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miedo a las agujas es algo que se supera después de muchas inyecciones, y a veces ni por esas. Hay muchos pacientes mayores de edad que se resisten y las sufren hasta el final. A mí mismo me incomodan —confesó—. Quédese ahí unos minutos, hasta que le baje la inflamación. Y le recomiendo quitarse la corbata y la chaqueta al menos, airearlo un poco, por si también tiene picores en el pecho.

      Aiko ladeó la cabeza para espetarle con retintín si el médico también quería admirar «lo que se había perdido», pero las palabras murieron en su boca antes de pronunciarlas. Marc la estaba mirando con los ojos entornados, una extraña expresión y la mano colgando de la camilla, como reclamándole con su postura abandonada que se hubiera distanciado.

      —Voy por un café —anunció el doctor, dejando el estetoscopio sobre la mesa—. Les dejo solos.

      Aiko ni siquiera le escuchó.

      —Bueno —habló Marc, despacio—. Ahora ya sabes uno de mis secretos.

      —¿Que te dan miedo las agujas, o que te llamas Marcus Enrico?

      —Entonces sabes tres de mis secretos.

      —¿Cuál es el tercero?

      —Si no te has enterado, no seré yo el que te lo diga. —Se incorporó muy despacio y se llevó las manos a la corbata, indeciso. Tenía el aspecto de un dios cansado, al borde de la derrota, y eso no lo hacía menos perfecto—. No me gusta que la gente sepa mis secretos.

      —Yo no soy gente. Soy tu mejor amiga.

      Y los dos se rieron entre dientes, como si fuese la mayor estupidez que hubiesen oído jamás. Lo que era.

      —Estamos de acuerdo en que no eres «gente», pero sigue sin hacerme ilusión que conozcas mis secretos. Primero, porque no sé si sabrás custodiarlos como merecen. Y segundo, porque nunca doy sin recibir a cambio.

      —Puedes estar seguro de que tus secretos estarán a salvo conmigo. Sobre lo de dar y recibir... Te he hecho compañía, aunque supongo que eso solo vale por uno de tus enigmas. —¿Qué quieres? —preguntó prestándose al juego—. ¿Otro secreto?

      Marc se la quedó mirando mientras terminaba de sacarse la corbata. Era una mirada profunda, detallista y meditabunda. Aiko no consiguió quedarse en el momento; tuvo que obedecer a la fantasía, que la llevó a imaginarlo en su habitación, sentado sobre su cama... Deshaciéndose de la ropa y mirándola con esos mismos ojos cansados de calcular, ansiosos por dejarse de llevar.

      La idea la obligó a tragar saliva, a refrescar la mente. Nunca había fantaseado con esa clase de escenas. Leía novela erótica, y admitía releer las partes de sexo más veces de lo que estaría bien visto, pero con lo que soñaba despierta era con el momento del hombre romántico declarándose a su manera. A veces a la forma masculina y dominante. Otras, arrepentido y lloroso o sus preferidas: totalmente vulnerable, rendido a sus sentimientos, apasionado por ellos.

      Nunca había puesto cara a sus héroes literarios. Por supuesto que a veces visualizaba a Chris Hemsworth o a William Levy, pero nunca hombres reales con los que podría tomar café, y jamás los plantaba desnudos encima de ella en sus ensoñaciones. Hasta Marc, quien era pionero y único descubridor de su lado sexual.

      —Se me ocurrirá alguna forma de intercambiar un secreto por algo también valioso —adujo él al final, en tono misterioso.

      —¿Mis secretos no son valiosos?

      —Un secreto no puede pedirse nunca como intercambio. Es algo muy personal. Si no se entrega voluntariamente, no vale.

      —Podría decirse eso de cualquier cosa. Secretos, halagos, besos...

      «Ya veo por dónde quieres ir, Aiko Sandoval...»

