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todos modos, es una pena tener que dejar de hacer algo para lo que has trabajado tanto. –Malcolm sintió el peso de su mirada y la miró fugazmente.

      Tenía el ceño fruncido.

      –¿Qué?

      –Gracias por entender lo importante que es esto para mí. Gracias por no restarle importancia. Sé que no llenamos estadios ni teatros.

      –La música no se mide por el número de gente que hay en el público, o por el dinero que tienen.

      Ella sonrió por primera vez desde que habían salido de la casa.

      –La música es para tocar el corazón, el alma.

      Malcolm asió con fuerza el volante. En otra época ella le había dicho exactamente lo mismo. Una noche se había llevado su guitarra para darle una serenata bajo la luz de las estrellas. Había comprado comida rápida y se había llevado una manta. Por aquel entonces soñaba con darle algo mejor. Se había prometido a sí mismo que algún día lo conseguiría. Quería darle más, pero ella le había dicho que el dinero no le importaba, sino la música y el corazón.

      Debería haberla escuchado entonces. No quería esa clase de vida entonces y tampoco la quería en ese momento.

      Malcolm aceleró más y el coche se deslizó como una bala por la recta carretera.

      –Ha sido una escapada impresionante. De verdad creí que atropellarías a alguien o que por lo menos le pisarías los dedos de los pies. Pero lograste salir de la marabunta de gente sin que nadie se hiciera daño. ¿Dónde aprendiste a conducir así?

      –Es parte del entrenamiento.

      Ella se rio.

      –Debí de perderme la clase de conducción cuando estudié música.

      –Tengo un amigo que es conductor profesional –eso también era verdad–. Me dio clases.

      –¿Pero qué amigo es ese? –Celia se volvió hacia él, levantando la rodilla para estar más cómoda.

      Durante una fracción de segundo, la mirada de Malcolm se desvió hacia el dobladillo de su falda.

      –Elliot Starc. Fuimos juntos al colegio.

      Celia arqueó las cejas.

      –¿Fuiste al colegio con Elliot Starc, el corredor famoso?

      –¿Conoces a Starc? La mayoría de las mujeres a las que conozco no siguen las carreras.

      –Cielo, estamos en el sur. La gente vive la pasión de NASCAR como si corrieran ellos mismos –se rio–. Starc es de Fórmula Uno, pero algunos de los amigos de mi padre siguen las carreras.

      –Muy bien. Entonces conoces a Eric.

      –Debió de darte muchas clases para que manejes el coche con tanta destreza, a tanta velocidad –Celia sacudió la cabeza. La melena se le movió sobre los hombros–. Todavía estoy un poco mareada.

      –¿Te encuentras bien? No quería asustarte.

      –No lo has hecho. Estoy bien –Celia se rio suavemente–. Dios sabe que ya me pusieron bastantes multas cuando era adolescente. Ahora son una conductora mucho más cauta. Ya no espero que mi padre me arregle lo de las multas de tráfico.

      –Ha pasado mucho tiempo.

      –Y sin embargo estás aquí. Estamos aquí.

      La confusión que había en su voz no pasaba inadvertida para Malcolm.

      –No quiero que te hagan daño por intentar protegerme.

      –Estaré bien. Ya te lo dije. Lo tengo todo bajo control.

      –Oh, muy bien. Tienes un plan. ¿Adónde vamos?

      –A la casa de mi madre.

      Capítulo Seis

      ¿A la casa de su madre?

      Celia seguía sin dar crédito. La prensa había dicho que él ayudaba mucho a su madre, pero nunca daban detalles acerca del paradero de Terri Ann Douglas. No se había vuelto a saber nada concreto de ella después de su marcha de Azalea, catorce años antes, y Celia tampoco estaba interesada en mantener el contacto por aquel entonces. Terri Ann no aprobaba la relación con su hijo. Para ella Celia era todo lo que no quería para su él; una chiquilla consentida, egoísta y superficial.

      La sola idea de volver a ver a Terri Ann hizo que se le agarrotara el estómago. Se detuvieron ante un portón enorme, cubierto de vides. Las cámaras se seguridad se movieron casi de forma imperceptible. Estaban casi escondidas bajo el follaje. Malcolm se detuvo junto al cajetín de seguridad y tecleó un código. Las puertas se abrieron. Al otro lado había un camino que se abría entre los árboles.

      No se veía casa alguna, ni gente.

      –Malcolm, ¿te importaría ponerme al tanto de todo?

      El coche se adentró en el tupido bosque, lleno de robles y pinos. La grava crujía bajo los neumáticos.

      –Tengo que recuperar algo de control en lo que a seguridad se refiere. Ahora estamos fuera de los radares, y eso nos da algo de margen.

      De repente giró el volante y tomó un desvío asfaltado. Las enormes ramas de los árboles se separaron un poco, dejando ver lo que había al final. Era una enorme mansión rodeada de todas las comodidades posibles; una pista de tenis, una piscina, un estanque, una glorieta para celebraciones al aire libre junto a la orilla…

      La casa era el escondite perfecto, pero en ese momento parecía más bien una prisión.

      –¿Quiere que me quede aquí?

      Malcolm la miró un instante.

      –No. Nos vamos a Europa. Ya te dije que mi equipo de seguridad te cuidaría, y lo decía en serio. Vamos a salir de aquí en vez de salir de un aeropuerto.

      –No sé muy bien cómo vamos a salir rumbo a Europa desde aquí. No veo ninguna pista.

      Malcolm señaló a lo lejos. Un helicóptero se acercaba por encima de los árboles.

      –¿La prensa nos ha encontrado?

      –No. Nos vamos en ese helicóptero –aparcó el deportivo junto a una enorme pista de cemento, lo bastante grande como para que aterrizara el pájaro.

      Celia no podía dejar de mirar el helicóptero. Cada vez estaba más cerca. El motor rugía sobre sus cabezas. Se posó en el suelo a unos pocos metros de distancia, removiendo el polvo a su alrededor.

      –Tiene que ser una broma.

      –No. Nos vamos en el helicóptero a otro sitio, y allí subiremos a un jet privado para salir del país. Así evitaremos el acoso de la prensa.

      –Pensaba que íbamos a ver a tu madre.

      –Dije que íbamos a su casa. Ella no está –sacó su maletín de detrás del asiento–. Está de vacaciones en su piso de Londres.

      ¿Un piso en Londres?

      –Eres un buen hijo. Esta casa es increíble. Un piso en Londres…

      –Lo que le doy no es nada comparado con todo lo que ella hizo por mí. La casa, el apartamento… No es nada para mí. Ella tenía dos trabajos para que tuviera un plato de comida sobre la mesa todos los días. Incluso le limpiaba la casa a mi profesora de piano a cambio de las clases. Mi madre se merece descansar. Bueno, ¿estás lista?

      A Celia se le acababa el tiempo para decir aquello que la tenía inquieta desde la noche anterior.

      –No quiero que pienses que ese beso ha significado algo más de lo que significó.

      –¿Y qué significó?

      –Significó que todavía me siento atraída por ti, que compartimos

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