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esto, se ponen en marcha. La siguiente parada será la casa del vidente, adonde van a buscar comida, ropa y dinero para los gastos del viaje. La suerte está echada.

      En el camino tienen la oportunidad de hablar un poco y disfrutar del comienzo del año nuevo en el pueblo. La tierra de Aldivan y Renato era un lugar tranquilo y agradable para vivir, lleno de gente culta, educada y hospitalaria. Este reinicio de sus vidas era prometedor.

      Arcoverde

      Un poco más tarde, el grupo alcanza su objetivo. Con la ayuda del vidente, empacan las maletas, se reúnen y parten hacia el primer destino. Pasan por el centro del pueblo, toman la carretera principal y a unos cien metros ya están al lado de la carretera BR-232. Esperan un rato, hablando animadamente de los planes del viaje.

      Veinte minutos más tarde, llega el autobús, se suben a él y comienza un viaje de veinte kilómetros, hacia la capital del interior, la bella, querida e importante Arcoverde.

      En el coche, un combi de quince plazas de color gris oscuro, tratan de mantenerse distraídos, ya sea charlando con otros pasajeros, escuchando música o incluso disfrutando del encantador paisaje provincial típico del interior del noreste brasileño. Sin duda uno de los lugares más bellos del mundo.

      A velocidad media, recorren la distancia en veinte minutos, se bajan en la parada del autobús, se despiden, pagan el pasaje y continúan la caminata a pie por las principales avenidas de la ciudad.

      Con la ayuda de los ángeles, la primera parada elegida es la Catedral de la Liberación. Suben las escaleras, entran en la zona principal y se arrodillan ante el altar sagrado. Hay otras personas alrededor, pero cada uno tiene la libertad de decir sus propias oraciones en una comunión perfecta e individual con el creador.

      Cuando terminan las oraciones, algo llama la atención de los miembros del grupo: una mujer joven y rubia, de 1,75 m de altura, mejillas sonrosadas, piernas y brazos gruesos, cuerpo delgado, con un pantalón de peto rosa, que no podía dejar de llorar. Deciden acercarse a la infeliz criatura y hablar con ella:

      –¿En qué puedo ayudarla, señorita? ¿Algún problema? (El vidente)

      –No. Nada que te concierna. (Jovencita)

      –No le hable así. Sólo quiere ayudar. (Rafael)

      –Le ruego me disculpe. Es que no entiendo el repentino interés de los extraños por mí. (Jovencita)

      –Yo lo entiendo. ¿Cómo te llamas? (El vidente)

      –Rafaela Ferreira. ¿Y tú?

      –Mi nombre es Rafael Potester.

      –Mi nombre es Uriel Ikiriri.

      –Me llamo Renato.

      –Soy Aldivan Teixeira Torres, también conocido como el hijo de Dios, Divino o vidente. Quiero decirte, al margen de lo que suceda, que hay una solución para todo. Basta con que tengas más confianza en ti misma, en el padre y en mí. Estoy aquí para ayudarte.

      Rafaela queda asombrada. ¿Quién es ese loco que se considera el hijo de Dios? En su mente perturbada, nada ni nadie puede ayudarla, y su destino es la perdición o el primer puente que encuentre para saltar. Esas palabras, a pesar de haberla tocado, no significan nada ante su dolor privado. Ella decide entonces mostrarse firme y difícil.

      –¡Estás bromeando! ¿Quieres que crea que eres divino? No me hagas perder el tiempo.

      –¿En serio? Te pareces a esa chica joven que jugaba con su muñeca y se escondía en la sacristía de la iglesia con sus amigos. En ese momento su ingenuidad y su fe eran espejos para otras personas. Ahora, sin embargo, entiendo la oscuridad de tu alma y me siento preocupado. ¿No quieres mi ayuda? No vayas a arrepentirte cuando todo esté perdido ―dijo el hijo de Dios.

