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Su madre murió apenas un par de años después, en un accidente de tráfico, y a ella la enviaron al hogar de acogida, donde había permanecido hasta alcanzar la mayoría de edad.

      Al conocerse, las dos se habían sorprendido del parecido entre ellas. Ambas habían heredado de su padre el cabello rubio y rizado y los ojos azules. Sin embargo, Milly había nacido con el caballete de la nariz bastante pronunciado, y por sus facciones podría decirse que era bonita, pero no una belleza, como Brooke.

      Había sido idea de esta utilizarla como a su doble para evitar los eventos que le resultaban aburridos o, más frecuentemente, para confundir a los paparazzi que seguían sus pasos como sabuesos, y que algunas veces la fotografiaban en lugares donde no quería que se la viese, o con personas con quienes no quería que se la viese. Estaba obsesionada con controlar y moldear la imagen que se daba de ella en los medios.

      Por eso había llegado al extremo de decirle que para poder hacerse pasar por ella tendría que «arreglarse» la nariz para que se pareciese a la suya, que era mucho más elegante. En un primer momento ella se había negado en redondo, no porque sintiese un especial cariño por su nariz imperfecta, sino simplemente porque era su nariz y estaba acostumbrada a sus defectos.

      Brooke se había puesto hecha un basilisco ante su negativa y había cortado todo contacto con ella durante semanas, haciéndola sentirse fatal. Cuando había vuelto a llamarla, un mes y medio después, se había sentido tan aliviada que había acabado accediendo a someterse a esa operación estética y antes de que pudiera cambiar de opinión Brooke la había llevado a una clínica privada para que se la hicieran.

      La primera vez que se había hecho pasar por Brooke para que pudiera escaquearse de un aburrido evento benéfico, había pasado unos nervios tremendos a pesar de ir vestida, peinada y maquillada como ella. Sin embargo, nadie había sospechado nada y por primera vez en su vida se había sentido como alguien importante. Además, Brooke se había mostrado tan agradecida con ella…

      La segunda vez solo había tenido que bajarse de una limusina y entrar en una boutique mientras Brooke estaba en otro lugar a miles de kilómetros. Había descubierto que era divertido ponerse ropa cara y fingir ser otra persona, sobre todo cuando en su vida hasta entonces no había habido mucha diversión.

      La inquietaba que en esa ocasión Brooke estuviera pidiéndole que se hiciera pasar por ella no unas horas, sino varios días, pero con la difícil situación por la que estaba pasando Brooke con la crisis de su matrimonio, sabía que no podía negarse. Haría lo que fuera por ayudarla.

      –¿Y dónde estarás mientras yo me alojo en ese hotel? –le preguntó con curiosidad.

      –Voy a tomarme unas pequeñas vacaciones en el extranjero, así que necesitaré tu pasaporte para que los medios no se enteren –respondió Brooke.

      Milly frunció el ceño al oír lo del pasaporte, pero luego esbozó una sonrisa. Unas vacaciones eran justo lo que necesitaba la pobre Brooke en ese momento, con todo el estrés y la tensión a los que estaba sometida, y al fin y al cabo ella lo único que tendría que hacer sería pasar unos días en una suite de hotel. Sería egoísta por su parte negarle su ayuda.

      –Está bien, lo haré.

      –Solo podrás llevar una bolsa de viaje pequeña. Yo prepararé una maleta con ropa mía para que te vistas con ella esos días –la informó Brooke–. Pasaré a recogerte y nos cambiaremos la ropa en el coche. Y te maquillaré yo; se me da mejor que a ti.

      Después de que acordaran a qué hora pasaría a recogerla, Milly fue a la cafetería donde trabajaba para decirle a la dueña que dejaba el empleo, aduciendo una urgencia familiar. Odiaba dejarla tirada de esa manera, avisándola de que se iba con tan poca antelación, pero Brooke tenía razón: probablemente no tendría problema en encontrar otro empleo como camarera.

      Volvió a casa, se alisó el pelo y metió en una bolsa de viaje su pasaporte, ropa interior, un par de libros y sus agujas de tricotar y unas madejas para entretenerse esos días que pasaría «encerrada» en el hotel.

