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comentario me sale solo.

      – Como si quedarme tranquila en mi silla le fuera a impedir que me salte encima.

      – Es un mal trago que hemos de pasar Dakota. Luego podrás volver a tu casa hasta la próxima investigación.

      No añado nada. Sin duda, papá George tiene razón. Probablemente lo mejor es callarse y asentir a todas las chorradas que soltará el general. Pero cada vez llevo peor eso de mantener mi papel de buen soldadito cuando mi corazón grita que por encima de todo soy su hija y que después de veinticinco años el Sr. Jones podría haberse dado cuenta. Aprieto los puños y la mandíbula, rechinando los dientes y me instalo en una silla libre. Luke se coloca a mi izquierda y Jasper a mi derecha, ambos tomándome la mano y acariciándome la palma con su pulgar. Un gesto simple, insignificante en apariencia, pero que echo de menos inmediatamente cuando por el pasillo se oyen los pasos del general, obligando a mis amigos a soltarme para evitar la ira de quien ha prohibido cualquier intimidad en el seno de la unidad. Para él, incluso una muestra de afecto amistoso es inaceptable. Somos compañeros de trabajo y nuestras relaciones no pueden salir de lo profesional. Claramente el pensamiento de un oficial que nunca mueve el culo de su despacho. ¿Qué persona sensata confiaría su vida a un desconocido? Porque un compañero de trabajo con el que no estableces ningún afecto acaba siendo un extraño.

      

Dakota

      No tengo mucho en común con el general. Al menos, físicamente, no puede decirse que el parecido sea sorprendente. El aspecto de Robert Jones es tan austero como su carácter. Sus facciones son bruscas, con trazos rectos y angulados y sin rastro de barba. El pelo cortado a cepillo, corto y si un solo cabello que sobresalga, tal como debe ser en un militar de alto rango. Por lo que hace a su atuendo, evidentemente, luce el uniforme militar que corresponde a un general, un uniforme sin arruga alguna. Podría creerse que lo han almidonado para ser superrígido, como su porte. Me gustaría decir que me parezco a mi madre, pero no tengo ninguna foto de ella y mi padre rechaza tocar el tema. Tras dos intentos infructuosos, que acabaron en humillación, lo dejé correr. Conservo la esperanza de haber sido adoptada y que algún día mis verdaderos padres vendrán a buscarme. Supongo que es la niña que hay en mí que sigue esperando tener unos padres que la quieran.

      De todos modos, en este momento es la adulta la que está en esta habitación, cuadrando los hombros a la espera de la reprimenda que no se hará esperar. El general nos observa con su mirada severa que, apoyada en unos ojos oscuros sin fondo, me provoca escalofríos en la espalda. Aunque parezca mentira, en su presencia estoy más a la defensiva que en medio de demonios capaces de cortarme a trocitos. ¿Por qué será?

      – Dakota, has llegado tarde, como de costumbre. Pensaba que te había educado mejor. La puntualidad es una virtud y tu apellido no debe darte ningún privilegio.

      Empezamos bien. ¿Cuánto me he retrasado? ¿Medio minuto? Y además estaba en la sala de reuniones antes de que él llegara, me parece, ¿dónde está el problema? Ya lo sé: existo. Ese es el problema. Contra todo pronóstico, me necesita y lo detesta, porque no me soporta. Además, nunca me mira a los ojos. Dicen que los ojos son el reflejo del alma. ¿Qué teme encontrar en los míos para rechazar sistemáticamente el contacto?

      – Lo siento mucho, mi general.

      Aprieto los dientes al llamarle así. Sé que es la norma en el ejército, se llama a la gente por su rango y si solo fuera en público tampoco me molestaría mucho. Pero resulta que exige que le llame general desde que yo recuerdo. Siempre ha rechazado que le llamara papá, como si no me considerara su hija, lo que me deja un regusto amargo cuando reivindica mi educación. La primera vez que llamé papá a un hombre fue para burlarme de George después de un enésimo sermón. Es patético.

      – Bueno, que no vuelva a suceder. Y ahora veamos el informe. ¿Comandante?

