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algo para salvarlo. Su ex había prometido lograr que no fuera a la cárcel, pero no lo había cumplido. Su padre seguía en la cárcel.

      Notó que Luca parecía pensativo después de leer otro mensaje en el teléfono. ¿Problemas? ¿Podría ayudarlo ella? No lo conocía lo suficiente para preguntarle. ¿Y por qué le importaba eso? ¿Era posible que ya sintiera algo por él? ¿Había olvidado que se había prometido proteger su corazón?

      «Disfruta el momento y no pienses en lo que pueda ocurrir ni en el pasado», le aconsejó su vocecita interior.

      Samia volvió el rostro al sol y sonrió. La lancha rugía y ella tenía la sensación de ir volando por el mar con un hombre fuerte a la espalda. Así no era difícil mostrarse optimista.

      –¡Esto es genial! –gritó. Empezaba a entender la pasión de Luca por la navegación. El cielo azul y el mar plateado resultaban espectaculares–. Nunca podré agradecerte lo suficiente que me des esta oportunidad.

      –Tendrás que trabajar duro –le advirtió él.

      –Estoy preparada –contestó ella.

      Quizá debería preguntar qué tipo de trabajos había disponibles, pero ¿por qué estropear el momento cuando se sentía llena de vida por primera vez en siglos? Luca le había recordado lo que era hablar con alguien inteligente y ofrecer opiniones sin que se burlaran de ellas.

      Casi como si le leyera el pensamiento, él le tomó la mano y miró la marca dejada por el anillo de boda.

      Ella apartó la mano y lo miró a los ojos.

      –Supongo que te preguntas por qué estoy aquí. Yo también –admitió.

      –Estás huyendo –dijo él.

      –Quizá huyamos los dos –replicó ella. Y notó que él no lo negaba.

      –¿Por qué te deprimes? –preguntó Luca.

      A veces la belleza de una persona se veía alterada por una autoestima demasiado alta, pero, en el caso de Samia, no era así. Parte de su pelo cobrizo había escapado de su recogido descuidado y la exposición al sol y al viento del mar le habían puesto color en el rostro y aumentado las pecas en la nariz. Era una mujer adorable y debería estar llena de confianza en sí misma.

      –No me deprimo, pero tú eres un príncipe y un multimillonario y yo no soy nadie –repuso ella–. ¿Por qué te has interesado por mi situación?

      –¿Nadie? ¿Eso te lo decía tu ex? –él movió la cabeza con desprecio–. Todo el mundo es alguien y merece la misma consideración.

      –En un mundo ideal, tal vez –asintió Samia, con una risita–. Pero no todo el mundo es alguien como tú.

      –Si lo dices por la riqueza y los títulos, un accidente de nacimiento no me hace ser mejor que los demás. El dinero… Depende de lo que hagas con él, pero no garantiza la felicidad. Ni ayuda a soportar los momentos difíciles.

      –Lo siento –ella, comprensiva, le tocó el brazo–. Casi no te conozco, pero tu pérdida es tan intensa, que se trasmite.

      Él ignoró el comentario. ¿Qué iba a ganar confiándose a una desconocida? Nada.

      –Perdona –añadió ella, con rapidez–. No quiero entrometerme, pero si puedo ayudar de algún modo…

      –No puedes.

      Cuando la lancha se detuvo a la sombra del yate, Samia alzó la vista hacia la entrada grande que había en un lado del casco. Luca cruzó el espacio entre la oscilante lancha y el yate, mucho más estable, de una zancada, y esperó en el otro lado para ayudarla. Su mano firme en la cintura de ella trasmitía confianza y seguridad. Luca no la asustaba como su ex, y era un alivio descubrir que todavía podía sentirse atraída por un hombre y que, para ella al menos, el maltrato no había espantado del todo a la Madre Naturaleza.

      –Bienvenida a bordo –dijo él, cuando ella saltó a través del hueco–. Espero que la experiencia valga la pena.

      –Estoy segura de que sí –contestó ella, impaciente por descubrir las cosas nuevas de a bordo y conocer a la tripulación.

      Esta la recibió mejor de lo que esperaba. Estrechó las manos de todos y decidió que le iba a gustar estar allí, con o sin Luca. «Aunque con él sería mejor», pensó cuando este le tocó el brazo para que siguieran avanzando.

      EL EMAIL que había leído Luca en la lancha era del excelente equipo que trabajaba para él. Por el momento, le bastaba con la información que tenía de Samia Smith. Como esperaba, las respuestas a sus preguntas eran bien recibidas:

      «Una esposa contribuiría mucho a calmar las tensiones en Madlena después de la muerte del príncipe Pietro.

      La noticia del matrimonio del príncipe Luca silenciaría a los detractores y probaría que sus intenciones hacia Madlena son serias y a largo plazo.

      La llegada con una esposa, seguida de una bendición formal en la catedral, para disfrute de todos, recibiría una aprobación unánime».

      Bien. Su intención era que vieran que el Príncipe Pirata estaba decidido a cambiar. En algún momento del futuro, cuando se hubiera restaurado por completo la confianza en su reinado, su esposa podía irse discretamente con su bendición y su agradecimiento, además de con una buena pensión vitalicia. Los niños, si los hubiera, se quedarían con él. No repetiría el error de su hermano.

      «La magia de una boda real nunca falla».

      Un pensamiento cínico, sí, pero no privaría a los ciudadanos de Madlena de la confianza que tanto necesitaban. Su vida ya no le pertenecía a él, sino a su pueblo, que solo lo conocía por su carrera en el ejército y los escabrosos rumores de la prensa. La confianza llevaba tiempo, pero una esposa inteligente y animosa podía ser un buen comienzo.

      Leyó por encima el resto del email. En un adjunto había una agenda detallada de la ceremonia y un currículum breve de la mujer a la que había pedido investigar.

      «Si Su Alteza Serenísima tiene oportunidad de revisar las biografías y fotografías de las distintas princesas apropiadas que hemos incluido también y nos comunica su decisión, moveremos el tema con rapidez y podemos llevar a la elegida al yate para que la conozca de inmediato».

      Luca reprimió una sonrisa. La solución a los problemas de Madlena estaba en sus manos, no en un documento adjunto con una lista de princesas «apropiadas».

      Mientras Samia miraba a su alrededor, contestó al mensaje.

      «Nada de princesas. Ya tengo a alguien en mente».

      ¿Por qué perder el tiempo con candidatas desconocidas cuando tenía a una perfecta justo delante?

      «¿Y si he salido de la sartén para caer en el fuego?», pensó Samia, mirando a su alrededor.

      Nunca había estado en ningún sitio que se pareciera a la cubierta del Black Diamond. Era un lugar enorme, reluciente y de tecnología punta.

      Pero nadie había mencionado todavía un trabajo, ni siquiera una entrevista.

      «Espero que no te hayas metido en otro lío».

      Necesitaba seguridades, y decidió hablar con él antes de que desapareciera en algún lugar del barco.

      Luca daba instrucciones a varios miembros de la tripulación.

      –Disculpen la interrupción –dijo ella con amabilidad–, pero me gustaría saber si alguien puede presentarme al sobrecargo.

      La tripulación se dispersó a una señal de Luca.

      –O a la persona que entreviste a los candidatos para un trabajo, por favor –añadió ella.

      –Ya estás contratada –respondió él.

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