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caricias de Joe la habían convertido en otra persona.

      Nota para sí misma: no pensar en las caricias de Joe. No hacerlo.

      Su corta relación no iba a tener un final de cuento de hadas. ¿Cómo iba a tenerlo, si la única razón por la que se habían casado ya no existía?

      Estaba muerta y enterrada, eternamente dormida en un pequeño ataúd blanco en un cementerio de Inglaterra.

      –Su suite está preparada –dijo la recepcionista–. Spiros le bajará el equipaje del minibús.

      –Gracias.

      La recepcionista le dio una llave de tarjeta y le señaló los ascensores que estaban al otro lado del inmenso suelo de mármol.

      –Su suite está en la tercera planta. Celeste, la organizadora de la boda, se reunirá con la comitiva nupcial para tomar una copa hoy a las seis de la tarde en la terraza y hablar del ensayo y el horario de la boda.

      –Entendido –Juliette asintió educadamente con la cabeza y curvó ligeramente los labios, que era lo que más se acercaba a una sonrisa para ella en aquellos días.

      Agarró la llave, se colocó la bolsa de viaje al hombro y se dirigió a los ascensores. Los papeles del divorcio asomaban por la parte superior de la bolsa, recordándole su misión de matar dos pájaros de un tiro.

      Dentro de siete días, aquel capítulo de su vida habría terminado por fin.

      Y no tendría que volver a pensar nunca en Joe Allegranza.

      Solo había una cosa que Joe Allegranza odiara más que una boda, y era un funeral. Ah, y los cumpleaños… el suyo, en particular. Pero no podía rechazar la invitación de ser el padrino de su amigo, aunque eso significara encontrarse cara a cara a su mujer, de la que estaba separado, Juliette.

      Su mujer…

      Resulta difícil creer que aquellas dos palabras todavía tuvieran el poder de abrirle un agujero en el pecho, un agujero doloroso que nada podía llenar. No podía pensar en ella sin sentir que había fallado de todas las maneras posibles. ¿Cómo había permitido que su vida se escapara a su control tan rápidamente?

      A él, que era el rey del control. La mayor parte del tiempo podía tenerla lejos de su mente. La mayor parte del tiempo. Se refugió en el trabajo como algunas personas lo hacían en el alcohol o la comida. Había construido su carrera de ingeniería global gracias a su habilidad para arreglar fallos estructurales. Analizar pericialmente puentes y estructuras rotas y, sin embargo, no fue capaz de hacer nada para reparar su matrimonio roto.

      Quince meses de separación, y no había seguido adelante con su vida. No podía. Era como si un muro invisible hubiera surgido delante de él, bloqueándolo. Miró el anillo de boda que todavía llevaba en el dedo. Podría habérselo quitado y haberlo guardado en la caja fuerte, como hizo con los anillos que Juliette dejó atrás. Pero no lo hizo.

      No tenía muy claro por qué. Evitaba a toda costa pensar en el divorcio. La reconciliación era igual de desalentadora. Estaba atrapado en tierra de nadie.

      Joe entró en la zona de recepción de la lujosa villa donde se iba a celebrar la boda y fue recibido por una sonriente recepcionista.

      –Bienvenido. ¿Su nombre, por favor?

      –Joe Allegranza –se quitó las gafas de sol y las guardó en el bolsillo de la camisa–. La organizadora de la boda hizo la reserva.

      La recepcionista escudriñó la pantalla y fue bajando con el ratón.

      –Ah, sí. Ahora la veo. Me la había saltado porque pensé que la reserva era solo para una persona –la mujer sonrió todavía más–. Su esposa ha llegado hace una hora.

      Su esposa. Joe sintió una losa en el pecho y le costó trabajo volver a respirar. Más que su esposa, habría que llamarla «su fracaso». ¿No le había llegado a la organizadora el correo sobre su separación?

      La idea se le filtró a través de una grieta de la mente como una fisura en una roca, amenazando con desestabilizar su decisión de mantener las distancias.

      Un fin de semana compartiendo suite con la mujer de la que se había separado.

      Durante un segundo consideró la posibilidad de señalar el error de la reserva, pero primero dejó que su mente vagara… Podría volver a ver a Juliette. En persona. A solas. Podría hablar con ella cara a cara sin que ella se negara a responder a su llamada ni bloqueara sus mensajes. No le había respondido ni una sola vez. Ni una. La última vez que la llamó para decirle que había organizado un evento solidario para la fundación Muerte fetal, escuchó un mensaje informando de que no se podía conectar con aquel número.

      Lo que significaba que Juliette ya no quería conectar con él. Su conciencia se despertó y le señaló con un dedo acusador.

      «¿En qué diablos estás pensando? ¿No has causado ya suficiente daño?».

      Ya era bastante locura estar allí para la boda, y mucho más pasar tiempo con Juliette, especialmente a solas. Le había arruinado la vida, igual que había hecho con su madre. ¿Tenía una maldición en lo que se refería a las relaciones? Una maldición que le había caído el día que nació: el mismo día que su madre había muerto. Su cumpleaños: el día de la muerte de su madre. ¿Acaso no era aquello una maldición?

      Joe se aclaró la garganta.

      –Debe haber algún error. Mi… mujer y yo estamos separados –odiaba decir aquella palabra tan fea. Odiaba admitir que era básicamente culpa suya que su mujer hubiera puesto fin a su matrimonio.

      La recepcionista frunció el ceño.

      –Oh, no… quiero decir, que siento lo de su separación. Y también tener que decirle que no nos quedan habitaciones libres…

      –No pasa nada –Joe sacó el móvil–. Reservaré en otro sitio.

      Empezó a bajar el dedo por las opciones del servidor. Tenía que haber hoteles de sobra disponibles. Dormiría en un banco del parque o en la playa si era necesario. De ninguna manera iba a compartir habitación con Juliette. Demasiado peligroso. Demasiado tentador. Demasiado todo.

      –No creo que encuentre nada disponible –dijo la recepcionista–. Hay varias bodas en esta zona de Corfú durante el fin de semana, y además, Celeste quiere que todo el mundo esté cerca para darle a la boda un ambiente familiar. Se llevará un gran disgusto al saber que ha cometido un error con su reserva. Está trabajando muy duro para que la boda de su primo resulte realmente especial.

      Joe recordó algo que Damon le había dicho sobre su joven prima, Celeste. Aquella boda era su primera incursión en el mundo laboral tras una larga batalla contra la leucemia. Y él no quería ser quien lo estropeara.

      –De acuerdo, no le diga nada a Celeste hasta que encuentre un alojamiento seguro. Daré una vuelta y veré qué puedo encontrar.

      Él se dedicaba a arreglar problemas, ¿verdad? Esa era su especialidad, arreglar problemas que nadie más podía arreglar.

      Y arreglaría este o moriría en el intento.

      Joe volvió a salir al sol y pasó casi una hora frustrándose más y más cada vez al ver que no había ningún alojamiento libre. Le resbalaban gotas de sudor por la frente y la espalda. Durante un momento sopesó incluso la posibilidad de hacer una oferta para comprar una propiedad para no enfrentarse a la alternativa de compartir habitación con su exmujer. Desde luego, tenía dinero para comprar todo lo que quisiera.

      Excepto la felicidad.

      Excepto la paz de espíritu.

      Excepto la vida de su hijita…

      El teléfono estaba casi sin batería cuando finalmente reconoció la derrota. No había nada disponible en un radio razonable. El destino había decidido que Joe compartiera habitación con Juliette.

      Pero tal vez había llegado el momento de hacer algo respecto a su matrimonio.

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