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ya me voy.

      Solo que antes de dar un solo paso me encuentro suspendida por los pies, patas arriba, sujeta por un tentáculo frío y espantoso.

      – Diles que se vayan o vas a sufrir.

      Vaya, la situación está muy mal. Ha notado la vibración del suelo por el avance de los refuerzos y no le ha gustado. No está nada contento. No sé donde está mi equipo, pero el serpendión lo ha notado. Y si yo no oigo ningún movimiento significa sin duda que aún están un piso más abajo en el mejor de los casos. Esto le da al serpendión tiempo más que suficiente para destrozarme.

      – De acuerdo, cálmate. No quiero hacerte ningún daño.

      – Esta es mi casa.

      Parece que es territorial. De todos modos, no puede quedarse en este edificio, ni siquiera en esta ciudad, indefinidamente.

      – La gente empieza a hacerse preguntas. No es que seas muy discreto al cazar tu comida.

      – Y por tanto vienes a exterminarme.

      Es lo que podría pensar vistas mis espadas, pero solo las llevo para defenderme en caso de ataque. Y, aunque me tiene suspendida sobre el suelo, no parece que quiera dañarme.

      – No, solo a desplazarte.

      Es la verdad. Mi equipo tiene un trabajo sucio. A menudo el demonio acaba lacerado, cortado o atravesado, muerto en resumen, pero en este caso concreto el demonio no supone un peligro real para la población, más allá de sus compañeros de cuatro patas. El único problema es la exposición de fenómenos extraños e inexplicables. Además de la necesidad indispensable de mantener en secreto la existencia del infierno y de un paso entre su mundo y el nuestro, para proteger al mundo de una situación que le supera y que provocaría angustia y caos. Así que solo queremos enviarlo a un lugar menos expuesto, donde pueda vivir en paz sin atraer la atención de los medios de comunicación. A pesar de lo que piensan algunos, no soy una asesina.

      – ¿Dónde?

      – A la jungla. Un lugar lleno de animales para comértelos a placer.

      Silba con placer y sus múltiples bocas chasquean los dientes, pero para mi sorpresa me deja en el suelo sobre mis pies. El mundo me da vueltas durante unos momentos pues me había subido la sangre a la cabeza. Recupero rápidamente el equilibrio y sigo en guardia. Aún no he ganado nada. Todavía no ha aceptado mi propuesta.

      – ¿Cómo te llamas?

      Uf, no me gusta la pregunta. Podría resultar peligrosa más adelante. De todos modos, si no respondo podría volver a encontrarme colgando boca abajo y la experiencia no me ha gustado. No es que sea la primera vez, pero no me acostumbro.

      – Dakota.

      – ¿Dakota qué?

      Es astuto. Un nombre solo sirve de poco. Mientras que nombre y apellido es una puerta abierta a todo, para él en particular.

      – Dakota Jones.

      – Dakota Jones: si me has mentido sabré encontrarte.

      No lo dudo. Empiezo a tener un buen grupo de enemigos entre los habitantes del submundo. Mi oficio me proporciona pocos amigos entre su gente. Me pagan por perseguirlos y pocas veces colaboran, lo que a menudo acaba en un baño de sangre. No olvidemos que para tomar represalias los protagonistas tendrían que salir vivos. Así que quienes me guardan rencor acaban siempre a trocitos en la morgue. En ese momento llegan mis compañeros, con todas las armas en ristre. Afortunadamente, mi nuevo amigo no se lo toma a mal.

      – Tranquilos muchachos, está dispuesto a seguirnos.

      – ¿Estás segura, ojo de lince?

      Sí, en condiciones normales no utilizamos los nombres ante los objetivos, y como no se me escapa nada, mi mote es ojo de lince. Me gusta. Y es mejor que "la rara", el mote de mi infancia. ¿Cómo podría haber adivinado que no veía lo mismo que los demás si había sido así desde mi nacimiento?

