente personal, Stephan, así que se dirigió a una de las mesas del fondo, y a punto estuvo de darse de bruces contra el suelo al ver a un tío rubio y escultural sentado en una de las butacas de cuero de al lado de la puerta. Tenía un maxilar cuadrado y perfecto, el pelo largo le llegaba casi hasta los hombros, pero lo llevaba limpio y brillante. Parecía un vikingo… pero no de los que asaltaban aldeas, sino de los que estaban para comérselos.

      «Hazle una oferta que no pueda rechazar».

      La voz de Thea se le había activado en la cabeza y la rechazó de plano. Eso no iba a ocurrir.

      Pero ahora que su hermana había sembrado la semilla, se preguntó si podría hacerlo. Dirigía un negocio millonario, y de pronto recordó algo que le había dicho su madre cuando empezó a ganar dinero como influencer: «no temas pagar a la gente para que haga cosas que necesites que hagan».

      Técnicamente no pasaba nada porque se presentara sin pareja a la boda, pero es que iba a ser televisada en su totalidad, y se estaba preparando para lanzar una línea de productos domésticos y un libro, y todo el equipo le había dicho que se estaba estancando, según revelaban las investigaciones, mientras que la competencia avanzaba. Gente como Scarlet O’Malley, heredera e influencer en las redes sociales, que ya se había casado y estaba esperando su primer hijo. Las demás habían pasado ya de ser chica-soltera-en-la-ciudad a recién-casada-y-mamá, mientras que ella seguía atascada en… en la tierra de aburrida-y-básica.

      Si apareciera con alguien como aquel vikingo colgando del brazo, sería un subidón para su imagen social, y le proporcionaría un hombre junto al que posar. Podía considerarlo un acuerdo laboral…

      Él levantó la mirada. La había pillado mirándolo y ella le sonrió. Le devolvió la sonrisa. Decidió acercarse. Ojalá hubiera prestado más atención a aquella película que puso su madre la última noche de chicas… Proposición indecente. Necesitaba interpretar a su mejor Robert Redford… o transformarle a él en su Pretty Woman y asumir el papel de Richard Gere.

      La confianza era la clave. Podía mostrarse confiada. ¿Acaso no había convencido a sus padres para que la dejasen tener su propio canal de YouTube con solo catorce años?

      –Hola.

      Iba a dejarlo boquiabierto. Bajó la mirada y vio que llevaba los zapatos sin calcetines. El destino le sonreía.

      –Hola. ¿Quieres sentarte?

      Iris miró el reloj. Tenía unos quince minutos antes de que se viera obligada a llamar a su equipo.

      –Vale, pero solo si me permites que te invite a una copa.

      –Nunca rechazo a una mujer guapa –contestó él, levantándose para separar una silla.

      –¿Ah, no?

      –No. Nunca.

      –¿Y alguna vez lo has lamentado?

      Parecía un tío valiente, pero también era posible que estuviera viendo al hombre que quería ver y no al auténtico.

      –Nunca. Alguna vez ha resultado distinto a lo que me había imaginado, pero así es la vida, ¿no?

      –La tuya puede que sí. Yo soy más de seguir siempre un plan.

      ¿En serio se estaba planteando seguir la sugerencia de Thea?

      –Lo de seguir los planes no es lo mío.

      –¿Y qué tal te va?

      –Voy donde el viento me lleve.

      –¿El viento?

      –Soy marino. Participo de las competiciones náuticas.

      ¡Ja! ¡Un vikingo! En lugar de dedicarse al pillaje, lo suyo era conquistar el mar.

      –¿Como la Copa América?

      –Exacto. En este momento estoy organizando un equipo y buscando inversores para participar dentro de cuatro años.

      Así que necesitaba inversores…

      –¿Por qué lo preguntas? –quiso saber.

      Respiró hondo. Si de verdad iba a hacerlo, no encontraría mejor opción que la de aquel tío.

      –Necesito un favor.

      –¿Y solo puede hacértelo un desconocido?

      Había un montón de documentos sobre la mesa. Eran prospectos, la clase de documento que alguien en busca de inversores utilizaría para dar a conocer su producto.

      –Perdona –se disculpó, al ver que él los organizaba y los dejaba boca abajo–. No pretendía cotillear.

      –No te preocupes. Pero has dicho que necesitabas un favor, y siento curiosidad. Siéntate, por favor, y cuéntamelo todo.

      Iris se sentó, cruzó las piernas a la altura de los tobillos y mantuvo la espalda recta. Su padre le había dicho en una ocasión que la postura era el primer paso para transmitir confianza. Tragó saliva y respiró hondo. Tenía que andarse con cuidado. No quería que pensara que le estaba haciendo proposiciones deshonestas.

      –Voy a hacerte un ofrecimiento que no vas a poder rechazar –dijo. ¿No habían sido esas las palabras de Robert Redford?

      –¿Quién eres? ¿El Padrino?

      –No, no. Estoy intentando decir que necesito un hombre para el fin de semana, y si ese prospecto significa que estás buscando inversores, quiere decir que necesitas dinero, así que… la estoy liando, me parece.

      –¿Es una proposición indecente?

      Capítulo Dos

      Iris no pudo evitar ruborizarse.

      –Es más una proposición profesional que personal.

      No era la primera vez que le proponían algo de aquella naturaleza, pero siempre habían sido mujeres que querían entrar en su mundo de la jet set.

      –Me intrigas –confesó. Aquella mujer era preciosa, y el hecho de que le estuviera ofreciendo dinero así, sin más, era una locura; era más bien una agradable fantasía pensar que alguien como ella podía patrocinar su equipo para la Copa América, y no una corporación sin alma, o su propio padre.

      –Voy a asistir a una boda, y necesito ir acompañada. Son cuatro días y tres noches, y estoy decidida a invertir en tu proyecto a cambio de tu compañía. Sería solo para la galería. No espero que hagas nada indecente.

      –Qué lástima. La idea me gustaba.

      Qué curioso. Él iba a asistir a una boda que iba a tener esa misma duración. ¿Sería también ella una invitada en la boda de Adler?

      Le gustaba aquella mujer. Era completamente distinta a las deportistas con las que solía salir, y aunque obviamente era una mujer refinada y se movía en los mismos círculos en los que él había crecido, le parecía distinta.

      –Pues me temo que eso no entra en el menú.

      –¿Por qué quieres contratar a un tío?

      –Es una larga historia –contestó–, y no me apetece entrar en detalles. Baste decir que estaba saliendo con alguien, pero ha roto conmigo y no me apetece ir sola al evento. Van a televisarlo, y yo también voy a rodar mientras esté allí…

      –¿Tiene algo que ver con la imagen? –preguntó, desilusionado. Ya le habían engañado otras veces.

      –Sí, pero no es lo que te imaginas. Es mi profesión. Soy gurú de estilo… tengo un programa y una línea de productos, y la hermana de mi mentora ha diseñado el vestido de la novia, así que voy a rodar todo el backstage. Si fuera

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