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      Devorador de almas

      

      

       Ardid Espectral

       A.D.J.Z.

      Editorial Autores de Argentina

ADA ebook

       Zapata, Ana

       Devorador de almas. - 1a ed. - Don Torcuato : Autores de Argentina, 2014.

       E-Book.

       ISBN 978-987-711-076-0

       1. Narrativa Argentina. I. Título

      CDD A863

       Editorial Autores de Argentina

      Mail: [email protected]

      www.autoresdeargentina.com

      Diseño de porada: Justo Echeverría

      Maquetado digital: Marina Di Ciocchis

      Dedicado a Fernando R. Zapata.

       Te recuerdo y extraño cada día.

      Para mis hermanos, Fernando y Emiliano.

       Salmo 23

       Salmo de David

      

       Aunque ande en valle de

       sombras de muerte, no temeré

       mal alguno, porque tu estarás conmigo…

      Una y otra vez. Incansables y rítmicamente, las agujas del reloj

      marcan cada instante con un sonido sin gracia.

      Es la misma hora que ayer, la misma que hace cinco, diez años atrás,

      cuando soñaba despierta contemplando la luna,

      admirando las nubes del cielo nocturno.

      Hoy no las miro con el mismo interés. Ya no

      tengo sueños ingenuos.

      Desapareció la esperanza.

      En la soledad. En la oscuridad. Envuelta en el silencio,

      me pregunto si vale la pena soportar.

      5

      Los días pasan…

      Sin diferencias

      Séptimo grado. En ese momento lo noté por primera vez. La monotonía. Día tras día. Todo me parecía igual. Al pasar los años fue aun más desesperante.

       Eso marcó la diferencia para el resto de mi vida, y no es que yo estuviese completamente consciente de mi situación mental.

       Tengo 24 años y, para mi propio desencanto, sigo sintiendo lo mismo que aquel día: la monotonía. El amanecer, el atardecer, la noche, las estrellas, la lluvia, el calor, todas esas situaciones que damos por sentado.

       Tal vez, si no le prestara excesiva atención…

       Releo una y otra vez las hojas desgastadas de mi agenda, hastiada, sintiendo una sensación extraña, como si estuviese soñando. Pero consciente de que ésta es mi realidad, en la que nada cambia, ni me sorprende. La inevitable rutina. El vacío que esto me provoca.

       Trato de no prestarle mayor atención mientras sigo escribiendo, una de las pocas cosas que puedo hacer sin gastar casi nada de dinero, que es lo que mueve al mundo y hace que solo pueda aspirar a una vida promedio. Una vida normal en la que solo ansío mantener mi trabajo y mis cuentas al día. No es que no tenga ambiciones inalcanzables, con los años simplemente resolví que son imposibles para mí. Creo que estoy atascada en esta realidad: los sueños son imposibles.

       Tomo nota de mi audaz falta de optimismo. Todo lo que pienso está escrito solo para desahogarme. Aunque a nadie le interese.

       Antes de aportar alguna nueva reflexión, el celular suena junto a mi anotador. Lo levanto resignada, ya sé de quién se trata. Victoria. Mi cable a tierra y mi mejor amiga. Es decir, la única amiga.

       *Buenos días… ¿Estás ocupada?… ¡Déjame adivinar!*, cita el mensaje.

      A los pocos minutos, unos estrepitosos tacos cruzan las puertas dobles del restorán. Una melena pelirroja enrulada, prolijamente arreglada, se gira en mi dirección. Tiene aspecto de estrella de cine. Siempre presentable y disponible para cualquier ocasión. Es extraño que nos entendamos tan bien. Pienso esto cada vez que la veo contonearse con algún traje de marca. Muy pocas veces repite su vestuario. Incansable hasta los últimos detalles. Ahora menea la cabeza en señal de negación.

       —Tan predecible… —susurra con voz de locutora. Se sienta casi en cámara lenta, dejando su pequeñísima cartera a un lado sobre la mesa. Sus ojos gatunos color miel me observan expectantes.

       —¿A qué debo tan inoportuna visita? —bufo desinteresada. Me imagino el motivo, por lo que mi voz suena desagradable y carrasposa. Tengo cara de pocos amigos. Una expresión de odio impresa en el rostro, no por mi mal genio, es mi naturaleza.

       — ¿Cómo estás, Jezabel? —responde con mirada atenta. —Como siempre, supongo —agrega compasivamente.

       —Pesimista y libertina, querrás decir —formulo sonriendo.

       —Mmm… predecible, y muy poco encantadora, si me lo permites —murmura con gesto de desaprobación.

       A veces pienso que me toma como un reto personal, ya que somos tan diferentes. Se siente indignada por mi desgano y desinterés. Sobre todo con respecto a los hombres, para lo cual tengo una opinión muy reacia.

       El mesero se encuentra junto a nuestra mesa, así que aguardo en silencio.

       —Buenos días, ¿qué te puedo ofrecer hoy? —interroga éste, encantado con Victoria. Parece radiante como una moneda, igual que todos los que hablan con ella.

       —Buenos días, ¿me puedes traer dos de estos, por favor? —le indica señalando la carta con sus largas uñas esmaltadas de rojo. El mesero asiente y luego se retira con paso ligero.

       —¿Qué sucede? —increpo sin dar más vueltas. Conozco cada una de sus expresiones, y la que estoy viendo es definitivamente la peor. Mis labios se tensan en señal de desaprobación y repugnancia.

       —Es diferente. Lo juro. Es él —aclara sonriendo confiadamente. Tuvo otra revelación. Yo suspiro negando con la cabeza. —Eres un verdadero fastidio. ¿Acaso la palabra “cansancio” no tiene significado para ti? Porque así me siento con tus recurrentes citas. Me estoy preguntando si tienes suficiente trabajo. — (Victoria intenta por todos los medios posibles encontrarme pareja. Según su versión: “El amor le dará sentido a mi vida.” Como si fuera eso necesario) —. Se supone que las amigas ayudan… No necesito una pareja. —¿Cómo sabes? No tengo conocimiento de que lo hayas experimentado alguna vez. Ni siquiera suena lógico… a tu edad, ya deberías tener un novio… o al menos haber dado el primer beso… eres increíble —alega frunciendo el seño. Saca una de sus tarjetas de presentación de su pequeña cartera. Del otro lado hay escrito a mano un número de celular. —No otra vez. ¿Acaso no lo entiendes? —mascullo resentida. No estoy interesada en conocer a nadie y menos a un hombre. La idea me parece intolerable e innecesaria. No tengo esa necesidad biológica. O al menos no conocí a nadie que me haga sentir esa clase de “sensación necesitada”. Tampoco puedo hablar de algo que nunca sentí. —Tienes miedo de enamorarte… es completamente normal —continúa Victoria, convincente. Acepto su calidad de manipuladora—. Él es raro… igual que tú… y eso ya es extraño… predecible, pero peculiar. —Por favor… Victoria saca un celular enorme color rosado de su mini cartera. Muy femenino. Me lo ofrece para que lo llame. —Te conozco hace bastante. Dame algo de crédito. —Por Dios –altero

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