      Cuando bajó a la calle solo estaba lloviznando un poco, pero abrió el paraguas nada más salir para que no se le mojara el pelo. Brooke siempre lo llevaba perfectamente liso.

      Al poco rato apareció una limusina con las lunas tintadas, que se detuvo frente a ella. La puerta trasera se abrió y vio sentada dentro a Brooke, que la apremió diciéndole:

      –¡Vamos, sube ya! ¡No nos pueden ver juntas!

      Milly se apresuró a entrar en el coche y cerró tras de sí.

      –Pero… ¿y el conductor? –le siseó cuando se pusieron en marcha.

      Brooke pulsó un botón y se elevó un panel de cristal frente a sus asientos, aislándolas de la parte delantera del vehículo. Luego pulsó otro botón y el cristal se oscureció.

      –Le pago bien para que mantenga la boca cerrada –respondió, desabrochándose el cinturón–. Y ahora ayúdame a quitarme esto… –masculló, girándose para señalarle la cremallera que su vestido tenía en la espalda–. ¿Te has acordado de traer tu pasaporte?

      –Sí, pero… ¿no es ilegal que viajes con el pasaporte de otra persona? –murmuró Milly incómoda, bajándole la cremallera.

      Brooke giró la cabeza y le lanzó una mirada furibunda.

      –No tengo elección. Si viajara con el mío, los medios se enterarían de a dónde voy y me seguirían. Pero si viajo con el tuyo, como tú no eres nadie, no habrá problema.

      A Milly le dolió oírle decir que no era nadie, pero era la verdad, así que le entregó el pasaporte a regañadientes y la ayudó a quitarse el vestido.

      –¡Por Dios, dejo de verte un par de meses y mira cómo te descuidas! ¡Mira qué manos! –la increpó Brooke ceñuda, agarrándola de una mano para mirarle más de cerca las uñas, más cortas que las suyas y sin pintar–. Yo siempre tengo las uñas perfectas. Cuando entres en el hotel y vayas al mostrador de recepción a recoger la llave de la suite, intenta ocultarlas lo más posible y pide que te manden a una esteticista para que te haga la manicura –le ordenó impaciente.

      –Lo siento –murmuró Milly mientras se desvestía ella también, omitiendo que no podía permitirse, como Brooke, tratamientos de belleza semanales.

      Brooke le metió por la cabeza su vestido y resopló al ver que le quedaba justo.

      –¿Has puesto peso otra vez? –exclamó exasperada–. Anda, contén el aliento para que pueda subirte la cremallera.

      Milly no era tan esbelta como Brooke, pero tampoco podía decirse que tuviera sobrepeso. De hecho, desde la primera vez que le había pedido que se hiciera pasar por ella, se había esforzado por perder unos kilos para que le cupiera mejor su ropa. Y eso le había supuesto sacrificios importantes, como evitar sus antojos favoritos y controlar su pasión por el chocolate.

      Brooke se quitó los zapatos y se puso sus vaqueros y su suéter. Luego se recogió el cabello, se puso una gorra, y de su bolso sacó unas toallitas húmedas y empezó a desmaquillarse.

      –Esto es casi como ser una espía –observó Milly divertida.

      –¡No seas niña! –la reprendió Brooke con impaciencia–. ¿Tienes idea de lo importante que es este viaje para mí? Voy a reunirme con alguien que puede que me consiga un papel en una película.

      –Bueno, para mí esto es emocionante –le confesó Milly azorada, frunciendo la nariz–. Perdona, es que me imagino que pasar varios días encerrada será bastante aburrido, así que para mí esta es la parte divertida.

      –También necesitarás mis anillos… ¡y por amor de Dios, no vayas a perderlos! –la advirtió Brooke–. Puede que tenga que venderlos –masculló mientras se los quitaba para dárselos–. ¡Ese bastardo de Lorenzo! Está podrido de dinero, pero insistió en que hiciéramos ese acuerdo prematrimonial y no recibiré ni un penique más de lo que me corresponde. Pero dentro de unos años no será más que un mal recuerdo. Mi próximo marido

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