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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Miranda Lee

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Por despecho, n.º 1067 - agosto 2020

      Título original: The Boss’s Baby

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos

      de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-694-9

      Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Capítulo 17

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      OCURRE algo, Olivia?

       Olivia levantó la vista para encontrarse con su jefe, que la estaba mirando desde su considerable estatura con el ceño fruncido. Ella consiguió finalmente apartar su tumultuosos pensamientos y sonreírle con una de esas sonrisas de plástico que solía utilizar en el despacho.

      –No ocurre nada –contestó ella, ya sin sonreír–. Todo va bien. Estoy perfectamente –apartó los ojos de la mirada inquisitorial de él y se puso a ordenar su mesa de un modo maquinal. No quería confesarle a su jefe sus problemas personales. No tenía suficiente confianza con él.

      Cuando la contrató dieciocho meses antes, Lewis le advirtió que había tenido serios problemas con su anterior secretaria, que se tomaba demasiadas confianzas con él y que solía vestirse de un modo algo excesivo.

      Así que Olivia se había esforzado por parecer una mujer reservada y cautelosa que tuviera la aprobación de la mujer de su jefe. Y en cualquier caso, esas cualidades habían formado siempre parte de su carácter. Ella era una mujer reservada que había vestido siempre de un modo sencillo. Con trajes negros de chaqueta y blusas blancas o de color crema.

      Su guardarropa era bastante económico, al igual que el sencillo estilo con el que se peinaba su largo cabello de color caoba. Siempre lo llevaba recogido con un prendedor muy sencillo. Su maquillaje era también mínimo, así como las joyas que llevaba.

      Durante sus raras visitas al despacho, la mujer de su jefe nunca tuvo ninguna razón para sospechar o sentirse celosa de la nueva secretaria de su marido. Olivia estaba segura de que nunca cruzaría la línea que Lewis había trazado. Y tampoco había razones para ello. Quizá su jefe, un hombre alto, moreno y muy guapo, sí que las tuviera, pero ella desde luego no. Estaba profundamente enamorada del hombre con el que se iba a casar.

      Irónicamente, Lewis y su mujer se habían separado hacía seis meses, y eso había provocado que su jefe estuviera siempre malhumorado y sumido en sus propios pensamientos. Por eso le resultó tan extraño que él hubiera percibido que no se encontrara muy bien. Y lo cierto era que la irritaba su intromisión. ¿Por qué no podía él quedarse toda la mañana encerrado en el laboratorio, como era su costumbre en los últimos tiempos? ¿Por qué había tenido que ir a entrometerse en su vida privada?

      –Pues no pareces estar bien –insistió él.

      –¿Oh? –sus manos comprobaron su peinado de un modo automático.

      –No me refiero a tu aspecto, sino a tu modo de actuar. Llevas toda la mañana sentada ahí, con la mirada perdida.

      Olivia tenía que reconocer que eso debía ser verdad. Llevaba toda la mañana pensando en que Nicholas, su prometido, le había dicho la pasada noche que necesitaba más libertad. Había sido una de las razones para poner fin a su relación.

      –Ni siquiera has encendido el ordenador –añadió Lewis como si fuera una cosa muy grave.

      Olivia comprobó el reloj de pared y vio que eran las nueve y media, por lo que llevaba con la mirada perdida más de una hora. Así que tímidamente se decidió a encender

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