      – Dakota Jones me ha dado su palabra. Tenéis que llevarme a un lugar donde no moleste a nadie.

      Mierda. Me he ganado un tirón de orejas. George no espera un segundo para reprenderme.

      – Maldita Dakota. No se les dice el nombre a los demonios. Conoces las reglas y esta es la primera que te enseñaron, la más importante.

      Yo, por mi parte, creo que la más importante es la de seguir viva a cualquier precio, pero bueno, no es momento para sutilezas.

      – Siempre vas a tu bola ¡Tu padre me echará una bronca cuando lea el informe!

      – Entones podrías pasar por alto este detalle. Y ahora vayámonos de aquí.

      Me vuelvo hacia la criatura, que ha recuperado la forma humana. Solo la camisa indica su cambio de apariencia, con las mangas rotas por la fuerza de sus tentáculos. Claro, dos mangas, seis tentáculos… no hay que saber muchas matemáticas para ver que algo falla. Por lo menos su anatomía queda escondida, para gran alivio de mis colegas. No siempre es así y mis amigos suelen incomodarse ante un hombre desnudo, aunque no sea realmente un hombre.

      – Después de ti serpendión.

      – ¿Cómo sabes lo que soy?

      – Es que veo muchas cosas.

      Aunque preferiría ver muchas menos. Pero no pienso comentarlo con él.

      – ¿Conoces a otras criaturas como yo?

      – No eres del primero de tu especie que se cruza en mi camino, pero seguramente eres el que más colabora.

      – Ya veo.

      Se sube a la furgoneta sin discutir y se vuelve hacia mí antes de que cierre la puerta.

      – Si me necesitas llámame. ¿Sabes cómo hacerlo?

      Me sorprende su muestra de confianza. Se dispone a explicarme cómo llamarle, igual que he hecho yo revelándole mi identidad.

      – Sí, sé cómo invocar un demonio.

      Se frota la pierna y me da una de sus escamas.

      – Cuídate Dakota Jones. Tú eres distinta. Muchos tienen miedo de lo que no comprenden.

      Estoy perpleja. ¿Me está previniendo? ¿Distinta de quién?

      – ¿De qué me hablas?

      – El Infierno no es el único lugar donde se encierran seres diabólicos y sin escrúpulos.

      A continuación se vuelve y la camioneta se pone en marcha. ¿Más peligroso que los demonios del Infierno? Imposible. He visto suficientes para saber qué tipo de monstruos los habitan y nunca he visto nada peor entre los humanos. Ni siquiera el peor de los psicópatas le llega a la suela del zapato a la crueldad de un demonio sanguinario.

      

Dakota

      La vieja base de Fort Benning no cambia con el paso del tiempo. Siempre con gente por todas partes y yo sintiéndome siempre sola en medio de la muchedumbre. Miles de personas y una intrusa. La chica rara que tiene derecho a estar aquí únicamente porque su padre dirige la base. Es lo que piensan todos en silencio sin decírmelo claramente, ya que todos ignoran mi papel en el seno del ejército. La chica que no pinta nada entre los soldados pero que arriesga su vida defendiendo el país. Seguramente, si supieran cómo es mi vida cambiarían su opinión sobre mí. A los ojos de todos soy la modosita niña de papá enchufada. Por su parte, mi padre alienta este mito en público con el mayor empeño desde mi más tierna infancia. En privado, en cambio, es otra historia. La diferencia respecto a mi infancia es que ahora tengo mi propia casa, en la que puedo refugiarme cuando quiero. Se acabó el triste y silencioso apartamento de mi padre, que brillaba por su ausencia, donde toda mi vida me sentí sola. Hasta la adolescencia mi vida transcurrió entre las niñeras y la escuela. Hasta que mi padre se dio cuenta de mi potencial y por fin me prestó atención. O, mejor dicho, interés. El tipo de interés del que yo podría haber pasado y que rompió para siempre mi esperanza de acabar teniendo un padre. Pasé directamente de niña molesta a soldado bajo sus

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