      George se aclara la garganta y relata nuestra misión, omitiendo algunos detalles que sin duda me habrían supuesto más reproches, una vez más.

      – ¿Nada más que indicar?

      Entorna los ojos, con suspicacia. Se diría que sospecha que el relato tiene algunas omisiones. Pero, en contra de lo que podría esperarse, nadie abre la boca. Algo que desagrada a ojos vista al general, que empieza a tamborilear los dedos sobre la mesa, su tic nervioso cuando los acontecimientos no siguen el curso que ha previsto.

      – He analizado el vídeo de las gafas de vigilancia antes de convocarles. He observado las imágenes con la mayor atención.

      Afortunadamente, las gafas son solo unos ojos y no unas orejas y mi auricular solo sirve para comunicarnos, sin grabar nada, si no lo tendría crudo.

      – Debo indicarles que llegado este momento me esperaba tener el cadáver de un serpendión en la morgue. Explíquenme porqué no es así.

      Russel toma la palabra.

      – El demonio no representaba una amenaza para la población. No había atacado a ningún humano.

      – ¿No era una amenaza? Pues yo he visto a ese monstruo coger a Dakota por los pies. Incluso sin sonido, puedo asegurarles que no era su manera de saludarla cordialmente. Así que explícame porqué no has reducido a esa criatura, Dakota. ¿De qué te sirven tus armas? ¿De adorno?

      Los hechos están claros, para el general, lo he hecho mal. Le diga lo que le diga considerará que me he equivocado. La mirada compasiva de Luke me indica que ha llegado a la misma conclusión que yo. Es muy reconfortante. Pongo una mirada neutra, la que he trabajado durante toda mi infancia para ocultarle mis emociones, para exponerle las razones de mi clemencia, aunque en realidad me hierve la sangre.

      – Al serpendión no le ha encantado mi intrusión en su territorio, lo que es una reacción normal, instintiva, pero he sido muy rápida explicándome y ha colaborado sin más objeciones.

      El general frunce las cejas mientras yo siento que la situación empeora con cada una de sus observaciones.

      – ¿Y cómo le has hecho entrar en razón?

      Me resisto a responder esta pregunta. No soporto las mentiras, es algo visceral, me horrorizan… pero tampoco me hago ilusiones, si le informo de que le he dicho mi nombre a un demonio me tratará de inconsciente y ordenará que eliminen a dicho demonio, supuestamente para protegernos a todos. Es verdad que darle tu identidad a un demonio de los infiernos es darle el poder de hacerte mucho daño. Entonces puede rastrearte con solo murmurar tu nombre y pensar en ti, lo que le permitiría penetrar en lugares infranqueables, como la base de Fort Benning por citar uno, y de golpe matarnos mientras dormimos para aprovechar la ocasión. Este asunto es una marca de confianza entre un humano y un demonio. El serpendión, a su vez, me ha correspondido dándome una de sus escamas, pero no pienso proporcionar esta información a mi progenitor, que también la volvería contra mí. Mi silencio obstinado no le entusiasma.

      – Te ordeno que respondas a tu general.

      Órdenes, más órdenes y siempre órdenes. ¡De todos modos, es lo único que sabe dar, órdenes! Luke viene en mi ayuda antes de que la situación degenere irremediablemente y yo también pierda los estribos y me gane un montón de problemas. Añadidos.

      – Simplemente le ha explicado que solo queríamos encontrarle un territorio menos expuesto al mundo humano y ha aceptado seguirnos.

      El general se ríe con sorna, lo que no tiene ninguna gracia.

      – ¿Así que ha decidido seguiros de buen grado, como un cachorrillo?

      – Exactamente.

      Mi padre se deja caer pesadamente en su sillón, que responde crujiendo. No se lo cree, pero sin pruebas no puede hacer nada contra nuestra solidaridad.

      – ¿Será esa la versión oficial de su informe, comandante?

      – Sin duda. Es tal como se han desarrollado los hechos.

      Le agradezco interiormente a George que falsifique su informe para salvarme el trasero. Mis compañeros no solo me guardan las espaldas sobre el terreno, también lo hacen en el día a día poniendo una muralla entre mi

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