      Marc fue sutil al sonreír. Dejó la corbata sobre la camilla. Satén azul, sin estampado. Casi siempre azul. Era su color.

      —Concuerdo con los halagos, pero los besos a veces hay que pedirlos, porque hay quienes son demasiado tímidos para darlos.

      Tiró del cuello de la camisa lo suficiente para que entrase un poco de aire. Se desabrochó dos botones y nada más. Sin chaqueta y corbata era la viva imagen del amante latino que bailaba salsa con una morena ceñida al costado. O lo habría sido si su semblante fuese cautivador en el sentido de travieso. Marc no pretendía hacer travesuras. Era palpable en su forma de mirar, en la energía de postura, que había venido a hacer el mal. Y no podría cerrarle el paso por mucho tiempo. Todos sabían que, por mucho que las películas vendieran la bondad como fuerza superior, esta siempre acababa corrompida en la vida real. Y en la mayoría de los casos, muy feliz por haber sido víctima del villano.

      —Lo bueno es que los amigos nunca se deben favores —concluyó, apoyando las manos en el borde de la camilla—. Hacen lo que

      hacen porque se aprecian, sin esperar nada a cambio. Y yo tengo su simpatía, ¿verdad?

      «Tienes todo lo que quieras».

      «Aiko, joder, ese no era el plan. Celebra que no te va a acosar más».

      «Síííí... Yuhu...»

      «Quién coño te entiende».

      Asintió. Notaba los brazos pesados, el cuerpo inútil, como cada vez que se encontraba en una situación ridícula. Aquel hombre zanjando que eran amigos era, de hecho, la cosa más ridícula del mundo.

      —En ese caso considero la deuda pagada. Los secretos a cambio de saber que nos llevamos bien y ha olvidado mi comportamiento agresivo de los primeros días.

      ¿Olvidado? Se había vuelto loco.

      —Era eso lo que quería, ¿no? Nada de insinuaciones o insistencia por mi parte.

      Arqueó una ceja y se estiró, guiando la atención de Aiko a ese triángulo de piel que la ponía nerviosa. El triángulo de las desnudas.

      «Era. ¿O es? ¿Lo quiero, o no?»

      «Claro que lo quieres. El servicio de limpieza del bufete no tiene por qué pasar más tiempo fregando por tus goteos de marrana».

      —Sí, eso mismo. Formalidad ante todo.

      Lo vio sonreír de forma casi imperceptible, como si acabara de obligarla a firmar un acuerdo con letra pequeña que no había leído.

      —Entonces está hecho. Guarde mis secretos y yo mantendré mi palabra —prometió—. Divulgue alguno... Y haré lo que quiera.

      1 Referencia a Mujercitas. Una de las hermanas March dice ‘te has quitado tu único encanto’ cuando Jo cuando se corta el pelo.

      2 Penélope es una canción de Diego Torres que cuenta la historia de una mujer que pasó toda la vida esperando al amor de su vida.

      6

      Los libros nunca mienten

      Marc echó un vistazo rápido y cansino a su reloj de pulsera, y luego devolvió los ojos al motivo de su tardanza. Había quedado hacía dos minutos y medio en la sala de reuniones para comenzar los preparativos del divorcio de su hermano. Dos minutos y medio que Verónica Duval llevaba riéndose en su cara.

      Se limpió las lágrimas con los nudillos del índice y lo enfrentó con ojos brillantes. Aquella mujer sabía cómo armar un espectáculo, no en vano era su exagerada actriz secundaria cuando necesitaba que le validaran alguna mentira piadosa.

      —¿Su amigo? ¿Tú, Marc Miranda, vas a ser amigo de una mujer?

      Marc redujo su respuesta a un asentimiento seco. Entre que no se había despertado de buen humor aquel día, llevaba la corbata equivocada y debía presenciar cómo su hermano se deshacía en llanto, no se veía aguantando las carcajadas estridentes de Verónica por mucha razón de ser que hubiera encerrada en ellas.

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