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había despertado en él lo había tomado por sorpresa. El intenso deseo de perderse en ella y quedarse allí para siempre había sido tan poderoso que había huido de él. Porque él jamás se quedaba en ningún sitio. Y Victoria quería y necesitaba más de lo que él podía ofrecerle. Liam apretó los dientes y cerró los puños. El deseo seguía ahí, tan vivo como hacía un par de noches.

      También recordaba la ansiedad que había percibido en ella antes del beso, la expresión de inseguridad en su mirada. La culpa era de Oliver. Él la había traicionado al irse con otra mujer. Oliver la había traumatizado mientras que él podía devolverle la seguridad en su propia sensualidad.

      Hizo una mueca amarga dedicada a sí mismo. ¿Qué pretendía, enmascarar su deseo tras un supuesto favor a Victoria?

      Le diría la verdad, que era egoísta y que la deseaba; que haría cualquier cosa por tenerla.

      Se cambió y fue a correr para liberar parte de la energía que lo mantenía en tensión, pero no consiguió dejar de pensar. Victoria había sufrido, no solo por culpa de Oliver, sino también de sus padres y de su hermana. Seguro que también de sus amigos. No podía permitirse que volvieran a hacerle daño.

      Pero él solo podía ofrecerle una noche. Y eso no era justo. Llamarla tantas veces había sido un error. La dejaría en paz. Cortaría todo contacto, igual que cinco años antes.

      Había cosas en la vida que no podían ser.

      Capítulo Cuatro

      –Bien –dijo la organizadora de bodas.

      Viniendo de ella era todo un elogio, y Victoria estuvo a punto de echarse a llorar de alivio.

      Había trabajado sin parar, lo que le había servido de distracción para no pensar en Liam, que, por otro lado, había dejado de llamarla. Probablemente estaba entretenido con otros amigos, o habría conocido a otra mujer. Y para ella, eso era lo mejor que podía pasar. Cuanto antes se fuera, mejor.

      –Puedes ir a ver cómo ha quedado la sala –dijo la mujer–. Pero no tomes fotografías, por favor.

      –Por supuesto que no.

      La tentación era demasiado grande como para no aprovecharla. No corría el riesgo de encontrarse con Liam y, por otro lado, después de cuatro días encerrada en casa, necesitaba dar una vuelta.

      Al salir, dejó a un lado la carpa y tomó un sendero que llegaba a una pequeña gruta.

      Cuando reconoció a la figura que caminaba hacia ella, sintió el corazón en la garganta.

      –¿Estás ayudando? –preguntó animadamente, como si sus presencia no la afectara.

      Liam sacudió la cabeza.

      –No, la bruja tiene suficientes ayudantes y no necesita nada de mí.

      Victoria percibió que Liam estaba incómodo.

      –No creo que tú tampoco puedas ayudar –añadió él con brusquedad.

      –He venido a entregar el plano de distribución de mesas –dijo ella, orgullosa.

      –Me refiero a aquí y ahora –repitió Liam, frunciendo el ceño.

      ¿A qué se refería? ¿Estaba enfadado con ella?

      Dejando escapar un gruñido ahogado, Liam le tomó la mano a Victoria y la arrastró fuera del sendero.

      –Están probando las fuentes. Te vas a empapar.

      Demasiado tarde. Tras oírse una especie de silbido, empezó a salir agua por todas partes.

      –¡Qué preciosidad! –exclamó Victoria, contemplando la luz reflejada en las gotas que creaban un arcoíris en el aire.

      Se volvió hacia Liam con una sonrisa, pero en cuanto sus miradas se encontraron, se quedó paralizada. Mientras que ella se había librado de mojarse, Liam estaba calado.

      La camiseta se le pegaba al pecho y Victoria pensó que no había ninguna vista más espectacular. Se le secó la boca y sus dedos ansiaron tocarlo.

      Habría querido susurrar su nombre, que sentía en la punta de la lengua. Llamarlo para que se acercara, echarse en la hierba a su lado, explorar por fin la química que siempre la había arrastrado hacia él.

      –Victoria –dijo él en tono admonitorio.

      Victoria salió de su ensimismamiento bruscamente.

      –¿Qué?

      –Es mejor que te vayas.

      –¿Te estoy incomodando?

      –Sabes que sí. Y no quieres lo que te ofrezco.

      Victoria ya no sabía qué quería, pero sabía que necesitaba algo. Lo que fuera.

      –¿Por qué no podemos pasar un rato juntos y pasear por este precioso jardín como viejos conocidos?

      –¿Tan inocente eres? –preguntó Liam, mirándola fijamente

      –¿Puedes ser amigo de una mujer a la que amaste –comentó Victoria, ofendida–, pero no de una a la que has besado en una sola ocasión?

      Victoria vio la llama que iluminó los ojos de Liam, pero él la tomó por sorpresa al acercarse rápidamente, sujetarle el rostro entre las manos y plantarle un beso en los labios.

      Al segundo siguiente, su cuerpo se pegó al de ella con tal ímpetu, que Victoria se tuvo que asir a su camiseta para no caerse. A pesar de que estaba mojada, su piel quemaba y Victoria sintió que la sangre se le aceleraba.

      Liam deslizó la lengua en su boca, explorándola ansiosamente, y ella respondió con la misma voracidad. Oyó un gemido en la garganta de Liam antes de sentir su brazo rodearle la cintura y estrecharla contra sí con fuerza. Ella alzó las manos y enredó los dedos en su cabello, afianzando la presión de su boca. La humedad de la camiseta se trasmitió a su vestido, pero la piel de ambos ardía. Victoria separó las piernas para sentirlo más plenamente. Adoraba el roce de sus poderosas piernas enfundadas en vaqueros, y pronto quiso que la tela se desintegrara para sentir el sudor y el tacto de su piel.

      Pero súbitamente Liam dio un paso atrás y alzó las manos como si lo apuntaran con un arma.

      –Ahora son dos veces –masculló él, poniendo distancia entre ellos–. Dos veces de más. No, no podemos ser amigos hasta que…

      ¿Hasta que se acostaran y la tensión se diluyera?

      Victoria lo observó, jadeante. La furia de Liam la desconcertó. El hombre risueño y bromista había desaparecido, sustituido por uno enfadado. Un hombre al que, súbitamente, supo que podía presionar.

      –¿Qué pasa, no te crees capaz de poder conmigo? –preguntó, poniendo los brazos en jarras–. ¿Por qué pones tantos límites? ¿Por qué tienes que tener siempre el control?

      Liam se metió las manos en los bolsillos bruscamente. Suspiró profundamente y poco a poco la sonrisa volvió a su rostro.

      –A las mujeres les gusta que tenga el control –dijo.

      Entonces fue el turno de Victoria de enfadarse. ¿De verdad Liam podía dejar ir tan fácilmente un deseo tan fuerte que se hacía irresistible? ¿Tan sencillo le resultaba? La furia le dio fuerza para actuar con una osadía de la que se desconocía capaz.

      –Yo te prefiero cuando lo pierdes –dijo, provocativa, dando un paso hacia él.

      El brillo que le iluminó los ojos a Liam bastó para que supiera que sí la deseaba, y eso aumentó su confianza en sí misma. Porque necesitaba desesperadamente sentir que la deseaba.

      Liam apretó los labios y frunció el ceño.

      –Victoria –dijo en tensión–, ten cuidado con lo que deseas.

      Victoria podía ver sus pezones a través de la camiseta mojada.

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