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en el tiempo, aunque las estrategias para que se concreten los objetivos que están detrás de esas motivaciones, varíen.

      El desarrollo: una motivación

      Una razón de ser de la integración en América Latina es su vinculación con el desarrollo económico de la región. La integración es considerada un instrumento para ayudar a alcanzar el desarrollo económico. Ese es un objetivo que ha sido constante al menos desde el inicio de las iniciativas de integración económica en la década del cincuenta del siglo XX. Así, bajo la influencia de las ideas de Raúl Prebisch y la cepal, la integración fue percibida como un mecanismo para ayudar en el proceso de industrialización de América Latina. Esta visión de la integración fue crucial en el diseño del Mercado Común Centroamericano (mcca) que tenía un Régimen de Industrias Centroamericanas para la Integración (rici) o en el Pacto Andino, a través de los Acuerdos Sectoriales de Desarrollo Industrial (psdi), incluso en la alalc existían los acuerdos de complementación industrial.

      Con el colapso del modelo de sustitución de importaciones en la década del ochenta y la crisis de la deuda, el modelo cepalista fue severamente criticado y sustituido por lo que el Banco Mundial y, posteriormente, el Banco Interamericano de Desarrollo, describieron como un “nuevo regionalismo” y que en 1994 la cepal describiría como un “regionalismo abierto”. En ese contexto, el regionalismo se asoció con las políticas de reforma estructural que se estaban promoviendo a nivel doméstico en los diversos países latinoamericanos. El regionalismo, o más exactamente, la integración económica regional, se convirtió en un mecanismo para alcanzar una mejor inserción de los países latinoamericanos en la economía mundial. En este sentido, la integración se concibió como un instrumento para contribuir al crecimiento económico de la región latinoamericana. El tema del desarrollo desapareció (o si se es un poco más indulgente, pasó a un segundo plano) en la agenda regional.

      Después de 2003, con el ascenso del denominado regionalismo post-hegemónico, la agenda del desarrollo volvió a los acuerdos de integración económica de América Latina, aunque no exenta de dificultades. Este fue, por ejemplo, el caso del Mercosur, donde se aprobó un programa de integración productiva, que buscaba rescatar la idea de que la integración era un mecanismo para impulsar la transformación de las tradicionales estructuras productivas de la región, aún centradas en las materias primas. Sin embargo, a diferencia del periodo del viejo regionalismo, no se impulsaba la creación de grandes programas como los psdi o el rici, sino la promoción de cadenas de valor regional.

      En consecuencia, el tema del desarrollo es una de las razones por las que la integración económica se mantiene en América Latina. Como señala Alicia Puyana, la integración económica regional y la evolución de los proyectos latinoamericanos muestra que ésta es un complemento del modelo de desarrollo, ya sea en la etapa de la sustitución de importaciones, o en el modelo exportador, centrado en las inversiones externas y la liberalización de la economía, bajo el creciente poder del capital financiero. Como complemento, no puede ni superarlo, ni resolver sus contradicciones y limitaciones.

      Ahora bien, teniendo en cuenta lo que ha sucedido en los últimos 20 años en el escenario de regionalismo, es legítimo plantearse preguntas como las siguientes: ¿es la integración un simple mecanismo para la inserción internacional, sin importar la naturaleza de esa inserción? ¿Crecimiento o desarrollo, qué motiva la integración? Y si es desarrollo ¿de qué desarrollo hablamos, de un desarrollo sustentable, como se propone en el gridale, de desarrollo humano? Y si aceptamos la opinión de voces críticas al concepto de desarrollo, como Arturo Escobar, ¿es conveniente seguir hablando de desarrollo, o sustituir éste por el posdesarrollo? Estas son simples preguntas que se pueden considerar en una discusión del gt1.

      En la segunda reunión virtual se destacó la importancia del desarrollo como una de las motivaciones que ha impulsado la integración regional en América Latina. Rita Giacalone, Noemí Mellado, Ricardo Buitrago y Giovanni Molano, destacaron este aspecto, aunque Giacalone cuestionó que existiese una dicotomía entre crecimiento y desarrollo. Señaló que tal dicotomía no existe porque el crecimiento es un indicador que mide desarrollo económico.

