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para transformarla en impulsos nerviosos

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      La lluvia que percibía a simple vista eran pequeñas gotas que empapaban el equipo, pero un tiempo de exposición adecuado los captó como puntos brillantes bajo la luz de las farolas. Los halos alrededor de las bombillas eran también imperceptibles a simple vista y son fruto de la óptica.

       Óptica de 24-70 mm 1:2.8 a f/4 durante 1/10 s con ISO 800.

      El rango tonal

      Las cámaras actuales son muy inferiores al ojo humano para analizar información en las luces y en las sombras. Si la escena tiene mucho contraste, nuestro ojo se adapta para ofrecernos una visión adecuada tanto en las zonas más densas como en las más claras. Como fotógrafos tendremos que decidir qué parte del espectro registramos. Podemos centrarnos en las luces y dejar las sombras sin detalle o lo contrario. Esto es una decisión técnica, pero también creativa pues la forma en que el cerebro codifica la escena es muy diferente, como iremos viendo a lo largo de este libro.

      Gracias a la tecnología digital podemos comprimir este rango tonal a partir de varias exposiciones y mantener información en ambos extremos tonales siempre que el soporte sobre el que lo visualicemos (papel, pantalla…) lo permita. Por supuesto esa decisión también influirá en la forma en que percibimos el resultado final.

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      Mis ojos eran capaces de captar detalle en las sombras de la roca y en la parte más iluminada del cielo, pero los sensores actuales no lo son. Para reducir el enorme contraste de la escena recurrí a un filtro degradado inverso, más oscuro en la parte del cielo y transparente en la inferior.

       Óptica de 17-55 mm 1:2.8 a f/8 durante 1 s con ISO 200. Filtro degradado inverso de 2EV y polarizador en portafiltros Lucroit.

      El cerebro

      La gran diferencia de la visión humana respecto a la que obtiene una cámara es que nuestros ojos son simplemente los órganos de captación lumínica, correspondiendo al cerebro su interpretación dinámica. El cerebro no se limita a recoger la información que recibe del ojo, sino que se encarga de traducir todos los datos para poder hacernos una composición de la situación. Aproximadamente un 50% de la información total que tomamos de nuestro entorno es visual, siendo retenida durante un segundo en nuestra memoria y luego desechada en su casi totalidad.

      El cerebro es el encargado de volver a invertir la imagen captada por el ojo para que sea similar a la realidad. También cubre el hueco del nervio óptico, una zona que carece de receptores. Para evitar una zona negra en nuestro campo visual se inventa la información que le correspondería. Regula de forma constante nuestro “ajuste de blancos” eliminando las dominantes de color de la luz que nos rodea y recrea el color que supone que tienen los sujetos.

      El tamaño de lo que vemos sobre la fóvea y, por tanto, con mayor resolución equivale al tamaño de una uña a un metro distancia; para lograr que todo aparezca igual de nítido ordena a los ojos que se muevan, consiguiendo que toda la escena se proyecte progresivamente sobre la fóvea. Estos movimientos se llaman sacádicos, duran entre 20 y 200 milisegundos y pueden cubrir hasta 30 grados. Una vez en posición los ojos permanecen en ella durante unos 250 milisegundos para iniciar de nuevo el proceso. La mayoría del tiempo no miramos la realidad de forma estática, nuestros ojos se mueven, en busca de las partes que a nuestro cerebro le parecen más interesantes de una escena para construir un mapa mental. La percepción de que toda la escena se capta en color es una ilusión cerebral, ya que esta sólo se obtiene con la mayor claridad posible en la pequeña fóvea. Esta estrategia permite optimizar los recursos, ya que si observáramos toda la escena en alta resolución el diámetro del nervio óptico sería superior al del globo ocular y sobrecargaría masivamente al cerebro con información poco útil.

      Y sin embargo se mueve

      Lo más curioso es que mientras los ojos se mueven la imagen aparecería borrosa si no fuese porque el cerebro también se encarga de estabilizarla y mostrarla nítida a través del enmascaramiento sacádico, que descarta por completo la información que se sitúa entre dos movimientos sacádicos.

      Para demostrarlo es suficiente con mirar alternativamente ante un espejo la imagen de nuestro ojo derecho e izquierdo. Nosotros no notaremos estos movimientos, pero sí percibiremos claramente los de cualquier otra persona que realice el experimento. Gracias a este enmascaramiento sacádico, el sistema ojo/cerebro no sólo oculta la fluctuación del ojo, sino que, además, lo hace de forma transparente y no somos conscientes ni tan siquiera de que se haya ocultado algo.

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      Las espinas del árbol funcionan como puntos que dirigen los movimientos del ojo de manera ascendente por la línea que forma el tronco del árbol hasta llegar a las ramas.

       Óptica de 17-55 mm 1:2.8 a f/8 durante 1/20 s con ISO 200.

      Además de estos movimientos amplios, nuestros ojos están en un constante estado de oscilación a un ritmo de 60 por segundo. Estas microsacadas tienen una pequeña amplitud y son imperceptibles. Su utilidad reside en actualizar la imagen que se proyecta en bastones y conos de la retina. Sin ellos, al mirar fijamente a un punto se perdería el estímulo enviado al cerebro ya que estas células sólo responden a cambios de luminancia.

      Por otro lado el cerebro centra su actividad en obtener información útil, filtrando infinidad de datos que estima que carecen de interés. Algunos temas atraen de modo inexorable nuestra atención, como sujetos que tienen mucho brillo, ángulos marcados, un color muy saturado, el movimiento… y especialmente textos y caras. La forma en que nuestro cerebro localiza la información depende en gran medida del tipo de datos que busque. Poder predecir cómo se va a observar una imagen es crucial para el fotógrafo.

      En este sentido es muy interesante el experimento que realizó Alfred Yarbus utilizando el cuadro Un visitante inesperado de Ilya Repin. Se solicitó a los voluntarios que valoraran la edad de las personas del cuadro y en este caso, los ojos se centraron especialmente en las caras de las personas, excelente indicador de ésta. En el momento en que se les pidió que valoraran la situación socioeconómica la mirada se centró en la vestimenta. En la tercera pregunta, más compleja, debían valorar el tiempo que hacía que el visitante se había ido. Para intentar obtener esta información los voluntarios se valieron de la línea visual que unía las miradas de los protagonistas de la pintura.

      Nuestro cerebro se ha especializado en mantenernos vivos y ve lo que precisa ver, ni más ni menos. Pero sea lo que sea lo que captan nuestros ojos lo interpretaremos bajo la influencia de nuestra mentalidad, personalidad, preferencias y estado de ánimo. Tamizamos de forma subjetiva toda la información para intentar sobrevivir, por eso necesitamos entender claramente los procesos de visión, para poder prever la respuesta del observador de nuestras fotografías.

      Si algo caracteriza a nuestra especie es su capacidad de establecer propiedades abstractas de todos los objetos que nos rodean. A partir de éstas podemos organizarlos en categorías que simplifican el trabajo de relacionarlos y estructurarlos. Es un trabajo que se le da especialmente bien a nuestro cerebro por motivos de economía; cuanta menos energía consuma en su quehacer más nos quedará disponible para sobrevivir un día más en un mundo caótico. Por eso los fotógrafos necesitamos un esfuerzo voluntario para no encasillar lo que vemos, para analizar la realidad, no limitarnos a intuirla.

      Toma de decisiones

      El cerebro es realmente complejo, recibe una cantidad de información que podría bloquear su funcionamiento si no priorizase de alguna forma cuál es realmente relevante.

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