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a que él la rodeara como siempre. Se acomodó frente a ella y la abrazó de tal manera que sus manos quedaban muy cerca de la curvatura de sus senos. David la pegó a él para sentir sus puntas en su pecho. La necesitaba, la ansiaba desde hacía años. Amaba su mente y su cuerpo de una manera enloquecedora.

      Sintió cómo la respiración de Carlene cambiaba, señal de que había caído en un profundo sueño.

      —Eres mía, luciérnaga —susurró antes de cerrar los párpados.

      Veinte años de edad

      —¡¿Por qué demonios dejaste que tomara tanto?! —gritó encolerizado, sosteniendo a Carlene y dándole una mirada de reproche a Lissa, que también estaba un poco ebria.

      —¡¡Es noche de chicas!! —Ian se carcajeó al escuchar su euforia—. ¡No seas un grano en el culo! ¡Tú tuviste la culpa!

      —¿Yo tuve la culpa por tu irresponsabilidad? ¡Te dije que la cuidaras! —Le dio una mirada a Carlene, que se encontraba quieta mirándolo, sin pronunciar palabra desde que la había encontrado bamboleando las caderas en la pista con un tipo detrás. No quería saber cuánto había tomado. Habían decidido salir a festejar su cumpleaños, y ahora estaba borracha.

      —¡¡Yo no soy su jodida niñera!! ¡Tiene veinte años y si se quiere acostar con el camarero lo va a hacer! ¡Déjala respirar! ¡Todo es tu culpa por irte con esa zorra! —Le dio una mirada exasperada a su amigo para que se hiciera cargo de la rubia que ahora se miraba molesta. Ian comprendió y se la llevó arrastrándola por toda la discoteca.

      Le sonrió con cariño a Carlene y se acercó a su oído, intentando ser cuidadoso, pues cuando se emborrachaba se convertía en una vampiresa sexy o en una niña llorona que se quejaba por todo.

      —Vamos a ir a casa.

      Le remordía la consciencia por haberla dejado sola mientras bailaba con esa chica que lo había acaparado. Ella asintió con

      la cabeza y se le lanzó para abrazarle el cuello. Sin poder evitar

      la sonrisa, la sacó al exterior y la metió a la camioneta.

      Llevaban casi tres años viviendo juntos en la casa que sus padres le habían regalado por haber entrado a la universidad. Se dirigió ahí, iba enmudecida, quiso saber qué estaba pensando.

      Al llegar, se bajó tambaleándose, así que fue a ayudarle lanzando una risotada.

      —Cuando te emborrachas eres graciosa.

      —Cuando me emborracho me da calor —dijo arrastrando las palabras.

      Se adentraron y la ayudó a subir las escaleras apretando su cintura y dando pasos cortos. Una vez en la habitación, se deshizo de su agarre y la dejó quieta en el centro del cuarto. Dave sacó un pijama del cajón y lo dejó en el borde de la cama, pero antes de que pudiera salirse, Carly se quitó la blusa que llevaba y se quedó ahí, de pie solo en sostén frente a él.

      Mierda. Se quedó sin aire, sus ojos no pudieron no recorrer esas montañas que hicieron que respirara profundo, luego se quitó el pantalón y quedó en ropa interior. Estaba a tan solo unos pasos y él quería besarla, ¡joder!

      —Tenía calor. —Quiso carcajearse por la simpleza de sus palabras y lo mucho que significaba para él, pero se aclaró la garganta y tomó la blusa de tirantes para colocársela encima, cuidando no tocarla pues perdería el control, hizo lo mismo con los pantaloncillos y soltó el aire cuando estuvo en terreno seguro. No obstante, jamás podría sacar la imagen de sus curvas de su cabeza.

      Se acostó a su lado y la rodeó para arrullarla, pero frunció el entrecejo, pues la sintió temblar, estaba llorando.

      —¿Qué pasa, cariño? —preguntó, e intentó voltearla para mirarla de frente, pero ella se sacudió.

      —No quiero hablarte —dijo entre sollozos.

      —¡Y un cuerno que no me vas a hablar! —exclamó antes de zangolotearla y obligarla a girarse. La muchacha emitió un chillido mientras él se montaba encima para detenerla y atrapaba sus manos para que no lo golpeara. Miró sus ojos furiosos y sonrió.

      —¡Suéltame, David! ¡No quiero hablar contigo!

      —¿Qué fue lo que hice? —preguntó, disfrutando de la cercanía; sus narices estaban tocándose.

      —Ni siquiera me miraste. —Su voz se quebró al final—. Estaba desnuda y no me miraste.

      Una corriente eléctrica lo recorrió entero, la observó con atención, su respiración se volvió lenta.

      —Claro que te miré, te miré mucho —susurró, sintiendo la excitación recorriendo sus venas. No solo recordaba cómo eran sus caderas, sus muslos y sus pechos, los tenía debajo y quería sentirlos, acariciarlos, probarlos. Con cuidado se coló entre sus piernas y dejó que todo su peso la clavara en el colchón.

      —No, me vestiste en lugar de acercarte. —Sollozó y volteó la cara—. Lissa es una tonta, yo tenía razón, no me quieres.

      Dave se acercó a su oído y respiró profundo.

      —Tú eres la tonta, no solo te quiero, eres todo para mí.

      La vio mirarlo de reojo, así que esbozó una sonrisita. El corazón de David salió disparado. ¿En serio estaban teniendo esta conversación con ella alcoholizada y en esa posición?

      —¿Todo? —preguntó con su vocecita infantil—. ¿Entonces por qué no me besaste?

      —¿Quieres que te bese? —Asintió—. Espero que te acuerdes mañana de esto porque no podré seguir fingiendo que no te amo.

      Bajó su boca a la suya con mucha paciencia pues quería disfrutarlo, amasó levemente sus labios con los suyos, pero soltó una exclamación de sorpresa cuando Carlene profundizó el beso. Sintió cómo elevaba las piernas para encerrar su cadera, le soltó las manos, las cuales abrazaron su cuello y lo pegaron más a ella.

      Sus lenguas se unieron de forma ardiente, delicada y sensual. Ya la había besado antes, pero nunca algo tan profundo y subido de tono.

      Pasó una mano por su muslo y apretó su piel, fue subiendo hasta colarla debajo de su blusa y palpar su abdomen para crear círculos en su ombligo, lo que le provocó un estremecimiento que lo hizo salir de la nube de lujuria en la que estaba ahogado.

      Se separó y observó sus labios hinchados, tan deliciosamente rojos que le dolió. Sonrieron al mismo tiempo.

      Como si lo supiera, ella se giró y él la abrazó por detrás, la acunó y depositó un beso en su mejilla.

      —Nunca más vuelvas a pensar que no te quiero.

      Se quedó a su lado toda la noche. Llegó la mañana y no la soltó hasta que sonó el timbre.

      Primera parte

      Cuatro

      Presente

      No puedo recordar cuándo lo conocí, él tampoco lo recuerda.

      Tengo ligeros destellos de nuestros primeros momentos juntos, pero me gustaría poder decir con exactitud qué día lo vi por primera vez y cómo lucía. Sin embargo, nuestra historia es más perfecta que un simple encuentro ocasional en una cafetería o en medio de la acera.

      De niños nos encantaba dormir juntos escuchando las canciones de su padre, en las mañanas preparábamos panqueques y les untábamos mermelada. El baloncesto siempre fue nuestro deporte favorito, pasábamos horas jugando a videojuegos e incluso tomamos la misma clase de boxeo.

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