      Debe existir crecimiento para que haya desarrollo económico. El argumento es incuestionable, y ciertamente establecer una separación dicotómica entre crecimiento y desarrollo no es correcto. En otras palabras, crecimiento no es sinónimo de desarrollo y es en este aspecto en el que se debe ser cuidadoso. Como señaló Buitrago en su intervención al señalar que, en América Latina, por ejemplo, durante el boom de commodities, los países crecieron de una forma importante, pero esto no se acompañó con un proceso de redistribución de la riqueza que ayudara a resolver algunos problemas de la región.

      Esto es un tema relevante cuando se analiza la cuestión de la integración y el desarrollo como razón de ser. La integración debe ser un mecanismo para impulsar el desarrollo en un sentido amplio, no sólo como sinónimo de crecimiento, sino también como un desarrollo humano, como un proceso dirigido a mejorar las condiciones de vida de la sociedad. Esto implica, como señaló Buitrago, alcanzar indicadores positivos en términos de la inserción internacional de América Latina, pero también indicadores positivos a nivel subregional en términos de desarrollo humano. Esto supone, entonces, proponer una agenda multidimensional de la integración que sea al mismo tiempo un mecanismo para la inserción internacional (integración comercial), la transformación productiva (integración productiva), pero también el desarrollo integral de los países latinoamericanos (dimensión social de la integración). Esta última dimensión social de la integración es importante en una región tan desigual como América Latina, pero, además, cuando la integración tiene una fuerte dimensión en temas sociales, ésta se acerca al ciudadano de los países miembros de un bloque regional, que la empiezan a ver como suya.

      Otro aspecto que se debe analizar al considerar al desarrollo como una de las motivaciones de la integración regional es el debate sobre la complementariedad económica de los países de la región y las dificultades para establecer cadenas productivas, lo que puede ser un obstáculo para consolidar la integración como un instrumento para el desarrollo, como asevera Karina Mariano. No obstante, justamente el problema de la región es que todas sus economías se han especializado en la producción de materias primas o commodities y, por ende, son más competitivas que complementarias. Esto lo entendió Prebisch en la década del cincuenta y justamente por ello se opuso a una integración meramente comercialista, pues el libre comercio tenía un límite para los países de la región. En vez ello, la integración era un mecanismo para promover lo que Prebisch denominaba la transformación productiva, es decir, el fomento de actividades productivas en áreas distintas a las tradicionales materias primas. Como ya se explicó arriba, en la propuesta se buscaba convertir a la integración en un mecanismo para promover industrias regionales. En el mundo postfordista de fragmentación de la producción eso ya no es posible y, en vez de ello, se plantea que la integración debe ser usada para crear cadenas de valor regional o para insertarse en forma conjunta en cadenas de valor global. El Mercosur, a través del Programa de Integración Productiva, optó por fomentar cadenas de valor regional, mientras que Alianza del Pacífico prefiere buscar insertarse en cadenas de valor global. ¿Son estas dos estrategia contradictorias o complementarias? El problema es, como recuerda Britta Weiffen, que siempre existe el peligro que los Estados más fuertes prefieren invertir en cadenas de valor global solos, en vez de colaborar con sus socios regionales. Estos son aspectos que se deben profundizar en las discusiones del gt.

      La autonomía: otra motivación

      Una segunda motivación para impulsar la integración es lograr incrementar el poder de negociación de la región en los asuntos mundiales y frente a los grandes actores del sistema internacional. Este es un tema que se ha vinculado con la idea de una mayor autonomía. No obstante, este concepto ha generado muchas interpretaciones y debates en América Latina. En concreto, se le asocia al nacionalismo que, en esencia, se contrapondría a la integración. También se le asimila a la autarquía, la separación del resto de mundo, lo cual parece ser completamente irracional en un mundo interdependiente y globalizado. Otros, como señala Britta Weiffen, asocian la autonomía a un intento de liberarse de Estados Unidos. Sin entrar en una discusión a profundidad sobre el concepto de autonomía (que nos podría alejar de las discusiones centrales

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