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      Él no se había molestado en ponerse un traje. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camisa negra abierta en el cuello. Ceñían un cuerpo que era atlético, esbelto y maravilloso, tal y como lo había sido hacía tres años. Seguía llevando el cabello revuelto y su rostro parecía seguir necesitando un buen afeitado. Su mirada era igual de penetrante y turbadora. Los iris tenían el color de la plata y se habían centrado en ella de una manera fiera e imperturbable.

      La adrenalina la animó a huir de allí para salvar la vida, pero también sentía una extraña excitación. Un deseo de correr hacia él. Entre aquellos imperativos, vibraba una mezcla de sentimientos mucho más complejos. Culpabilidad, resentimiento y algo parecido a un doloroso alivio.

      Había temido y anticipado aquel día desde el momento en el que había aceptado la oferta de Niko de vivir con él. Por fin, tendría que hablar con Val sobre la hija que tenían en común. Se había preparado para las consecuencias que aquella conversación pudiera tener, pero no lo había hecho para contrarrestar el efecto que Val aún seguía ejerciendo sobre ella.

      Se veía rodeada por una profunda atracción. No debería sorprenderse. La primera vez que lo vio, él le había hecho sentir una irresistible fascinación. El tiempo pareció detenerse y la sangre le hervía en las venas cuando empezó a acariciarle las líneas del rostro.

      Idéntica oleada de sensualidad se había apoderado de ella en aquel despacho, pero mucho más fuerte. Más profundo, más inmediato y más sexual. No se trataba simplemente de la compulsión de estudiarle y de recrearle en una página, sino un profundo deseo de cerrar la distancia que los separaba y tocarlo. Quería sentirle con todo su cuerpo, gozar en el fuego que él había prendido dentro de ella. Quería notar las caricias de sus manos por la espalda desnuda y experimentar de nuevo cómo le agarraba con fuerza las caderas.

      Su cuerpo se caldeó, vibró y se excitó simplemente por estar en la misma sala que él porque sabía cómo era hacer el amor con Val. Sabía lo que él podía hacerle sentir, algo animal, primitivo. Maravilloso.

      Tampoco había calculado el efecto de su vínculo a través de su hija. Se había pasado más de dos años viviendo con el padre de Val y con la hija que ambos tenían. Sabía ya muchas cosas de Val Casale, pero aún no lo conocía a él. Su breve relación y el recuerdo de un dulce encuentro se habían convertido en una absoluta fascinación con alguien que había tenido un profundo efecto en su vida.

      A pesar de las cosas que le habían contado sobre él y, a pesar del hecho de que él parecía haberla descartado, todo su ser quería extender la mano y volver a descubrir al sensual y hedonista hombre que había creído ver aquella noche.

      La sonrisa indulgente del amante había desaparecido. Su cinismo y desprecio eran palpables en el cromo pulido de su mirada.

      ¿Sabía que ella había tenido un bebé? ¿Era esa la razón de que le estuviera lanzando acusaciones silenciosas con su amarga mirada?

      Su antagonismo era evidente. Sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar una de las primeras cosas que Niko le había contado sobre su hijo.

      «Val es un canalla, señorita O’Neill. Se enorgullece en la distinción y aprovecha todas las oportunidades que tiene para demostrarlo».

      En otras ocasiones, Niko había utilizado toda clase de epítetos poco amables para describirlo: poco respetuoso, rebelde, provocador, vengativo y reprobable.

      Niko no había sido un hombre al que una persona pudiera contradecir, aunque su opinión de Val no casaba con el hombre al que ella había conocido. No obstante, la ira que Val sentía hacía su padre había provocado que le diera la espalda a su fortuna y se casara con una mujer a la que no amaba. Eso lo convertía en un hombre al que ninguna mujer sensata se atrevería a enojar.

      Niko podría haberle ofrecido protección de Val mientras estuvo vivo, pero Niko ya no estaba. Kiara estaba sola.

