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era la razón por la que Jamie le estaba fulminando en aquel momento con la mirada.

      Luke le dio la mano a Tessa y ambos se miraron de una forma especial.

      –La verdad es que Luke está pensando en venirse a vivir a mi casa.

      Jamie reconoció su propia indignación en el gruñido atragantado de Eric.

      Luke se aclaró la garganta. La sonrisa había desaparecido de su rostro.

      –Antes quería hablar con vosotros dos. Tessa vive aquí, pero esta sigue siendo la casa de vuestra familia. Si os incomoda la idea…

      –Tienes toda la razón del mundo. Nos incomoda la idea –ladró Jamie.

      –Lo comprendo –dijo Luke, y desvió la mirada hacia Tessa.

      Tess asintió como si estuviera contestando a una pregunta.

      –Luke me hace feliz, Jamie, y lo sabes. Fuiste tú el que me dijo que no rompiera con él.

      Jamie sintió que la desaprobación de Eric giraba en su dirección.

      –No te dije que volvieras con él. Y si tan feliz te hace, ¿por qué solo vais a vivir juntos?

      La patada de Eric fue rápida y efectiva. Jamie cerró la boca al instante.

      –Estamos de acuerdo –se limitó a decir Eric.

      –Muy bien –dijo Tessa con una sonrisa de satisfacción–. Voy a por el postre.

      Desapareció en la cocina, dejando tras ella un tenso silencio. Solo llevaba unos meses saliendo con Luke y ni a Jamie ni a Eric les hacía mucha gracia la idea de que su hermana pequeña tuviera una relación tan seria con un hombre. Y menos con un hombre con un pasado como el de Luke.

      El silencio se impuso hasta que regresó Tessa con una tarta de manzana. Cortó una porción que le sirvió a Jamie acompañada por una incisiva pregunta.

      –¿Cómo van tus citas?

      –¿Por qué no le haces a Eric esa pregunta?

      –Porque él no tiene citas. Y es una suerte, porque tú sales por todos nosotros. Así que háblame de esa mujer.

      –No tengo nada que contar. Y no tengo tantas citas. Por supuesto, comparado con Eric no paro. Pero…

      –¿Quién es? –insistió Tessa.

      –No es nadie –respondió Jamie, encogiéndose en cuanto salieron aquellas palabras de su boca.

      –Bueno, solo la vi un momento, pero ya puedo decir que es más guapa que esa horrible Mónica Kendall. Así que, buen trabajo.

      Jamie sintió que una piedra caía de no sabía muy bien dónde y aterrizaba en su estómago. Tragó con fuerza e intentó hacerla desaparecer. No quería hablar de Mónica Kendal. Jamás. Y menos aún en relación con Olivia. Por fortuna, y por una vez en su vida, Eric salió en su ayuda.

      –Luke, ¿has tenido alguna noticia de los Kendall? Llevamos tiempo sin saber nada de ellos.

      Luke suspiró.

      –Eso es porque no hay nada que contar. Las pistas que nos llevaron hasta Taiwán se han agotado allí. Pero con Mónica estamos trabajando desde otro ángulo.

      Jamie dejó caer su tenedor.

      –Ella se defiende diciendo que su participación fue mínima, pero estamos presionándola con la esperanza de que termine poniéndose en contacto con su hermano. No os preocupéis.

      El hermano de Mónica, Graham, era el cerebro que estaba detrás del robo de la cervecería… Mónica había jugado un papel crucial en aquella operación. Un papel crucial que implicaba a Jamie de una forma que él prefería olvidar.

      –Tengo que marcharme ya–anunció, apartando su plato.

      Tessa protestó como siempre. Le pidió que se quedara y se quejó porque se iba demasiado pronto. Él se fue de todas formas. Cuando Tessa necesitaba algo, recurría a Eric, el hermano en el que se podía confiar. Y, desde hacía algún tiempo, a Luke. Jamie solo era el hermano problemático y estaba harto, cansado de ser el chivo expiatorio.

      No podía seguir cargando con las culpas y los arrepentimientos de la adolescencia.

      Estaba dispuesto a madurar. A sentar cabeza y a hacer algo por sí mismo. Sentar cabeza, pensó. A lo mejor Olivia podía ayudarle con algo más que con los planes para mejorar la cervecería.

      9

      Olivia solo había hablado con él una vez desde el domingo y había sido una conversación aterradora. Aterradora por la ola de calor que se había desatado al oír su voz. Aterradora por lo fácil que le había resultado tumbarse en la cama y reír mientras hablaba con él, con el teléfono presionado de tal manera contra la oreja que cuando había colgado le dolía la cabeza.

      En aquel momento, mientras recorría el pasillo para dirigirse a clase, tenía los nervios a flor de piel, rebosantes de adrenalina. Aquella era la primera vez que iban a verse desde… desde entonces.

      Jamie no seguiría siendo un recuerdo maravilloso. Iba a estar en clase, observándola mientras ella se movía, posando sus ojos allí donde el domingo había posado sus manos.

      –Olivia –la saludó en medio del pasillo, y ella se volvió sobresaltada.

      Allí estaba. Con aquel pelo del color del bronce ligeramente despeinado, como si hubiera estado mesándose el cabello cada cinco minutos. Sus ojos verdes sonreían, compartiendo con ella su secreto. Y aquellas caderas estrechas que Olivia había rodeado con las piernas…

      Si minutos antes se creía saturada de adrenalina, se equivocaba. La adrenalina volvió a manar con tanta fuerza que casi le dio miedo.

      –Hola –consiguió graznar.

      –Lo siento –Jamie miró a su alrededor–. Lo que quería decir era: hola, señorita Bishop, ¿puedo ayudarla?

      Olivia se quedó mirando como una estúpida el ordenador portátil y los libros. «Tranquilízate», se ordenó a sí misma. Aquello era absurdo. Consiguió por fin esbozar una sonrisa.

      –No, creo que puedo arreglármelas sola.

      –¿De verdad? –Jamie agachó la cabeza, pero Olivia podía seguir viendo la sonrisa que iluminaba su rostro.

      ¡Y cuántas ganas tenía de acariciarle!

      –¿Lo has traído todo? –le preguntó Olivia–. Para después de clase, quiero decir.

      –Sí. ¿Deberíamos…?

      Jamie señaló hacia la puerta, pero Olivia detectó un movimiento tras él y desvió la mirada. Acababa de pasar otro estudiante saludando a Olivia con un gesto de cabeza. Pero no fue aquel estudiante el que la hizo quedarse boquiabierta.

      –¡Ay, mierda! –musitó.

      –¿Me estás evitando? –preguntó Gwen a unos diez metros de distancia.

      –¡No! –dijo Olivia.

      Pero aquel «no» no iba dirigido a Gwen. Se lo estaba diciendo a Jamie, que se estaba volviendo para mirar tras él.

      –¡No mires!

      Pero ya era demasiado tarde. Los ojos de Gwen se convirtieron en dos círculos perfectos. Y abrió la boca como si estuviera enseñándosela al dentista. Dio un traspié y se detuvo de pronto.

      –¡Hola, Gwen! –la saludó Jamie–. ¿Qué haces por aquí?

      –¡Ay, Dios mío! –exclamó Gwen. Desvió la mirada hacia el ordenador portátil de Jamie y miró de nuevo a Olivia–. ¡Dios mío!

      Jamie se enderezó. Lo embarazoso de la situación terminó minando su natural cordialidad.

      –Eh,

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