      –Te recomiendo sinceramente que lo escuches. Después de haberlo conocido, mi vida ha cambiado de tal manera que ya no puedo vivir sin él. Tiene palabras de vida. (Renato)

      –Aldivan es un ser extraordinario. Ningún poder, símbolo, ente o confesión es más fuerte que su amor por las personas. Siempre escúchalo. (Rafael)

      –No existo sin él. (Uriel)

      Rafaela se queda sin palabras. Es ciertamente increíble, sumado a que su fe y devoción no le permiten creer en milagros. Los cinco allí frente al Todopoderoso, sus problemas que no dejan de martillearle la cabeza, la promesa de un extraño que se llama a sí mismo hijo de Dios y conoce su pasado. ¿Qué está pasando? ¿Puede ser un complot del destino para socavar todavía más su miseria? ¿O quién sabe si puede ser su salvación? En su mente, esta última hipótesis es la que menos probabilidades tiene.

      Después de un rápido análisis de la situación, decide ponerlos a prueba a ver adónde lleva toda esta locura.

      –De acuerdo. Dejaré que me ayudes. ¿Cuál es el primer paso?

      –Vámonos de aquí. Afuera te lo explicaré mejor. (El vidente)

      Todos obedecen al líder del equipo. Saliendo de la matriz de Liberación, caminan unos metros hacia el sur y giran a la derecha en la avenida principal del centro. En el camino, el vidente habla.

      –Rafaela, ¿podrías presentarnos a tu familia? Vives en el barrio de San Cristóbal, ¿no?

      –Sí. No hay problema. Los últimos tres meses he estado viviendo con mis padres, después de que mi compromiso se rompió ―responde ella cada vez más impresionada.

      –Lo sé. Lo sé. Aprovecharemos para comer algo. ¿Tenéis hambre, chicos? (El vidente)

      –Tengo. (Renato)

      –No tengo hambre. Pero te acompañaré. (Rafael)

      –Ni siquiera preguntas si la chica está de acuerdo. ¡Gandul! (Uriel)

      –No hay ningún problema. Mis padres son muy hospitalarios. (Rafaela)

      –Gracias. (El vidente)

      La caminata continúa. Más adelante, vuelven a girar a la derecha y esperan en la esquina al primer autobús que vaya hacia el barrio. Mientras esperan, permanecen en silencio.

      Cinco minutos después llega el autobús. Nuestros estimados personajes se suben a bordo y reanudan el viaje por el lado oeste de la ciudad de Arcoverde. A una velocidad normal y frente a un tráfico caótico, llegan a la parada más cercana a la residencia de su nueva amiga en diez minutos. Pagan los pasajes, se bajan y caminan otros cien metros.

      Están frente a un modesto edificio de mampostería de diez metros de largo y cinco de ancho, casa estilosa, con una pared corta al frente. Rafaela toma la iniciativa y llama a la pequeña puerta de entrada, que da acceso a una pequeña habitación. Llama una vez y no pasa nada. En el segundo intento, escuchan pasos y esperan a ser atendidos.

      De la casa sale un hombre fuerte, pequeño, de piel clara, con vaqueros, camisa de punto, sombrero de cuero y chanclas. Viendo a su hija acompañada por los chicos, se sorprende y con vehemencia dice:

      –Hija, ¿qué está pasando? ¿Quiénes son estas personas?

      –Son mis amigos, padre. Vinieron conmigo de visita. ¿Está todo bien? (Rafaela)

      –Ok. Disculpe los malos modales. Me llamo Antonio Ferreira ¿y vosotros?

      –Soy Aldivan Teixeira Torres.

      –Soy Renato

      –Mi nombre es Rafael Potester.

      –Y yo soy Uriel Ikiriri.

      –El placer es mío. Siéntanse cómodos, vamos a entrar. (Antonio)

      –Gracias. (El vidente)

      –¿Está mi madre aquí? (Rafaela Ferreira)

      –Sí. En el salón. ¿Vamos? (Antonio)

      Todos aceptan la invitación asintiendo con la cabeza. Pasan por el vestíbulo, entran en el salón, y se sientan unos en el sofá de cinco plazas y otros en sillas. Gildete, la madre de Rafaela es presentada a los visitantes. Entonces empiezan a hablar.

      –Bien, señora Gildete y don Antonio, conocimos a Rafaela

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