      Davin rompió el tenso silencio dejando la jarra de agua con un golpe sobre la mesa. Le dio un vaso a Evelina, que lo ignoró mientras los miraba a ambos. Kiara sintió de nuevo deseos de huir. Miró hacia la puerta, deseando que Scarlett apareciera por fin.

      –¿Qué estás haciendo aquí, Kiara? –le preguntó Val con un letal tono de voz.

      Ella miró a Davin.

      –Cuando todas las partes estén presentes, hablaremos de todos los detalles –dijo Davin con una ligera sonrisa, que murió inmediatamente al entrar en contacto con la mirada mortal de Evelina.

      –No me irás a decir que… esta persona… tiene derecho a parte de la herencia de Niko, ¿verdad? –preguntó Evelina mirándola con desaprobación.

      –No exactamente –murmuró Kiara mientras tomaba un vaso de agua helada para humedecerse la garganta–. Debería ir a ver cómo está Scarlett…

      Antes de que pudiera dar un paso en dirección a la puerta, esta se abrió.

      –Lo siento mucho –tartamudeó Nigel–. Ha ocurrido algo. La señorita Walker ha tenido que marcharse al hospital.

      –¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué le ha pasado? –preguntó Kiara atónita.

      –Está de parto –dijo Nigel–. El señor Rodríguez la ha llevado al hospital. Y su madre ha preferido no quedarse… … –añadió Nigel mientras miraba con incomodidad hacia Evelina y luego a Kiara–. Me dijo que le dijera a usted que termine aquí lo que tenga que hacer y que la llame cuando pueda. Les dejo con lo suyo –concluyó Nigel mientras iba cerrando la puerta al marcharse.

      –No me digas que esa cazafortunas va a tener el nieto de Paloma y que todo el dinero de Niko va a ir a parar a ellos –le advirtió Evelina a Davin. Lágrimas de rabia le brillaban en los ojos.

      –No… no… no todo –se apresuró Davin a decir para apaciguar a Evelina. Entonces, le lanzó una mirada de cautela a Kiara–. Tal vez deberíamos sentarnos…

      –Yo me quedaré de pie –dijo Kiara mientras se agarraba al respaldo de una silla para mantenerse en pie. Sentía que el mundo estaba girando fuera de su eje. Estaba muy preocupada por su mejor amiga y, al mismo tiempo, el corazón le palpitaba con fuerza al sentir que el momento de la verdad se acercaba como un acantilado ante ella.

      Observó que Valentino la estaba mirando muy fijamente y sintió una profunda aprensión. Sentía que había llegado al punto de no retorno. No podía hablar, pero tampoco tuvo que hacerlo.

      –Tranquilízate, madre –le dijo él a Evelina. Su voz había adquirido un tono sombrío y mortal–. Esta cazafortunas también ha tenido un niño.

      –Señor –le amonestó el abogado, pero Val no permitió que la desaprobación del letrado tuviera impacto alguno sobre él. Val también estaba sufriendo. Sentía una profunda traición.

      Kiara se había presentado como una artista sin dinero, muy sensual y modesta, pero él acababa de darse cuenta de que tenía el corazón de hierro. Y él había sido el necio que había creído en ella.

      Había pensado que su encuentro había sido por casualidad, un encuentro en el que él no había tenido que fingir o esforzarse para controlar la situación.

      Ella le había hechizado… y había estado trabajando para Niko desde el primer momento. ¿Cómo podía sentirse sorprendido? ¿Cómo? Por supuesto, su padre había tenido la situación bajo su mando. No podía haber sido de otra manera.

      Pero, ¿cómo lo habían conseguido? ¿Habría estado ella ya trabajando para su padre cuando se conocieron? ¿La habría contratado Niko para que ella se lo llevara a la cama y conseguir que la dejara embarazada?

      Si era así, había cumplido muy bien con su cometido. También había sido muy afortunada en conseguirlo a la primera y solo porque uno de los preservativos se había roto.

      –¿Tienes un hijo? –preguntó Evelina mientras se agarraba con fuerza los diamantes que le rodeaban la garganta.

      –Sí

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