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El hombre imperfecto. Jessica Hart
Читать онлайн.Название El hombre imperfecto
Год выпуска 0
isbn 9788413486109
Автор произведения Jessica Hart
Жанр Языкознание
Серия Omnibus Jazmin
Издательство Bookwire
Como Allegra no podía explicar que lo había extorsionado para salirse con la suya, se limitó a decir:
–Por supuesto.
Marisa miró a Stella, que asintió.
–En ese caso, será mejor que te pongas en contacto con Darcy King y organices su primera cita cuanto antes.
Capítulo 3
–ASÍ que esta es tu oficina.
Max echó un vistazo a su alrededor, incómodo. La sala estaba llena de mujeres impresionantes que lo miraban como si fuera la primera vez que veían a un hombre con traje y no supieran si reírse o darle el pésame.
En otras circunstancias, le habría agradado la sobredosis de atención femenina; en aquellas, se sintió como un moscardón que hubiera entrado en un invernadero lleno de mariposas a cual más bella.
¿Por qué se había dejado embaucar? Él estaba tan tranquilo cuando Allegra se sentó a su lado y, antes de que se diera cuenta, lo había engatusado con sus palabras y hechizado con sus grandes ojos de color musgo.
No se lo podía creer. Sobre todo, porque él mismo le había dado la idea de extorsionarlo para que se saliera con la suya.
Cuando Allegra se echó en sus brazos y le dio un beso en la mejilla, se supo completamente perdido. La visión de su cabello lo perturbaba; el contacto de su cuerpo lo embriagaba. En ese momento, la deseó tanto que estuvo a punto de meterle las manos por debajo de la blusa, tumbarla en el sofá y hacerle el amor.
Pero habría sido una idea nefasta.
Y ahora, sin saber qué diablos había pasado, se encontraba en la redacción de la revista Glitz y no tenía más remedio que seguir adelante con aquella farsa.
–En primer lugar, tendremos que adecentarte un poco –dijo Allegra, que sacó una lista–. ¿Tienes libre la tarde?
Max la miró con desconfianza, pero se había comprometido con ella y ya no se podía echar atrás.
–No, pero supongo que me la podría tomar libre –respondió a regañadientes.
Max no quería que sus compañeros de trabajo se enteraran de lo que estaba pasando. De hecho, les había dicho que tenía que ir al dentista para que no hicieran preguntas sobre su ausencia matinal. Y, al mirar las oficinas de Glitz, pensó que una extracción de muelas habría sido menos dolorosa para él.
Segundos más tarde, Allegra lo condujo por uno de los pasillos. Como siempre, llevaba zapatos de tacón alto que resonaban en los pulidos suelos. Estaba preciosa con su traje de pantalón ajustado, pero Max pensó que le gustaba más cuando se ponía vestidos; en primer lugar, porque lo intimidaba menos y, en segundo, porque los vestidos ofrecían la visión de sus impresionantes piernas.
–Dickie te dejará perfecto –dijo Allegra–. Pero ten paciencia con él, por favor. A veces puede ser irritante.
–Yo siempre estoy perfecto –protestó Max.
Allegra lo miró por encima del hombro.
–Si tú lo dices… –ironizó–. En fin, ya hemos llegado. Limítate a sonreír y a asentir.
Ella respiró hondo y lo llevó a otra sala, donde los esperaba un hombre bajo, de cabello gris, grandes gafas rojas y una pajarita roja y blanca.
–Hola, Dickie –dijo Allegra con una amabilidad casi reverencial–. No sabes cuánto me alegra la oportunidad de trabajar contigo.
Dickie asintió con expresión aristocrática y, tras dar un beso a Allegra, lanzó una mirada a Max y frunció el ceño.
–¿Quién es este? –preguntó con acento francés.
Max dio un paso adelante, le estrechó la mano y contestó:
–Max Warriner. Encantado de conocerte.
Dickie se miró la mano como si fuera la primera vez que se la estrechaban. Allegra se maldijo por no haber advertido a Max de que debía darle un beso. Aunque estaba segura de que no se lo habría dado.
–Max está aquí por el proyecto de Construyendo a Don Perfecto –explicó–. Ya sabes, la idea de cambiar completamente a un hombre.
–Ah, oui… –dijo Dickie–. Desde luego, este necesita un buen cambio.
–Esta noche tiene su primera cita. Darcy King y Max irán al club Xubu y disfrutarán de unos cócteles –comentó ella con entusiasmo.
El club Xubu era el local más de moda de toda la ciudad. Allegra estaba loca por conocerlo, pero nunca le habían ofrecido una invitación. Afortunadamente, la fama de Darcy King abría todas las puertas.
–No sé por qué estás tan contenta –dijo Max–. Tú no vas a ir.
–Por supuesto que voy a ir –le corrigió Allegra–. Recuerda que tengo que escribir el artículo. Y me acompañará un fotógrafo.
Max gruñó.
–Vamos… si hay testigos, no es una cita de verdad.
–Pero será divertido.
Max sacudió la cabeza en silencio.
–Como ves, Max necesita un cambio verdaderamente profundo –dijo Allegra a Dickie, que lo observó con detenimiento–. Tiene que impresionar a Darcy.
–Bueno, haré lo que pueda. Pero hay que quitarle la chaqueta, la camisa y esos horribles pantalones… ¡Dios mío, qué espanto! ¡Será mejor que lo quememos todo!
Dickie le intentó quitar la chaqueta, pero Max se resistió.
–¿Qué diablos… ?
Allegra decidió intervenir.
–Déjamelo a mí, Dickie. Venga, quítate la chaqueta.
–¡Es el traje que llevo al trabajo! ¡No permitiré que lo queméis!
Allegra sonrió.
–No te preocupes por eso. Nos limitaremos a llevarlo a tu casa, para que su visión no ofenda a Dickie.
–¿Y qué tiene de malo mi aspecto?
Allegra hizo caso omiso de la pregunta de Max y se giró hacia el estilista.
–¿Qué imagen te parece la más adecuada? ¿Algo funky? ¿Algo suave y más refinado?
Dickie volvió a estudiar a Max.
–En mi opinión, debería ser algo refinado. Pero con un toque duro.
–No podría estar más de acuerdo contigo. Necesita ropa interesante, pero no demasiado obvia. Yo optaría por una imagen ligeramente extravagante, para que Darcy piense que es un hombre seguro de sí mismo y que no le importa la opinión de los demás.
Dickie asintió.
–¿Extravagante? Sí, sí… quizás.
–Entonces, ¿qué te parece? –preguntó Allegra, cuya ansiedad empezaba a ser evidente–. ¿Puedes hacer algo por Max?
En respuesta, Dickie dio una palmada para llamar la atención de sus subalternos, que habían contemplado la escena en silencio.
–Quitadle la camisa –ordenó.
–Pórtate bien –susurró Allegra a Max.
–Me estoy portando bien.
–Eso no es verdad. Miras a Dickie como si lo odiaras con toda tu alma –replicó Allegra en voz baja–. ¿Quieres que yo mire igual a Bob Laskovski?
–No.
–Entonces, pórtate bien.